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Risa negra

Sherwood Anderson

OTRAS LITERATURAS

No todos los días se escribe sobre el primer libro de una editorial naciente como Palmeras Salvajes, que inicia su catálogo con Risa negra, el libro más “hitero” del estadounidense Sherwood Anderson, al menos, mientras este vivía. Llama la atención, a su vez, que una editorial con el nombre de una novela de William Faulkner decida debutar con la obra de un autor al que el mismo Faulkner denostó en alguna ocasión, aunque también lo acompañó en su empresa literaria. Parece, en todo caso, un ajuste de cuentas poético, o el establecimiento de un equilibrio para con un precursor, un maestro de la forma, de las letras norteamericanas de entreguerras. Porque si algo le debe a Anderson su país es haber buceado en aguas más profundas (el psicoanálisis, el fluir de la conciencia) que las de sus predecesores; en ese sentido, podríamos tomar prestada la sentencia de Jung a Joyce sobre Lucia, su hija: “Allí donde usted nada, ella se ahoga”.

En Risa negra, Bruce Dudley (que en verdad toma prestados estos nombres de un almacén y una ferretería) busca entregarse a una nueva vida, dejando atrás Chicago para volver a la semilla en Old Harbor. Si uno le pregunta al chat: “¿Cuáles son las razones por las cuales una persona dejaría Chicago para irse a vivir a un área costera pequeña como Old Harbor?”, responde que, entre los factores epocales (el verano rojo de 1919, el clima de posguerra, la epidemia de gripe española, la prohibición del alcohol, etcétera), hubo una corriente de pensamiento, influenciada en parte por Sherwood Anderson, que ensayó un retorno a la naturaleza como vía de escape a la carga psíquica imperante en las grandes urbes.

Risa negra es un sugestivo roman à clef en el que Anderson no sólo explora las desavenencias del mundo fabril, sino que también ahonda en una de sus obsesiones: las relaciones entre el hombre y la mujer. En ese sentido, la construcción de Anderson siempre está volviendo a una suerte de epicentro sensual, a una libidinización de los afectos, como ya había demostrado en Many Marriages dos años antes.

También, y como se sugirió con la referencia al verano rojo de 1919, se pone en evidencia una preocupación por el conflicto racial, bastante candente en esos años: en el título se juega entonces la solución, entre cómica y cínica, de la “risa negra”: las estrofas “Timpi, tampa, tumpi, tar, / atrapa a un negro por el pulgar” operan al nivel sincrético, cohesivo, del nevermore de Poe o de las canciones rockeras que Pynchon introduce en sus ficciones y nos dan una idea de cómo es posible atender a un drama de identificación histórica desde un ángulo no banal, sin caer en el lugar común.

Con todo, Anderson vuelve a demostrar que sus preocupaciones autobiográficas siguen intactas (recordemos Tar. Una infancia en el Medio Oeste o Intimidad de un novelista, sus memorias). Con Risa negra, uno podría preguntarse qué habría sucedido si la literatura norteamericana hubiera seguido esa senda de experimentación (tal vez en el plano mainstream) en oposición a ficciones ramplonas de fondo y forma que inundan las bateas de nuestro alicaído Occidente.

 

Sherwood Anderson, Risa negra, traducción de Márgara Averbach, Palmeras Salvajes, 2024, 304 págs.

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