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Irene Gruss, una de las voces más singulares e imprescindibles de la poesía argentina, dejó terminado un libro de poemas, que ahora se publica de forma póstuma, acompañado de un prólogo de Jorge Aulicino y un epílogo de Eduardo Mileo.
De piedad vine a sentir es una obra que se sabe última. Por un lado, hay un gesto explícito que señala el acercamiento a un tiempo final: el libro empieza con el poema “Vejez”; el segundo poema pinta “el alba igual a un ocaso”, y enseguida viene un poema breve dedicado a su nieta, Matilda: “Late, corazón / de pájaro o persona, / no para volar ni caer, ni tener / o perder. No hay el para qué sino el cómo, y un sentido”.
Sin duda, esa certeza sobre el paso del tiempo está presente, aunque no es la cuestión principal en este libro: “El tema no es el tiempo sino el verde”, dice en un poema que hace resonar una cita varias veces aludida a lo largo de la obra de Gruss: “gris es toda teoría y verde el árbol dorado de la vida” (Goethe). Pero más allá de esta certidumbre, hay otro gesto que señala una revelación: la de haber llegado a un lugar que no estaba previsto en el principio.
Esa idea ya empezaba a tomar forma en el libro anterior de Gruss, Entre la pena y la nada, publicado en 2015. El final de ese libro prefigura este último. Allí decía: “Hay dicha entre la pena y la nada, / entre el sonido y la furia, la duda, el estertor. // Gracia y piedad. Sí / como reír a carcajadas”. El libro cierra con estos versos y al hacerlo abre esa puerta, “piedad”, que formará parte del título de su obra póstuma. Retomando la cita de la Divina comedia, en traducción de Aulicino, Gruss dice “de piedad vine a sentir” como quien declara “al final llegué acá”. En esa formulación, en ese “venir a”, hay un movimiento, la voz se desplaza para llegar al lugar de quien está hablando, y el poema parece advertir con cierto asombro haber arribado a un sentimiento inesperado.
Ese descubrimiento quizás sea el que propicia un pasaje: Gruss se distancia de aquella mirada irónica que caracterizó buena parte de su obra o de la lectura que se hizo de ella. (En aquel libro ya decía: “La burla llega después, y / es puro rictus, pura alegoría”). En el camino ha habido un hallazgo, esa “sorpresa en el espíritu” que señalaba Joan Miró y que Irene solía citar. Dice el poema: “Tarde descubrí que el errar, / el perderse / podrían ser lo mismo, un oficio / extravagante”. En esta línea de poemas últimos, también advierte: “Yo suelto la tanza a pescar restos, finales, eso que se deja / para después, cuando haga falta”.
En lugar de la ironía, entonces, este libro da paso a una mirada en la que caben la dicha y la piedad, el latido de un corazón y el verde del árbol dorado de la vida. “Carpe, digo”, dice un poema que indaga en la voluntad y el deseo; “Carpe”, dice Irene Gruss y arremete con estos poemas, que nos dejó para después, para cuando haga falta.
Irene Gruss, De piedad vine a sentir, prólogo de Jorge Aulicino, epílogo de Eduardo Mileo, Ediciones en Danza, 2019, 80 págs.
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