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Uno de los mitos sobre el que se sostiene la idea de “progreso”, aún viable en nuestro mundo contemporáneo, es aquel que presenta los avances tecnológicos como modos de emancipación de la humanidad respecto de su sometimiento a la naturaleza. Casi podríamos decir que el proyecto entero de la así llamada Escuela de Fráncfort fue desafiar, a través de razonamientos específicos, este lugar común. Desde la Dialéctica de la Ilustración (1944) de Theodor Adorno y Max Horkheimer hasta las “Tesis de filosofía de la historia” de esa especie de apéndice viviente de los francfortianos que fue Walter Benjamin, la idea central fue siempre demostrar la manera en que el concepto de “progreso” heredado de la Ilustración encerraba más monstruos que utopías. Existen pocas lecturas teóricas tan puntuales y fundamentadas en ese sentido como las de Herbert Marcuse, un intelectual cuya vida teórica comenzó en el Instituto de Investigaciones Sociales, pero que quedó desvinculado del grupo y tuvo que continuar, como pudo, su trabajo. La edición de este libro recoge, precisamente, diversos textos previos a sus libros más representativos, como El hombre unidimensional (1964) o Eros y civilización (1955), para mostrarnos el germen de su reflexión en torno a las características del mundo contemporáneo.
El objeto de estudio por definición de todos los pensadores de la Escuela de Fráncfort es el nazismo. Allí se encuentra la clave para entender la razón instrumental, contemporánea, encerrada en esa especie de máscara de barbarie que en realidad evidencia uno de los movimientos dialécticos más complejos dados en la historia: la posibilidad de que la razón resulte en la más terrible forma de salvajismo. Un salvajismo organizado, burocrático. Así, Marcuse se permite en esta colección de artículos e informes para los servicios de inteligencia estadounidenses subrayar la operatividad del concepto de “tecnología”, noción que reúne tanto la “técnica” (en tanto conjunto de innovaciones industriales, de telecomunicación y móviles en una sociedad dada) como las relaciones entre los individuos que ella supone. En esas relaciones, conceptos como “eficiencia” comienzan a imponerse en desmedro de otro tipo de características “humanas”. La progresiva deshumanización, promovida por el ideario fascista, responde a esta tendencia de la sociedad a operar como una máquina.
Criticado por este vínculo con lo que luego se transformaría en la CIA, Marcuse consiguió ese trabajo para sobrevivir en el exilio norteamericano, mientras Horkheimer y Adorno iban desarrollando sus colaboraciones para llegar a conclusiones similares a las del miembro expulsado. Marcuse pareció el derrotado por la política universitaria: quizás publicaciones como esta permitan recobrar su nombre y ponerlo en sintonía con el mismo conjunto de preocupaciones, articuladas de una manera muy puntual, ya que Marcuse, quizás a diferencia del rechazo de Adorno por los “datos duros” de cierta sociología, contaba con un tipo de información que sus antiguos compañeros no tenían a mano. Este libro permite entonces entrever dos modos de filosofía: la que aún mantiene un cerco idealista y la apoyada, para bien o para mal, en la realidad.
Herbert Marcuse, Tecnología, guerra y fascismo, traducción de Cristopher Bonilla, Godot, 2019, 344 págs.
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