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La importancia que la literatura y los escritores suelen tener en las ficciones de Ricardo Piglia siempre ha ido a contramano de la tendencia maniquea a separar lo legible de lo sesudo. Maestro a la hora de convertir la discusión de ideas, el comentario erudito, el detalle biográfico y el ejercicio crítico en peripecias de la trama, Piglia enriquece y complejiza en El camino de Ida su ejemplar figura de lector-estratega. En este caso la operación se da sobre el subgénero “novela de campus”: Emilio Renzi, álter ego del autor, es invitado a dar un seminario sobre el escritor y naturalista Guillermo Hudson en una universidad norteamericana. Sorteando el prejuicio de que en la academia la literatura es cosa de especialistas, el narrador refiere las charlas con sus alumnos y con otros profesores, así como el contenido de sus clases (son memorables las páginas sobre Hudson), en un registro cuya aparente simplicidad y fluidez armonizan con el grosor de la textura de saberes. Hay dos personajes que sobresalen en esta novela protagonizada por lectores: Nina, la vecina rusa de Renzi, una profesora jubilada que ha dedicado su vida a estudiar la obra de Tolstoi, e Ida Brown, intelectual con ideas de izquierda y estrella del mundo académico, cuyo interés como investigadora se centra en aquellos que se han opuesto al capitalismo desde una posición arcaica y preindustrial. En esta tradición que incluye a los populistas rusos, la beat generation, los hippies y los ecologistas, se insertará a su modo Thomas Munk, personaje que Piglia construye inspirándose en Theodore Kaczynski, más conocido como el Unabomber: un egresado de Harvard que en 1971 decidió abandonar una brillante carrera como matemático para irse a vivir a una cabaña sin energía eléctrica en medio de un bosque, desde donde llevó adelante a lo largo de casi veinte años una solitaria cruzada antitecnológica, enviando cartas bomba que él mismo fabricaba a distintas universidades y aerolíneas. Afecto a los cruces entre realidad y ficción, Piglia entronca la misteriosa muerte de Ida Brown –convertida a esa altura en amante clandestina de Renzi– con una serie de ataques con cartas bomba contra destacadas figuras del mundo académico y científico. Al igual que el Unabomber, Munk se basa en una novela de Conrad (El agente secreto) para cometer sus atentados, al tiempo que redacta un Manifiesto sobre el capitalismo tecnológico que envía a la prensa y que sella su suerte. De ahí que el núcleo de la intriga no sólo consista en saber qué ocurrió con Ida sino en tratar de entender al asesino. “El terrorista –dice Renzi– no mata por interés personal, ni por venganza, mata por una razón, a la manera de un filósofo platónico”. Esto distingue a Munk de un personaje como Scharlach, el asesino de “La muerte y la brújula”, quien también lleva lo que lee a lo real como crimen. La ideología del terrorista, su lúcida crítica al statu quo y su modo de pensar la violencia política abren un dilema ético cuya complejidad evoca la figura del guerrillero en la Argentina de los años setenta. Con agudeza y rigor, Piglia ausculta la violencia de la sociedad norteamericana y adapta la técnica del anacronismo deliberado al plantear una novela sobre el terrorismo en Estados Unidos cuya acción transcurre algunos años antes del desplome de las Torres Gemelas.
Ricardo Piglia, El camino de Ida, Anagrama, 2013, 296 págs.
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