Aparte. Destino final: Barcelona

En ese texto fundamental que se llama “La literatura y la vida”, Gilles Deleuze propone que la escritura no es un punto de partida ni de llegada, sino, según el latiguillo del francés, un devenir. “Escribir indudablemente no es imponer una forma (de expresión) a una materia vivida. La literatura se decanta más bien hacia lo informe, o lo inacabado”. Como cada uno de sus libros, Ese corazón, un desperdicio, el más reciente del escritor y editor Denis Fernández, produce su propia forma. “Radiografía del desconsuelo, cartografía de la melancolía, autobiografía, ficción y conjuro, escritura sobre la escritura”, según apunta Lucila Grossman en la contratapa.
¿Qué es este libro? ¿Una colección de cuentos, un conjunto de ensayos, una novela fragmentada? ¿Puede ser todo eso, más y otra cosa? ¿Hace falta hablar de “autoficción” o “literatura del yo”? ¿Es inevitable que sigamos pensando en torno a estas categorías, o podemos empezar, de a poco, a olvidarlas? Que en este libro haya un narrador que se llama Denis, que algunos detalles de los episodios y las personas que circulan por él puedan verificarse en la realidad (si es que podemos, junto con el autor, “descifrar qué de todo esto es lo real”), ¿lo pone inmediatamente en un anaquel específico en las librerías? Entonces, pongamos ahí también Los detectives salvajes y 2666.
Más interesante, me parece, es tratar de entender qué es lo que hace con el yo. Al libro, dividido en siete cuentos, ensayos, capítulos, apartados o secciones, cada uno con su título, le alcanzan menos de cien páginas para producir en el lector una sensación de desacomodo constante, porque todo el tiempo parte de un lugar para irse a otro y a otro y a otro, y después, tal vez, volver al origen, sabiendo que la única forma de llegar al origen es “seguir cavando para ver qué hay debajo” y sabiendo, además, que más terrorífico que encontrarse con la oscuridad es encontrarse con la nada. Pero en ese laberinto de digresiones, la salvación está, como dice Grossman, en “la percepción lúcida de lo ínfimo”: “En la fantasía todo es posible: una larva puede convertirse en mariposa pero también puede aumentar su tamaño y transformarse en una boa gigante con dientes filosos y devorar un cuerpo entero de un solo bocado para luego volver a achicarse y ser una larva que cabe en el anzuelo de una caña de pescar”.
¿Qué material es apto para la escritura? ¿La experiencia, las lecturas, las películas de Herzog, las investigaciones sobre niños masacrados en rituales de pueblos originarios? Extrañamiento, apropiación, hibridación: el libro de Denis Fernández es una clase sobre procedimientos de escritura, una crónica de su escritura, un registro en torno a la práctica del escritor, sus ideas, sus frustraciones y sus hallazgos. Y sin embargo no hay bajada de línea ni pedantería. Las preocupaciones del autor son auténticas: “A mí me ocurre todo lo contrario: la mayoría de las veces que intento contar una historia pierdo el rumbo y termino recurriendo a la imaginación por encima de los datos concretos de la realidad. Lo mismo que me pasa en la vida”. Otra vez Deleuze: literatura y vida, una sola cosa: “escribiendo, se deviene-mujer, se deviene-animal o vegetal, se deviene-molécula hasta devenir-imperceptible”. La naturaleza, y sobre todo los hongos y su vínculo con el conocimiento humano ancestral, tiene un lugar protagónico en el libro, y es uno de los temas recurrentes en la obra de Denis Fernández, como la sabiduría pagana, la curiosidad científica, las imágenes gore y la vida en el campo.
Ese corazón, un desperdicio es el libro de un autor consciente de que la obra que está produciendo lo trasciende y lo reescribe, también, a él: “Creo que ahí está la clave para empezar a escribir: acumular en la memoria la mayor cantidad de imágenes y experiencias posibles. Repetirlas hasta que dejen de ser propias. Desgranarlas hasta matarlas. Y, una vez muertas, empezar a narrar”.
Denis Fernández, Ese corazón, un desperdicio, Hexágono Editoras, 2025, 100 págs.
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