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Remedando el comienzo de Jotón, y según datos que pueden rastrearse en la web, encontraríamos que Hougthon es una pequeña localidad estadounidense ubicada en el noroeste del país, en el estado de Michigan. Oficialmente se jacta de sus amplios espacios para estacionamiento gratuito y de ser la “puerta de acceso” a la península Kewenaw, cuya cuña se interna en el Lago Superior y que fue una de las regiones donde estalló la fiebre del cobre a mediados del siglo XIX. Para Marisa, protagonista de esta novela que en el prólogo Inés Fernández Moreno incluye en las del “exilio”—es el caso de un exilio económico—, y para su bebé y su esposo Eduardo, científico y acreedor de una beca para radicarse allí, Hougthon se revela como una especie de salvación. Contra una Argentina defaulteada, con olor a caucho quemado en las esquinas y todavía un oscuro porvenir, aquel pueblo norteamericano es, en principio, poco menos que un edén. Sin embargo, hielo, nieve y carámbanos mediante —“el cielo está plomizo esa mañana, cargado de manchas grises que se desplazan lentas y temibles como culos de elefantes a punto de sentarse sobre el mundo”—, la hipótesis amena tendrá un fuerte contratiempo. Alimentadas por la distancia y una poco feliz experiencia local —el entorno es hostil, aquellas nubes pesadas evocan la “plancha de metal” arltiana y sus nuevos vecinos no dejan de llamarla complacientemente honey, darling o sweetie—, Marisa verá crecer en su interior a las tres Hienas de la Nostalgia. Aunque aparecen trabajando sobre el final del relato, y su luminosa y breve participación nos deja con ganas de más, es posible que desde ahí y hacia atrás nosotros les otorguemos un protagonismo mayor. En retrospectiva, puede suponerse que sus mordidas afiladas, sus burlas y sus risas han comprometido el bienestar cotidiano de la joven familia. Eduardo es desde el comienzo un inmigrante modelo y procede como el escrupuloso extranjero que anhela su asimilación. Lucía, la bebé, anda por ahí sin complejos ni ataduras. Y si es cierto que Marisa no es totalmente inmune a su nueva locación, parece cierto también que sus acercamientos se tiñen enseguida de distancia en la medida que los pautan la ironía y la mordacidad. Charlas de ocasión, la participación en alguna junta comunitaria y su empleo de profesora de español en la universidad son algunas de las contadas salvedades que, si por algún lugar señalan el contacto, por todos los demás subrayan su ostracismo y la expatriación. Si Marisa habita algún lugar mientras está allí, en Hougthon, es el de lo íntimo y personal; y si se resiste a la aculturación, su arma es el lenguaje, un lenguaje mixto, ácido y juguetón, acaso el puntal más firme sobre el que se sostiene la novela. Otro es el de la trama, encabalgada en el drama individual, en el familiar y en el desarraigo; y otro más es la escrupulosa construcción de la voz narrativa: una tercera persona tan amena como sagaz, que sutilmente se acopla y separa de la protagonista, y cuyo fluido movimiento nos deja percibir el recorrido intelectual, emocional y perceptivo de un personaje sumido en una de las formas del exilio.
Natalia Crespo, Jotón, Modesto Rimba, 2016, 204 págs.
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