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Disponerse a leer La construcción, novela del poeta Carlos Godoy, lo prepara a uno a ingresar en un terreno que se muestra temprana y simbólicamente predeterminado. La dedicatoria “al marinero Fogwill” y algo en la descripción inicial del primero de los microcapítulos que le van dando entidad al relato homologan, de algún modo, aquella conjetura inicial: esta es una novela que remite a Malvinas.
Sin embargo, un consistente trabajo ficcional y fantástico, que a esa capa de intuitiva “realidad” germinal le suma otras tantas que incluyen clanes, múltiples imperios usurpadores y un experimento científico teñido de una pátina pseudozen y que carga en su acaso con los destellos de una catástrofe futura, entre otras cosas, rearma el poderosísimo —y uno diría casi intocable— lema nacional “Malvinas post guerra 1982” en torno a una novela inquietante.
Algo de esta virtuosa conmoción pasa por tener que vérselas, precisamente, con tal entidad idiosincrásica, pero también con la idea de que este otro territorio que copia y rivaliza con el verdadero está habitado por una casta endogámiga de “kelps” aislados y deformes, o por una especie de ermitaño que, con treinta ovejas, es capaz de predecir el tiempo mediante unos aforismos que parecen avisar de algo más que una tormenta.
Desde la base de operaciones constituida en una de las dos manchas simétricamente enfrentadas como las figuras de las láminas de Rorschach —gran hallazgo metafórico de La construcción: más allá del golpe visual que lo avala, si la ambigüedad y la estructura dudosa son constitutivas de los dibujos del test, también lo son de estas islas—, el relato juega a su vez con el misterio de lo que podría hallarse enfrente, a través del canal divisorio. La segunda parte de la novela es, justamente, el diario metódico que registra una expedición que el protagonista y en buena parte narrador de la novela hace al otro lado en busca de una ferretería industrial —es necesaria una trenzadora de alambre—, y para espiar a la colectividad china y a su mentor, el maestro Chen Chin Wen.
Hacia el final, en la tercera parte coloreada con los tonos de mística, ciencia y filosofía oriental que tan bien enlazaba Lost en otra comunidad de náufragos, los geólogos, el clan dominante de los casi científicos empeñados en desentrañar qué son estas islas, y un metalibro titulado exactamente La construcción toman la posta de la reconfiguración literaria para desembocar en un final extraño y, en principio, desolador.
Aunque en el comienzo de cualquier versión de la historia de “las Manchas” todos ubiquen una guerra, aunque esté emplazado en alguna parte el monumento a los caídos y aunque también se celebre el día de los veteranos, a la altura de “La fundición”, el último de los microcapítulos, es muy difícil evitar todo espejismo y no pensar, además, en la extraordinaria invención de la isla de Morel y su uso amoroso de la tecnología de la simulación, por lo que la novela, como artificio literario en la línea de Los pichiciegos o Las islas, puede enarbolar felizmente una bandera distinta a la del impostergable reclamo por la soberanía.
Carlos Godoy, La construcción, Momofuku, 2014, 146 págs.
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