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La mano del pintor

María Luque

LITERATURA ARGENTINA

En su primera novela gráfica, María Luque (Rosario, 1983) parte de un hecho histórico para contar una historia bella y simple: su tatarabuelo, Teodosio Luque, fue médico de campaña durante la Guerra del Paraguay (1864-1870) y sirvió en el Batallón de San Nicolás, donde también había sido reclutado como soldado el pintor Cándido López (1840-1902). Herido en la batalla de Curupayty, López sufrió la amputación de la mano derecha, con la que pintaba, y a partir de este suceso Luque imagina un nexo con la historia hipotetizando que fue su ancestro quien operó al pintor. El fantasma de Cándido se le presenta y le pide que, dado que ella es artista y descendiente de su cirujano, le ayude a completar su obra inconclusa. Así, ambos construyen una extraña amistad, con el fantasma del pintor relatando su vida pasada mientras ambos recorren la Buenos Aires actual. Luque dibuja la voz de Cándido, quien cuenta la guerra como tragedia, crimen y absurdo, con una pizca de humor para descomprimir la densidad del relato y reflexionar sobre lo que implica ser artista en una sociedad determinada. El cuerpo es clave en esta última cuestión: Cándido es manco y Luque sufre del síndrome de De Quervain, una tendinitis de la mano conocida como mal del dibujante.

La autora juega con el concepto del mal dibujo, en espejo con la figura de López, quien nunca pudo acceder al circuito del arte ni ser reconocido como artista mayor hasta mucho tiempo después. María admite no dibujar “bien” (académicamente hablando), pero al mismo tiempo su labor parece compulsiva —de ahí que el reposo obligado de su mano sea una especie de mutilación de su voluntad y fruición—. Lo que urge es contar, aunque eso implique ser rechazado por el canon (del arte y de la historieta respectivamente).

Una segunda cuestión aparece en la elección de la historieta para contar los sucesos de la guerra. Llegado un momento, el relato se encuentra con el límite de la representación del horror. ¿Cómo solucionar ese dilema? Cuando Luque admite no poder seguir dibujando, sus conversaciones con Cándido de alguna manera completan lo inabarcable de ese pasado.

Finalmente, tenemos la actividad independiente y colectiva que sostiene Luque como dibujante de sus propios fanzines. Cándido se muestra fascinado por los métodos de reproducción contemporáneos y la libertad que estos proveen para los artistas. De alguna manera, esa historieta es posible gracias a una ética de trabajo, un compromiso con uno mismo y con la historia del país.

La mano del pintor fue editada gracias a una exitosísima campaña en Ideame. Es la cristalización de ese esfuerzo colectivo e independiente: públicos, autores y editoriales que no responden a los patrones clásicos del consumo de historieta, pero que de alguna manera se han integrado al circuito, transformándolo a base de un esfuerzo plural, valiente y decisivo.

 

María Luque, La mano del pintor, Sigilo, 2016, 192 págs.

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