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López López

Tomás Downey

LITERATURA ARGENTINA

Es curioso: pese a que sobre el cuento como género suele caer con mucho mayor rigor el peso de los tecnicismos, la novela (que Mario Levrero definió como “cualquier cosa que se ponga entre dos tapas”) suele ser realzada y ubicada como un punto de mayor evolución, o incluso de consolidación, en la obra de un autor. Tomás Downey comenzó su carrera como cuentista, y los tres libros de cuentos que fue publicando coquetearon progresivamente con alientos cada vez más largos hasta llegar este año a López López, su primera novela. Pero lejos de esa demanda (¿quizá más asociada al mercado?), el proyecto de una novela en el caso de Downey pareciera obedecer a una búsqueda que implica un desafío literario personal. 

López López está estructurada en tres partes y cada una de ellas se inaugura con una carta. Todas se dirigen a “M”, la enamorada del soldado protagonista, que son y no son la misma porque, ante todo, la de Downey es una historia de dobles. También es una novela bélica, de las que no abundan en la literatura argentina contemporánea. La trama podría pensarse como una excusa menor: López, un soldado del “Ejército Negro”, escapa de su fusilamiento y, para sobrevivir, se convierte en un soldado del bando contrario. Golpe de suerte o bala de fogueo: en la huida toma un uniforme del “Ejército Naranja”, que se identifica también como de un tal López, y así se integra a las filas enemigas, convirtiéndose en otro. 

Las referencias a las causas y al tiempo histórico de esta guerra civil son pocas y escurridizas: están relacionadas con una pelea entre dos ciudades por la centralización/descentralización del poder y, por lo tanto, por la administración de recursos. El tratamiento velado de estos aspectos es una guía de lectura que señala que allí no está lo que a la novela le interesa explorar. 

Lxs lectorxs no conocemos demasiado a López, ni a uno ni a otro, ni su pasado ni la forma en que vive internamente su nueva vida. Un poco como si la novela trabajara con una idea de “el López, todos los López”. Él mismo, en la última carta que escribe, dice “que yo soy el muerto y el que tiene el fusil con la salva, y que también soy los otros, los que tienen la salva de verdad, y el sargento que da la orden, y el soldado que viene después a tirar aserrín sobre el charco de sangre”. El limbo en el que entra López es el mismo en el que entra quien lee: qué es realmente ser alguien, qué y quién define lo que unx es, cuál es la correspondencia entre anatomía e identidad, en qué medida somos el relato que lxs otrxs hacen de unx, y qué margen de elección hay en la autodefinición. De modo que el corazón de la novela pareciera estar ahí, en el hilo semántico que se teje a lo largo y que propone la identidad como una categoría, como mínimo, débil.

Dobles, juegos de espejos y reflejos. Cuando López deviene “López Naranja”, se enamora de una enfermera, Maira, anagrama de María (la enamorada del López inicial). Hay una anécdota que ella le cuenta y que funciona como una clave de lectura extra. De chica, una tarde, Maira estaba con su madre en una plaza y, de un momento a otro, desapareció. La buscaron durante tres días hasta que finalmente apareció en la misma hamaca donde había sido vista por última vez, acaso con un principio de hipotermia. López le pregunta qué fue lo que pasó durante esos tres días y Maira le responde: “Estaba ahí, al sol del mediodía, y de repente pestañeé y hacía frío y un policía me preguntaba si me llamaba Maira. No me acuerdo nada más”. Como una suerte de relato enmarcado, esta anécdota que aparece en el último tercio del libro queda gravitando alrededor de la historia mayor, tanto hacia atrás como hacia adelante, expandiendo y profundizando las posibilidades semánticas de la novela a través de la sutil aparición de una lógica más ligada a la ciencia ficción, la de los agujeros negros y limbos espaciotemporales, que desafía la lógica de la razón. Hay algo refrescante en esa fuga o guiño a aquello que está por fuera del entendimiento, del control. Como si la novela fuera consciente de la rigidez que domina su estructura (la división en tres partes, las tres cartas que inauguran cada una de ellas, las simetrías exactas) y de pronto, con esa aparición/desaparición, permitiera que algo se le escapara. 

Tomás Downey, López López, Fiordo, 2025, 184 págs.

18 Sep, 2025
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