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Mandarino narra una travesía por el río Paraná. Los viajeros conforman un pueblo entero de hambreados de la costa que, ante la ausencia de pesca, echan a la corriente sus canoas para salir en busca de un pez dorado. Faltan los peces en el río y urge buscar otros parajes, ya no sólo de pesca, sino concretamente un lugar donde parar, una zona nueva para establecerse. De la tierra maldita a la tierra prometida a través de un río a esta altura mítico en la literatura argentina. La flota de canoas, reunidas alrededor de una balsa llamada La Almiranta, deberá afrontar las inclemencias del tiempo y del hambre. Son guiados por La Mansa, una mujer de pocas palabras que “te limpia los pacúes con una sola mano” y adquiere poco a poco las dimensiones de un símbolo. Los viajeros se mantienen, a veces inexplicablemente, como bajo la tormenta, en la corriente del río, mientras avanzan hacia un destino incierto, hacia una utopía. El narrador es Mandarino, “Cronista Mayor del Desamparo y Cartógrafo de una Sola Línea”, quien viaja junto a su padre, un hombre menguado cuyas intuiciones tienen visos oraculares. Los personajes están construidos con trazos simples, resultado de la repetición de atributos o rasgos, como epítetos, al modo marechaliano, que prescinden, sin embargo, de verdadera densidad psicológica. Porque Mandarino se ofrece a ser leída como parte de un ecosistema de textos de la reciente literatura argentina, que ha trazado ya sus límites simbólicos con admirable precisión.
Hay, sin embargo, un aspecto singular en la novela de Pérez que consiste en su apelación al tono y a la cadencia de la oración, en su antiguo sentido religioso, al que Pérez suma un tratamiento paródico del estilo de las antiguas crónicas de Indias, señalado por la profusa incorporación de arcaísmos puntuales (“tengo el mi corazón débil y las mis manos como encremadas y el mi cuerpo es una bandera toda desmigajada”; “el andar daquestos días es a los tropezones”) en enérgico contraste con otros términos (“secreter”, “echarpe”, “reel”) que anclan la novela a un pasado más reciente.
El pasado reconstruido de Río de las congojas (1981), la novela de Libertad Demitrópulos, el idioma de Eisejuaz (1971), de Sara Gallardo, su búsqueda mística o, más bien, los ecos presuntos de estas obras, son el marco de referencia de Mandarino, novela con la que Pérez se suma a una conversación de circunstancias cuyos interlocutores no parecen estar, sin embargo, en la literatura del pasado, sino en el más actual panorama literario argentino.
Ezequiel Pérez, Mandarino, Eterna Cadencia, 2023, 144 págs.
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