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Tres amigos se internan en las islas que el Paraná forma en la zona de Rosario, a pescar: Darío, el Tarta y Marín, un jovencito al que enseguida apodan “Wachín”. En adelante, todos los pequeños contratiempos que se enhebran en el presente de esa excursión (más las anécdotas, reflexiones y recuerdos que intercambian los compañeros, un complejo entramado que incluye creencias populares, música, historias de aparecidos, Juanele Ortiz, Leo Mattioli y Tarragó Ros) intentarán sostener la narración ¿de un vínculo?, ¿de un viaje?
Los tres recorren las islas y los lectores nos enteramos de las particularidades de los personajes y de su visión del mundo, principalmente las de Darío. Este hijo de paraguayos lleva consigo un volumen de la Obra completa de Juanele, ensaya versos propios en un cuaderno, cree en los fantasmas y en la magia, en una suerte de discusión entre la tradición letrada y la oral, que Darío parece zanjar con una declaración rotunda: “Estos sueños no son restos diurnos, son mensajes, noticias. Entenderlos es un valor; requiere una nueva sabiduría acerca de las cosas… Yo creo en los curanderos, Wachín. En los curanderos analfabetos, en los indios. No creo en los curas, creo en los curanderos. ¿Viste esos dos que andan cazando?; esos dos son re sabios, Wachín. Cuando los chetos me dicen giladas sobre creer en la magia les cierro el culo enseguida: ¿Acaso no vivimos en un mundo controlado por la magia negra del capital?”.
La voz del narrador es homologable a la de los personajes, que en sus conversaciones evocan y convocan costumbres, tradiciones, historias particulares de una geografía hídrica relevante en la literatura argentina. Pero a diferencia de otros textos y autores, a esta altura canónicos, la novela de Castells no se apoya en la cultura libresca sino en la popular: Plata y escama despliega un verdadero cosmos mesopotámico y guaraní del que los no iniciados pueden participar a medias. Aunque su intención no sea didáctica, la acumulación de referencias geográficas, legendarias, musicales y pesqueras proporciona abundante material regional para lectores urbanos.
Por más que Plata y escama cuente con epígrafes de Juanele y Leopoldo María Panero, dos poetas que podrían pensarse en las antípodas, entre los cuales podría colarse una narrativa propia, la apuesta de Castells parece residir en el escamoteo de las referencias literarias para abrevar en la herencia cultural de los habitantes originarios del Paraná.
Flaubert aspiraba a escribir una novela “de estilo”, sobre nada, sin asunto. Plata y escama parece más extrema en su propuesta: una novela que también renuncie a la escritura, para poner en primer plano la defensa de una cosmovisión, una novela donde el lenguaje se vuelva un obstáculo menor.
Mario Castells, Plata y escama, Caballo Negro, 2024, 90 págs.
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