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Este libro está compuesto como un ejercicio coral, móvil, como si las frases, citas, con o sin comillas, los estribillos, formaran una coreografía. Las repeticiones se juegan a la diferencia en esas apariciones en contextos desplazados, cuyo enunciador se desconoce.
También los lugares se superponen, y es tanto Cuba, como el Cabo de Hornos o la Isla de los Estados. También las locuciones y giros verbales se repiten y varían, y abarcan frases que van desde una Virginia Woolf traducida, con giros de diferentes partes de Latinoamérica, a la construcción de un lenguaje poético que busca en el collage de contextos heterogéneos (frases de Cixous, Szymborska, Orozco, Urdapilleta, Kundera, Yourcenar, entre otros) la chispa del sentido, y el agotamiento del estereotipo: aparecen así figuras de mujeres, escritora, madre, amante, hija, valoraciones sobre las mujeres, imágenes de mujeres dichas por las voces sociales, y la voz de unas mujeres que se buscan en esos intersticios, preguntan, dudan. Pero, sobre todo, escriben, ahí donde escribir se vuelve un verbo intransitivo. “¿Si tienes la pasión de la poesía eres una monstrua en el amor? ¿cómo se autoriza una misma en el amor?”, dice la autora en el apartado IV, y la protagonista de Orlando se había preguntado: si el marido está ausente, ¿es eso un casamiento? Si una quiere a otras personas, ¿es eso un casamiento? Si una quiere escribir versos más que nada en el mundo, ¿es eso un casamiento?
Es una puesta en escena de la pregunta por ser una mujer, una cubana, pero también un Bildungsroman sin solución de continuidad, en el que las que enuncian se dicen y desdicen, se buscan, se pegan y despegan etiquetas, para llegar a una única certeza: una mujer escribe con sus voces, en la línea de la madre, de la hija, la esposa, la amante de una mujer, la madre de un niño.
Lo que da a luz es una visión hecha de retazos o fragmentos que no forman un todo, pero que asumen posiciones variables como en un caleidoscopio: “Nadie imagina que otra lengua habla por ellos pero mi deseo no tiene emociones sino hechos”.
Si al final se explica el origen —un trabajo de reescritura pedido por un director teatral, una actualización del capítulo seis del Orlando de Virginia Woolf, el capítulo en el que la protagonista se convierte en mujer y también en madre y también en escritora, y se busca en esos lugares por medio de la palabra—, de todos modos el origen es sólo el pretexto para la emergencia de una escritura poética, que va de la prosa al verso, y vuelve, cada vez, como interrogación. “Escribo La Encina contra la literatura; contra los poetas y los políticos. Pero ¿qué es el amor?, ¿para qué la vida? Un libro siempre se hace estas preguntas”, dice.
En el camino desarma la lógica de los sentidos establecidos, estalla imágenes, afirma el cuerpo, se mueve como el deseo. Y eso es lo que transmite: la inquietud de un sí en quien la pregunta por la identidad es pregunta por el cuerpo, pero también por la memoria, la lengua, la patria (la isla), los legados, y la respuesta consiste en decir que esa identidad no es una, es una tensión dialógica entre los discursos, siempre al lado de alguien más, siempre atenta a su punto de fuga, en que lo uno se deshace para recomenzar, en perplejidad, incertidumbre, paradoja. “No hay siempre y nunca, no hay todo o nada / no hay yo / no hay automatismo ni rutina / nadie hunde la cama / ni devuelve las rodillas a su postura vertical”.
La vida, la escritura, es el trayecto, un torbellino que arrastra. No hay clausura posible, sino en la muerte, en la etiqueta, en el género definido. La poesía es lo demás, no una salvación, sino precisamente el espacio donde poner a dialogar, donde llevar a cabo —sin concesiones ni a la gramática, ni a la lógica o a la sintaxis y menos al sentido— una investigación, cuyo resultado es el trayecto en que una vida se dice en tono interrogativo, se encuentra en las antecesoras, y busca legar un lenguaje que sea ese volverse siempre sobre sí como una política del estallido, porque “Los niños se salvan pero las palabras no / las palabras se oscurecen y se vuelven piedras ellas también”.
Nara Mansur, Tres lindas cubanas, Alción Editora, 2022, 137 págs.
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