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El bosque infinitesimal

Julián López

LITERATURA ARGENTINA

En este nuevo libro, Julián López despliega la exquisitez de su prosa dentro de una estructura novelística distinta de sus anteriores, en la que ciertos elementos clásicos del género son utilizados en combinaciones ad hoc.

Si bien ubicado en una imaginaria ciudad de Europa del Este, al igual que en Una muchacha muy bella y en La ilusión de los mamíferos, el relato nos llega por boca de su protagonista. Se trata de un médico decimonónico que, junto con un colega mayor, buscará realizar un experimento sobre el cuerpo de un vagabundo. En su racconto, y como en sus pares de las novelas anteriores, la fruición de los objetos y los vínculos se encuentra siempre mediada por la descripción, la reflexión y la adjetivación, y a través de esa ósmosis el mundo se vuelve tangible, tanto para el personaje como para el lector.

Narrador y lenguaje se retroalimentan, tienden redes en las que los colgajos del mundo quedan atrapados; hilos brillantes, refinados que se traman con firmeza y sigilo para degustar las porosidades de lo externo. No obstante, a medida que la novela avanza se comenzarán a sentir los límites del discurso médico-biologicista y el sueño se erigirá como la única posibilidad de descifrar una interioridad cavernosa: enredado en un terror onírico, el protagonista se volverá un capullo, una pupa, una ninfa y se encajará fatalmente en la fluctuación, encendiéndose entonces el haz de las relaciones que lo tienen por centro.

En términos deleuzianos, las vías que unen al narrador con el resto de los personajes representan un devenir minoritario. Gut, el vagabundo objeto de las investigaciones, lo espeja en su animalidad; Ávida, la sirvienta, lo hace en su fragilidad y su delicadeza; Blavatsky, el viejo mentor, proyecta el futuro de inevitable decadencia; y Rufus, el enclenque compañero de cuarto, no sólo refleja la homosexualidad descampada, sino también el sometimiento, la reducción del macho. Yendo hacia ellos, el varón blanco, joven, urbano, científico y heterosexual se ve a sí mismo como un hueco en el corazón de la existencia, una herida sin sangre ni puñal.

Este no-lugar se palpita en toda la persona del narrador. Ir hacia los otros, incluso bajo la forma de la vampirización o la conquista, se transforma en el único movimiento en el que su ser se materializa realmente: “lleno mi boca de nieve, el modo en que se derrite, de ese modo quisiera derretirme en vos”. Afuera o en el sueño, donde el discurso no lo contiene, es donde hay verdadera estancia: “Me sentí desnudado, no digo desnudo, lo que sentí fue la ráfaga de una verdad que me desnudó de cuajo y se llevó cualquier afeite que me sujetara, cualquier identidad que se construyera sujeto”.

En este despojo de la voz narrativa, el juego estructural de la novela adquiere su fuente y, paralelamente, colabora con la consumación de la pérdida. La división entre tiempo cronológico y tiempo onírico, a la par que dispara dos esferas demarcadas, hace converger la subjetividad del personaje, sirviéndose para ello de vasos comunicantes que fluyen a espaldas a este. Una fracción de ese velamen actúa incluso sobre el lector —a la hora de seguir el hilo de la historia—, aunque gracias a esa parcelación es que este detecta tanto el cimiento pulsional como la cobertura de represión que el protagonista produce sobre sí mismo, igual que “un guante negro en un fondo de ultramar y sin estrellas”.

El bosque infinitesimal apuesta así a manifestar una sensualidad hasta el extremo y a revelar la cuota de horror que yace en el fondo de todo goce. Y si consideramos el mandato de disfrute y realización enquistado sobre una gran parte del planeta, valdría agregar que, pese a su lejanía temporal y espacial, la deconstrucción que nos plantea tiene mucho para decirnos hoy respecto a las dimensiones desconocidas de lo humano, ya que como lectores nos hace ingresar a un sitio en el que también se suspendería la regla del hacer en pro de una inutilidad resplandeciente: “Yo bajaba pero lo que descendía no era yo, ¡claro!, lo que descendía era el mundo verdadero que palpitaba en el sótano. ¡El mundo sin ley! ¡Por fin!”.

 

Julián López, El bosque infinitesimal, Random House, 2022, 224 págs.

20 Jul, 2023
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