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Una brecha de intrigas y curiosidad —y una sonrisa— se dibujan entre los epígrafes de Juan Perón y Jane Austen, ambos con foco en la superior entidad del amigo, que abren esta novela de Julio Boccalatte, periodista, escritor y editor con pasado en las redacciones de Télam, Olé y Perfil, ganadora del segundo premio del Concurso de Letras del Fondo Nacional de las Artes en 2024. ¿Qué camino narrativo puede recorrerse entre esas dos guías como guardarrails? El de la amistad, claro. El de la amistad no como una teoría general de las relaciones humanas sino como una práctica activa reforzada en torno a una mesa, una cama, el auto de uno o una esquina —acaso también una edad, esa en la que los vínculos parecen indestructibles— y este relato.
Los amigos son cinco: Tanque, Farías, Dani, el narrador y Pibe Okey (el porqué de tamaño sobrenombre es una microhistoria que sería inoportuno anticipar). La zona, un barrio-frontera en el límite entre Lanús y Avellaneda. De allí se levanta una neblina como hecha de nostalgias por un progreso pyme ahogado en la matriz dominante de la patria financiera. Hay un balancín, el puntapié de una ilusión fabril. Hay un galpón desolado que lo contiene como una ruina del futuro y hay una escena desgarradora en la que una grúa lo monta sobre un camión que se lo lleva. La atmósfera, en general, tiene ese costado lúgubre. Sin embargo, Una foto los seis con el lobo en la rambla no es triste ni contagia pesadumbres. En cambio, de alguna forma muy particular —el velorio productivo es la contracara de otro igualmente humano—, resulta festiva. Lejos, lejísimo de cualquier sublimación.
Su tiempo es una época incógnita que se percibe iterativa, la catástrofe en ciernes de hoy, el 2000 o 1995 como fondo. La ausencia de un almanaque es parte de esos aciertos compositivos que la pegan y la despegan de un referente documental. Y si el escenario diera lugar a una especie de barrialismo, uno sin clichés ni camellos en el desierto, cosa que se logra gracias a una cierta estilización de la oralidad como tono dominante entre otros recursos, y que importan una extrañeza semejante a la que en su momento proyectó Pizza, birra, faso, por ejemplo, ese barrialismo sonaría la vez genuino y entrañable, sin fosforescencias, fruto de la sensibilidad del narrador protagonista y del vínculo que la novela a veces expone y a veces sugiere entre personajes y personas, personajes y gestos, personajes y lugares y cosas.
Movida por una forma compleja y nada difícil —historias en paralelo, montajes, tiempos alterados pero convergentes: toda una arquitectura que tiene como objeto diferir la intriga—, el punto culminante de la novela es una exageración; la ejecución de un protocolo cuyo compromiso desafía el propio concepto de amistad y de lo que cada uno de los protagonistas está dispuesto a hacer en su nombre. Ese desafío tiene dos caras. Una involucra la foto de Roberto Perfumo y su firma. La otra tiene como eje también una imagen, o dos. Resulta que hubo una vez un viaje a Mar del Plata que los amigos planearon. Un accidente hizo que fueran cuatro y no cinco los que llegaran a La Feliz y una foto dejó prueba doliente de ese resultado inoportuno. Otra desgracia, una enfermedad que es una sentencia de muerte para uno de los del grupo es la señal que pone en marcha el plan para reparar esa falta. ¿El objetivo? Lógico: una foto los seis con el lobo en la rambla. El sexto pasajero es el “Triste”, un perro que tiene su parte en la historia y casi se queda abajo en la huida, toreando a uno de los de la funeraria. Pero sube, a último momento sube atrás de Pibe Okey y le olfatea la cabeza reconociéndolo, pese a todo, como con una caricia.
Julio Boccalatte, Una foto los seis con el lobo en la rambla, Ediciones Al Arco, 2025, 136 págs.
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