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Hay muchas maneras de abordar narrativamente la infancia, pero tal vez la que elige dar voz a los niños sea la más sugestiva. Son inolvidables los narradores niños de Silvina Ocampo, que en el juego de crueldad e inocencia adquieren matices siniestros. O el de Secretos de familia, de Graciela Cabal, donde la voz de una niña se hace cargo de narrar los avatares de una familia en tiempos del primer peronismo. Más acá, Laura Alcoba, desde una perspectiva política, reconstruye en La casa de los conejos la vida clandestina de una niña, hija de montoneros, con una voz sinuosa que se vuelve adulta por momentos.
En Yo soy aquel, de Osvaldo Bossi, no hay un interés fantástico, ni documental, ni político. Desde una perspectiva señaladamente autobiográfica, estructurada a partir de una voz infantil, el relato consigue revivir el soplo maravilloso de un universo doméstico, donde la realidad más adversa puede proveer minucias atesorables. “Abro los ojos, cierro los ojos”: la mirada del narrador, duplicada a través de sus anteojos omnipresentes, convierte la aspereza de lo real en un ensueño donde, como en la transformación de los superhéroes, basta con cerrar los ojos para entrar en otra dimensión de las cosas. Más que una novela que aborda la infancia, parece que la infancia tomara por asalto Yo soy aquel. Como en un cuento infantil, con un fraseo que parece aéreo, Bossi construye, en capítulos breves, el recorrido de un personaje entrañable: Os vive situaciones donde la violencia y el dolor siempre son concisamente referidos; están allí, pero atenuados por la dinámica de la amistad, otro elemento central de la novela. Luis y Santiago, los amigos de Os, uno de los cuales existe ambiguamente entre la fantasía y la realidad, son los interlocutores privilegiados de un protagonista que experimenta situaciones transfiguradas bajo su mirada hipersensible; así, Os tiene un diálogo con Neil Armstrong la noche del alunizaje, escucha el diálogo de las hormigas, se sorprende con un duplicado de su padre, recorre con un ángel las alturas… No intuimos en estas licencias fantásticas un inútil deseo de volver el mundo un lugar menos cruel, sino la potencia misma de lo infantil; sólo donde se inscribe la marca violenta de la iniciación sexual el relato pasa a la tercera persona, una astucia gramatical que vela pero no oculta.
El escenario en el que se despliega Yo soy aquel es el de la carencia, con sus casillas de chapa, su carro de botellero, sus tortas fritas llenadoras. Nos recuerda el espacio que Bossi ya había esbozado en El muchacho de los helados y otros poemas (2006). Una carencia que no es vivida como dolorosa o injusta, sino como el único universo de esa infancia y, por eso mismo, tan variado y suntuoso como la memoria y la imaginación puedan construirlo. Pese a ser territorio de desdichas, de descubrimientos y de perplejidades, la infancia nunca pierde del todo su poder fantástico, su invencible felicidad.
Osvaldo Bossi, Yo soy aquel, Nudista, 2014, 112 págs.
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