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La infancia se lee como un libro de la mexicana Jazmina Barrera, aunque sea una de las compilaciones que integran la colección Miradas de Gris Tormenta. Los volúmenes temáticos con curaduría de escritores hispanoamericanos —la locura por Vila Matas, el olvido por Margo Glanz— evocan las selecciones destinadas a la erudición de entrecasa o, con más benevolencia, los casetes grabados para compartir lo que nos gusta.
La infancia se define por el criterio “egoísta” de selección, en palabras de su autora, que hace del libro un álbum de retazos o de hits. Algo así como el Cuaderno de faros con el que Barrera se introdujo en nuestro campo editorial. Donde había faros, acá hay textos que dejan adivinar escenas autobiográficas de lectura, que serían como las crónicas de viajes del otro libro.
Los fragmentos elegidos tienen un orden arbitrario en el índice y otro que se puede imaginar según su relación con la infancia: los que tratan de reconstruir o inventar la de quien escribe (Jean-Paul Sartre, Emma Reyes, Verónica Murguía) y los que crean personajes niños (J.M. Barrie, Helen DeWitt).
El libro entero podría pertenecer a una cuarta categoría: la proyección en las lecturas de infancia (Peter Pan) y en las que invitan a evocarla. Por eso Barrera empieza la “Presentación” narrando el momento en que se dio cuenta de que iba a dejar de ser niña y cita a su hijo algunos párrafos más adelante.
La operación temática produce una mezcla: Wendy, el personaje de Peter Pan, está a la par del Sartre protagonista de su autobiografía Las palabras y de la propia Jazmina. Todos son niños escritos. La primera y la última comparten el descubrimiento con el que empiezan este libro y la novela de Barrie. Wendy también sabe que va a crecer. Por eso el libro comienza con ese fragmento, no por razones cronológicas —es el más antiguo, aunque el criterio no tenga continuidad—; tampoco el recorte se justifica porque sea el primer capítulo —aunque esto se repita casi siempre—. Peter Pan pone a los lectores en estado de infancia. Somos un poco como Wendy, quizás seamos como Jazmina.
La infancia se puede leer de esa manera. En el fragmento de El último samurái, de Helen DeWitt, una adulta se vincula con su hijo a través de la película del título. La elección de la primera novela de la escritora norteamericana es una arbitrariedad, pero funciona, porque da un paso fuera de la infancia protagónica hacia el yo adulto de los lectores y hacia la madre que es Barrera, como consta en su libro Línea nigra y en el prólogo de este. El resto evoca la infancia de sus autores: las cartas de la colombiana Emma Reyes a Germán Arciniegas; el ensayo de Verónica Murguía, mexicana y escritora para infancias, que es otra forma del vínculo (como la maternidad y el recuerdo); la autobiografía de Sartre, que empieza con el niño que lee. La lectura de La infancia es esa proyección hacia el pasado, un efecto espejo que está detrás del interés por los yoes que proliferan en la literatura contemporánea.
Una última operación de mezcolanza pone a Barrie y Sartre en continuidad con autoras que pueden ser nuevas para los lectores. El montaje hace de Barrera la autora de un libro latinoamericano porque incluye a Reyes y Murguía y porque en él todas las lecturas funcionan juntas.
Cinco miradas sobre las infancias, selección y presentación de Jazmina Barrera, Gris Tormenta, 2025, 160 págs.
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