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En el principio, dice Rosana Schoijett, están Los sueños de Grete Stern, la fabulosa serie de fotomontajes que la fotógrafa alemana compuso en los años cincuenta para ilustrar los sueños de las lectoras de la revista Idilio. Por obra del montaje, ese pase de magia que desde dadá y el surrealismo hace hablar al encuentro inesperado de lo diverso, las mujeres de la serie podían reconocerse oprimidas y a la vez soñar con liberarse, una utopía de emancipación latente en el ensamblaje de las imágenes.
También Schoijett abreva en esa potencia proteica y política del montaje, pero sus sueños son más ambiciosos. Desde los primeros de hace ya una década pero sobre todo en los últimos, dispuestos en una sala luminosa de Malba Puertos, sus collages quieren reunir naturaleza y cultura, un empeño de muchos artistas de hoy que, sensibles al descalabro ambiental, quieren correr al ser humano del centro de la escena y explorar nuevas formas de hibridación e interdependencia con la naturaleza. A ese espacio abierto a todas las especies capaz de imaginar una proyección futurista del presente —una metamorfosis—, el filósofo Emanuele Coccia lo llama “museo de la naturaleza contemporánea”. Sería un buen título para los fotomontajes de Schoijett que, antes que reunir al modo surrealista lo que la razón separa, dan entidad material a un sueño de convivencia, una fluidez en la que lo heterogéneo se reúne sin perder sus formas y su sustancia. “A través del arte”, escribe también Coccia como si adivinara el deseo secreto del montaje, “toda sociedad construye algo que todavía no existe: ya no reflejando armónicamente su propia naturaleza, sino ensayando una reproducción diferente de sí misma”.
Pero pegar las piezas recortadas, como insinúa el nombre técnico en la tradición del género, collages, sería un recurso impropio, demasiado fácil para una ambición tan desmedida. En los tres retablos y las nueve obras más recientes que se reúnen en Ensayos naturales II la técnica de montaje de Schoijett es tan personal y elocuente como el título de la última serie, Croma-crash Psicocompost. No es el cut and paste pionero de Hannah Höch, Kurt Schwitters o Stern, ni el de los collages antifascistas de John Heartfield o los de Martha Rossler durante la Guerra de Vietnam, ni tampoco el sucedáneo digital con que el photoshop allanó el camino en el nuevo siglo. Mucho menos el resultado de un prompt con el que Dall-E o DeepAI pueden figurar virtualmente en segundos las mezclas más aventuradas. Y menos aún la consecuencia azarosa de las “alucinaciones” surreales de un algoritmo. Porque antes que alucinaciones, precisamente, las piezas de Schoijett son sueños lúcidos, que han encontrado una forma más laboriosa para materializarse fuera de las pantallas, acorde con el desafío mayor de reconciliar la naturaleza con la cultura.
Recortando minuciosamente con cúter de precisión láminas de enciclopedias de arte, viejas revistas de divulgación de botánica o geografía y catálogos de moda, cosiendo los recortes con hilo y aguja hasta componer piezas ligeramente tridimensionales, Schoijett metamorfosea los hallazgos en combinaciones sorprendentes que guardan la verdad indicial de las imágenes fotográficas y a la vez imaginan nuevas, suturando imperceptiblemente formas del arte clásico, la cultura popular y la moda —el acervo humano— con formas naturales igualmente prodigiosas. Todo es verdadero y al mismo tiempo fantástico. Todo es reproducido y a la vez único. Todo está invisiblemente reunido en los frentes y al mismo tiempo visiblemente compuesto en las redes de hilos entrecruzados de los dorsos. Como las raíces de las plantas, los enveses son un segundo cuerpo escondido, esotérico, un doble semioculto que hace posible lo que aparece en la superficie.
Pero ¿qué es finalmente lo que el fotomontaje reúne? El recorrido se abre con una celebración de la potencia vital, cromática y formal de las plantas, la mayor fuerza cosmogónica del planeta. Tres retablos la reverencian con devoción religiosa y el tríptico de los paneles insinúa, como un libro abierto, un posible relato milenario de la evolución de las especies. Delgadísimos juncos entre nenúfares dan relieve a un bajo del delta del Misisipi; unos nepentes con sus inverosímiles copas carnívoras resaltan en un pantano de Florida; orquídeas multicolores destacan en un bayou, como ostentando el capricho de sus contornos. Es sólo el prólogo a un montaje aún más audaz que quiere reunir lo que siglos de cartesianismo han separado y celebrar con el sutil predominio de amarillos, azules, verdes o magentas en cada una de las piezas uno de los mayores dones del mundo natural, la paleta ilimitada de colores. Un manto de especies variadas de rosas y siemprevivas de montaña cubre la Venus dormida de Giorgione; un ramillete tupido de retamas y alisos se entrevera en una sinfonía de amarillos con el manto de La sinagoga de Konrad Witz y otras telas de Ingres y Goya; las asombrosas formaciones rocosas del Cañón Bryce de Utah se mezclan con fragmentos de diseños de alta costura al tono. Y hasta las audacias multicolores de la moda compiten con la gama infinita de las flores. Un sweater rayado de la colección otoño-invierno de Versace fotografiado en los jardines de la Mansión Playboy apenas se distingue detrás de un vergel de flores de jacarandá, agapantos, gencianas y enebros.
No es casual que en las composiciones abunden las flores, espacio por antonomasia de mezcla de lo dispar para engendrar algo nuevo. El trabajo tenaz de Schoijett, como los hilos que se dejan ver en los dorsos, trama redes que auspiciosamente prefiguran un futuro igualmente capaz de engendrar algo nuevo. Un conjuro y una ofrenda. “La naturaleza”, escribe también Coccia, “no sólo es la prehistoria inmemorial de la cultura sino su futuro no realizado; su anticipación surrealista”.
No muy lejos de la sala que reúne los collages, hay un lago y una reserva natural sobre el río Luján —un corredor biológico que alberga cientos de especies naturales—, y más cerca todavía una “reserva técnica”, espacio de guarda de obras de la colección del museo abierto al público. Como en un eco de los montajes de Schoijett, la palabra “reserva” las reúne. Hay también más de veinte esculturas e instalaciones de gran escala sembradas en los espacios abiertos, y hasta una Sala del Bosque, con muestras al aire libre que se recorren caminando en medio de un bosque de alisos. Si la voracidad destructora del ser humano y los cataclismos naturales que ha desatado lo permiten, las reservas seguirán ahí prosperando y las obras de arte argentino seguirán conviviendo con los bosques. Pero hay que ver los collages de Ensayos naturales ahora mismo, antes de que en la sala vidriada los sueños amorosamente compuestos por Schoijett se desvanezcan.
Rosana Schoijett, Ensayos naturales II, curaduría de Alejandra Aguado, Malba Puertos, Escobar, 14 de diciembre de 2024 – 9 de marzo de 2025.
Imagen: C #144 (Versace Fall Winter, 2001 / Plantas y Flores, Sarpe, 1980), de Rosana Schoijett.
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