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Pedro Lemebel (1952-2015) —travestido, filocomunista, escritor punzante— no necesita presentación. Desde Buenos Aires, el chileno Gonzalo León ha recopilado, en el libro Lemebel oral, las entrevistas que el antaño integrante —con Francisco Casas— del dúo performático Las Yeguas del Apocalipsis concedió a diarios, revistas o radios de Chile y otros países. Si no todas, casi: van de 1994 a 2014. El libro es ya un referente sine qua non para entender a este autor de taco alto que bailó descalzo sobre vidrio molido, años antes de sus deslenguadas crónicas de La esquina es mi corazón (1995), Loco afán (1996) o Adiós mariquita linda (2004), o de la novela Tengo miedo torero (2001).
Dijo una vez: “Yo nunca nací, yo siempre estuve”. Y antes de morir: “Estamos para quedarnos”. El libro empieza con un texto de Mili Rodríguez, siguen los de Claudia Donoso, Faride Zerán, Daniel Hopenhayn, Álvaro Matus, Javier García… Cuarenta entrevistas que concluyen con la de Catalina Mena, donde Lemebel afirma: “Yo nunca fui feliz”. Luego, post mortem, una evocación de Tevo Díaz, una charla con su hermano Jorge Mardones y un notable posfacio del argentino Alejandro Modarelli.
¿Fue infeliz? “Yo no conozco la palabra amor”. Intuimos que ser o sentirse “feo” (su opinión) fue para Lemebel una herida esencial. El sexo era una pulsión urgente, personal, y una marca de rebelión social, una guerrilla del cuerpo. Pagando o no, en el paisaje urbano de las orillas. “En todas partes hay una loca. […] un nomadismo del deseo homosexual que rearma la ciudad constantemente”. Un deseo igual top: Lemebel, a la maleta, besó en la boca a Joan Manuel Serrat. Y a García Márquez, de quien le quedó “un sabor a insectos muertos”.
De eso y muchísimo más habla aquí. Teoriza no poco: “La loca [es] una hipótesis, una pregunta sobre sí mismo”. Tal vez, misma. ¿Lemebel se siente más mujer que hombre? “Ni hombre ni mujer. Un devenir cambiante, una sexualidad en fuga”. Zigzagueante, enfatiza.
Su registro descollante es la crónica. Autobiográfica, política, sociológica, poética. Creó un lenguaje barroco/popular donde los sustantivos son adjetivos o se vuelven verbos. Popular, dice, pero lo estiliza a tal punto que cabe preguntarse cómo lo lee un supuesto “lector popular”. ¿Elite popular? ¿Lirismo sórdido que aprecian otros escritores? ¿Prejuicio nuestro?
“Nada es contable un ciento por ciento”, declara contra la curiosidad biográfica: “Mi crónica tiene una dosis de inventiva delirosa que la hace más literaria y protege el texto del periodismo soplón”. Sobre el cacareado “orgullo gay”, es cáustico: “Ser homosexual no garantiza nada, como tampoco ser mujer. Hay homosexuales siniestros”, que “[se adosan] al poder por conveniencia”. La misma palabra “gay”, tan florecida en democracia, le suena cursi, tonta, agringada. Prefiere “loca, marica, mariquita, niña, coliza”. ¿Fleto? Homofóbico. ¿Y maraco? Wákala: “No te pego, maraco, porque tenís SIDA”, díjole el diputado UDI Patricio Melero, olvidando la estrategia electoral piñerista.
¿Un símbolo patrio? En la Esmeralda de Arturo Prat, recuerda, sólo se salvaron dos homosexuales que estaban “en lo suyo”, según un “examen anal que hizo un médico”.
Lemebel oral, sí, pero a menudo da la sensación de responder por escrito. Fue así cuando la enfermedad le robó la voz. Dijo su médico que ese cáncer fue estimulado por las innumerables felaciones efectuadas por el escritor. Lemebel oral a toda raja: no podía ser de otro modo.
Gonzalo León (ed.), Lemebel oral. Veinte años de entrevistas. 1994-2014, Mansalva, 2018, 240 págs. (Una versión de esta reseña se publicó en Las Últimas Noticias, Santiago de Chile, el 26 de octubre de 2018).
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