LITERATURA IBEROAMERICANA

En 1992, el peruano José Carlos Agüero se despidió de su madre en la puerta número tres de la Universidad de San Marcos. No volvería a verla. “O más bien sí. Luego, muerta. Con tres balas en su cuerpo menudo de un metro cincuenta”, escribe. El certificado de defunción especificaba: shock hipovolémico. Silvia Solórzano, su madre, había militado en Sendero Luminoso. Su cadáver apareció en una playa de Lima. Unos años antes, en el bombardeo del penal El Frontón (1986), había muerto su padre. Su cuerpo nunca fue encontrado. Entre ambos cadáveres —uno baleado, otro desaparecido en una isla convertida en cementerio—, Agüero intuye que la persona misma, esa convención moderna que suponemos estable, es en realidad pura incertidumbre. Así, Persona —publicado en Perú en 2018, reeditado en 2025 en Chile y España— se construye como un libro fragmentario hecho de aforismos, viñetas, mapas, restos. La forma es consistente con su pregunta central: ¿qué es una persona cuando el cuerpo no resiste? ¿Puede haber narración donde no hubo garantía de permanencia?

Agüero comienza por reconstruir las rutas de sus padres por Lima, “un mapa, para sentir que no habíamos vivido en vano. Para fingir que por donde pasamos dejamos algo nuestro: una huella”. Ricardo Piglia identifica en esta labor detectivesca una de las formas primordiales del relato: la reconstrucción de una historia a partir de huellas dispersas en el presente. El primer narrador, dice Piglia, fue alguien que leía signos. A esa reconstrucción la llama “el relato como investigación”. El detective, dice Piglia pensando en Edipo, descubre que la historia ausente que debe reconstruir es la de su propia vida. Agüero sigue esta estructura edípica: rastrea documentos legales, elabora mapas, visita la isla donde su padre fue asesinado. Pero mientras Edipo alcanza la verdad terrible de su identidad, Agüero descubre que cada huella lo conduce a puros fragmentos: “pedacitos de hueso, grumos, astillas”. “¿La esencia de alguien?”, pregunta.

El diseño de una vida: eso busca Agüero en los restos de sus padres. La filósofa italiana Adriana Cavarero interpreta un relato de Karen Blixen que parece ofrecer una respuesta. En el relato, un hombre corre en la oscuridad para reparar una fuga en un dique cerca de su casa. Sin saberlo, sus pasos dibujan la silueta de una cigüeña que descubre a la mañana siguiente. La vida, dice Cavarero, es un diseño retrospectivo. Sólo cuando el recorrido termina emerge el sentido que quien caminaba nunca pudo anticipar. Para Cavarero, son los otros —los que quedan y pueden ver el diseño completo— quienes cuentan nuestra historia. En Persona, Agüero intenta reconstruir la cigüeña de sus padres. Marca en mapas de Lima los lugares donde vivieron, militaron y murieron. Pero pareciera descubrir que la lluvia borró sus huellas. No queda diseño reconocible.

Tal vez por eso abandona el rescate del sujeto perdido. Y propone en cambio habitar su fragmentación, compartir su condición de resto. “Los sujetos se deshacen. Asustados, cobardes, cogemos sus huellas, sus reflejos, sus vestigios, sus despojos”, escribe. La persona ya no es una unidad garantizada, es una convención que la violencia destruyó. En este mundo de cuerpos rotos, los dientes cobran vital importancia: “Guarda tus fotos. Y procura sonreír. En el futuro tus dientes serán más importantes que tus ideas. Servirán para que te comparen con mandíbulas diversas”. Las fichas post mortem y los odontogramas se vuelven el único mapa honesto. Una caries, una cicatriz, una fractura antigua pueden marcar la diferencia entre ser o no ser identificado. “Tu cuerpo puede ser destruido. Empieza a dejar huellas en él. Un cuerpo limpio, sano, amado, será mañana un NN”.

Compartir la condición de resto implica también rechazar narrativas heroicas que restauran la completud de los sujetos. Esto implica rechazar tanto la épica revolucionaria de Sendero como la épica contrainsurgente del Ejército. Ambas construyen mártires, héroes y víctimas inocentes. Figuras que restauran el sentido donde sólo hay destrucción. Frente a esto, Agüero propone el silencio como respuesta, no como olvido o ausencia, sino como un despojamiento deliberado. “Compartir con las víctimas, con los destruidos, su posición crítica ante el mundo. Su ser paisaje. Su ser silencio”. Este silencio no calla. Interrumpe sin palabras. Detiene el ruido que produce el poder.

La reedición de 2025 incluye un epílogo que actualiza las preguntas centrales de Persona a través de una imagen conocida por todos: una niña palestina cubierta de tierra carga el cuerpo de su hermana muerta entre los escombros. “No grita, no gime, no mira su casa que ya no está, no se mueve, no se va. A su alrededor sacan más cuerpos de estructuras amansadas por bombas. Ella también va a desaparecer”. En este nuevo mundo, dice Agüero en 2025, “un pozolero trabajando arduo y con misterio para licuar personas, ha pasado a ser nostalgia del trabajo artesanal”. La pregunta de Blixen —¿veré yo o verán otros el diseño de la cigüeña?— pierde sentido cuando los cuerpos se desvanecen antes de dejar huella. No hay diseño posible si no queda suelo donde trazarlo. Ante este presente, se pregunta: “¿Cómo escribir un epílogo para Persona?”. Su respuesta: “Podríamos jugar a descubrir la ruta de los restos, mapearlos, hacer cartografías”, pero en el fondo “No hay epílogo para un cuerpo que se desvanece”. Algo fundamental ha cambiado. Entre el pozolero mexicano y la niña palestina hay una diferencia de actitud y de escala. “Ya no es necesario fingir”. Ni posible. “Las magnitudes tampoco lo permiten”.

 

José Carlos Agüero, Persona, Comisura, 2025, 192 págs.

27 Nov, 2025
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