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Los premios sirven para provocar lecturas. Leí Simone, de Eduardo Lalo, cuando ganó el Rómulo Gallegos: me pareció una novela urbana con una interesante poética del espacio fragmentado, con un gran personaje femenino, pero con demasiadas debilidades como para ser considerada una gran obra. He terminado de leer Prohibido entrar sin pantalones, de Juan Bonilla, gracias al Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, que nace precisamente con la voluntad de eclipsar al Rómulo Gallegos como gran galardón de la novela hispanoamericana. Si Lalo habla en clave autoficcional y minimalista de su propio país, Puerto Rico, Bonilla en cambio ficcionaliza con exuberancia la vida de Vladimir Maiakovski y nos cuenta la historia de Rusia y la Unión Soviética durante las primeras décadas del siglo XX. El resultado es sobre todo una novela, aunque participe de la biografía y de la crónica. Periodismo recreativo donde se omite la investigación y el yo.
Todo el protagonismo recae en el polémico poeta, revolucionario y follador, escandaloso, político, delator y poliamoroso, cuya vida en Moscú y San Petersburgo, con escapadas a Berlín, París, México y Nueva York, tanto se parece por cierto a la de Eduard Limónov. Tanto Emmanuel Carrère como Martin Amis se han aproximado a las vidas, obras, milagros y miserias de Lenin, Trotsky, Mandelstam, Ajmátova, Stalin o Pasternak, en ese trágico y fascinante momento de la historia de la humanidad; pero la estrategia de Bonilla se parece más a la de William T. Vollmann en Europa Central. Se trata de construir una ambiciosa novela en la que (casi) todo esté documentado. Pero si el norteamericano opta por dar voz a un amplio espectro de personajes, en un multiperpectivismo riquísimo, casi embriagador, el escritor español decide centrarse en su protagonista. En su ímpetu vital, que contó con cierta contención gracias al triángulo sentimental que estableció con Lilia y Ósip Brik, y en sus poemas. Con total libertad formal, el texto pasa del estilo narrativo a la reproducción de versos, a la paráfrasis, al monólogo, a la crítica literaria, a la literatura de viaje. Porque el motor es futurista, poético, en armonía con el de Maiakovski.
Sorprende e interesa el lenguaje, también libérrimo, que utiliza Bonilla para contar su historia. Expresiones como “al caer de un burro”, “mierda”, “lo que me salga de los cojones”, ”Jajajajajajajajajajajajajajajaja”, “pendejadas” o “dar el callo” ubican el texto en una zona que han cartografiado también autores españoles como Manuel Vilas o Antonio Orejudo. No se trata sólo de escribir con las palabras de la tribu, sino –tal vez sobre todo– de conseguir que el idioma no caiga en la artrosis, especialmente si lo que se narra reclama nervio y elasticidad.
Juan Bonilla, Prohibido entrar sin pantalones, Seix Barral, 2013, 380 págs.
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