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El Teremín, la Serie y el Boxitracio

Martín Proscia / Pablo Borrás

MÚSICA

Una pequeña perla flota en la liquidez de los flujos musicales de las plataformas que tienden a igualar casi todo. El Teremín, la Serie y el Boxitracio. El disco de los compositores e intérpretes Martín Proscia (saxo alto y barítono) y Pablo Borrás (piano) merece ser detectado entre tantos divertimentos y anacronismos. Proscia y Borrás improvisan y a la vez se desentienden de ciertas implicancias de lo que se espera de esa práctica. Quizá esa sea una de las razones que les dan a las seis piezas su realce.

Recordemos: en 1980, el guitarrista inglés Derek Bailey publica Improvisation, Its Nature and Practice in Music, un libro seminal que propuso aproximarse a una definición resbalosa. La improvisación, dijo, “goza de la curiosa distinción de ser la actividad musical más practicada y, al mismo tiempo, la menos reconocida y comprendida. Aunque hoy en día está presente en casi todos los ámbitos de la música, la información sobre ella es prácticamente inexistente”. La improvisación, reconocía, “está en constante cambio y adaptación, nunca es fija, demasiado esquiva para el análisis y la descripción precisa; es esencialmente no académica. Y, más aún, cualquier intento de describir la improvisación debe ser, en cierto modo, una tergiversación”. Para Bailey había ya en los setenta “algo fundamental en el espíritu de la improvisación voluntaria que se opone a los objetivos y contradice la idea de la documentación”. Dicho de una manera tal vez borgiana: nombrarla era incurrir en la tautología (El Teremín, la Serie y el Boxitracio se exime de hacerlo).

Improvisar es un verbo problemático porque subyace una nebulosa respecto a la inminencia. Desde hace más de medio siglo, y en alguna medida a partir del texto de Bailey, que comenzó a ser escrito en 1975 como parte de los trabajos que realizaba junto con Tony Oxley y Evan Parker (y que derivaron en Incus Records), se distinguen dos tipos de improvisaciones: la idiomática (el jazz, la música india, el flamenco, el rock) y la no idiomática, también conocida como improvisación libre. En principio, habría que incluir el disco de Proscia y Borrás en el segundo casillero. Pero a partir de las propias limitaciones del concepto se presenta algo así como una tercera posición. El improvisador no parte nunca de un punto cero. Eso es imposible. Tiene un capital cultural, un hábito, una red de preferencias y empatías que impregnan el acontecimiento, aunque no hubiera sido completamente prefijado.

En tanto que compositores e intérpretes, Proscia y Borrás (en el caso de Proscia, integrante del cuarteto de saxos Tsunami, una formación vital para la escena contemporánea) tensan la relación entre lo escrito y lo abierto o indefinido, lo direccional y circular. Discuten sin discutir con viejas aprensiones. Luciano Berio creía que la improvisación desnudaba una debilidad metódica y una falta de coherencia. Pierre Boulez llegó a ser incluso más filoso: el improvisador, pese a su reivindicación de la soltura, era rehén de sus aprendizajes: un manipulador manipulado por sus recuerdos de escuchas e informaciones prexistentes. “Es el juguete de su propia cultura”. La altanería del pontífice francés tiene, leída a la distancia, su punto débil y fechado. Se puede también jugar a partir de lo aprendido (también de los fracasos de Boulez y el uso de sus propios términos, tan deleuzianos: lo liso y lo estriado en la música). Se puede aceptar sin sabor a derrota que, si bien no puede existir una improvisación completamente libre, el hecho de admitir las referencias, genealogías y predilecciones es un derrotero sin derrota: puede también redundar en resultados deliciosos.

“Gráficos”, el primer corte del disco de Proscia y Borrás, es en ese sentido ejemplar. Tiene en el título un reconocimiento: algo ha sido pautado de antemano y permite a los músicos inferir cierto punto de llegada a partir de densidades, alturas, repeticiones y diferencias. El mapa es completamente desbordado por el territorio de la experiencia musical. “Boxitracio” es otro punto alto de un disco sin caídas y con riesgos asumidos. “Teremin” le añade otra capa de belleza: sobre un material estático, asoma el imperceptible canto del saxo, un más allá que invita a la cercanía y la frecuencia. La breve pieza se cierra con una nota aguda del piano. Efecto conclusivo que, sin embargo, da paso a una segunda versión de “Gráficos” que funciona, si se quiere, como la manera en que el dúo entiende lo improvisado: aquello que se sale de cauce, acepta el desborde, la imprevisión que es también su propia desembocadura.

 

Martín Proscia y Pablo Borrás, El Teremín, la Serie y el Boxitracio, Acqua Records, 2025.

15 May, 2025
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