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Ni soluciones, ni problemas

ENSAYO

 

Patafísica: epítomes, recetas, instrumentos y lecciones de aparato, selección de textos, prólogo y notas de Rafael Cippolini, traducción de Margarita Martínez, Buenos Aires, Caja Negra, 2009, 354 págs.

 

El ubuismo, y todo lo que le siguió después, parece haber nacido en Rennes, ciudad de la Bretaña francesa, en un colegio erigido en el siglo XI, que estuvo luego en manos de los jesuitas y por donde un siglo antes que Alfred Jarry había pasado Chateaubriand. Allí mismo, entre otras cosas, el oficial Alfred Dreyfuss fue juzgado en 1899 por segunda vez. Pero para entonces aquellos muros ya habían fraguado un folclore estudiantil muy particular, que nació al escándalo el 10 de diciembre de 1896 con el estreno de Ubú rey en París.

Hay que admitir que aquella mitología escolar del Liceo de Rennes, ya cristalizada, según se cuenta, hacia fines del siglo XIX, ha llegado lejos. Una vez procesada y catalizada por la maquinaria Jarry, la broma estudiantil se convirtió en un gólem que originó, a su debido tiempo, uno de los proyectos humanos más notables, resbaladizos, ubicuos y fluidos: la patafísica.

Ubicua –o ubuesca– y fluida como el agua, cuya “densidad positiva” viene a cuestionar tanto absurdo consentimiento universal, esta ciencia de lo particular y de las soluciones imaginarias ha llegado hasta aquí a más de ciento veinte años de la aparición registrada de sus gérmenes. Su persistencia –la persistencia de sus practicantes–, y su instalación en el espacio de los discursos con la seriedad de todos los otros, la sitúan como un objeto y una actitud que, una vez más, resulta interesante enfocar.

Sobre todo si se tiene en cuenta que se acaba de publicar ‘Patafísica: epítomes, recetas, instrumentos y lecciones de aparato, un conjunto de escritos y documentos claves para acercarse a este saber infuso y las maneras en que se da su fuerte vocación institucional. Con “introducción, logística, digresiones y notas” a cargo de Rafael Cippolini, el libro propone un corpus que incluye desde algunos textos canónicos de Alfred Jarry hasta inéditos de dos figuras de profunda influencia en el pensamiento patafísico como René Daumal y Julien Torma, así como materiales diversos que circularon durante años entre los miembros del Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires.

La patafísica se hace enunciado explícito en Gestas y opiniones del Doctor Faustroll, patafísico, obra de Jarry publicada cuatro años después de su muerte. Allí se especifica su carácter epifenoménico, accidental, singular e imaginario, y se la define como la ciencia que se extiende “tan lejos de la metafísica como esta se extiende más allá de la física”.

En el mismo pasaje, se hace notar que la ortografía que conviene a la palabra, “para evitar un fácil retruécano”, según advierte Jarry, es la que la hace preceder por un apóstrofe: ‘patafísica. No es este el único recurso con que los patafísicos intentan neutralizar la posibilidad de que su ciencia sea tomada en broma: su vocación por el absurdo tiene más que ver con la idea del “humor crítico” que con el humorismo o la comicidad, y si aparece la risa, se trata más bien, como señala Daumal, de “la risa frente a la evidencia terrible” de la arbitraria, presupuesta fijeza de un estatuto ontológico que ignora la identidad de los contrarios.

Jarry, a través de Faustroll, enseña que el mundo está hecho de particularidades, de meros detalles, de casos que no pueden ser extrapolados o reducidos por una generalización. Si se acepta la posibilidad de que haya leyes, debe haber una ley para cada caso, infinitas leyes, y por lo tanto ninguna norma, sino un reino de lo excepcional, imposible de ordenar, donde las categorías, los taxones, también son infinitos, y equivalen a nombres propios.

La patafísica revela muy tempranamente la naturaleza consensual de la percepción, el lenguaje y la organización del mundo, de la Weltanschauung, su carácter de convención, lo que Jarry, ávido lector de las publicaciones científicas más avanzadas de su época, denomina “los sentidos de la multitud”. De acuerdo con esto articula un doble ataque: a la lógica científica “seria” (positivista, racionalista) y al sentido común. Ese consenso a demoler, “el consentimiento universal”, que “es ya un prejuicio bastante milagroso e incomprensible”, incluye al arte y la literatura. La manera de socavarlo es admitir la existencia de un principio de equivalencia universal: todo es lo mismo, no hay orden, y por lo tanto, no hay valores ni prioridades.

Ficción al cuadrado: la patafísica empieza como parodia de la ciencia y después monta un aparato análogo que en su negatividad, en su vocación de reverso lógico, termina demostrando el carácter puramente ficcional y azaroso de todo discurso científico. Apenas se entiende que buena parte de la ciencia occidental se apoya en el mecanismo de las “hipótesis ad hoc”, con que sus practicantes han tratado de salvar teorías laboriosamente construidas del acecho de lo particular, se vuelve más fácil aceptar la excepcionalidad absoluta de la patafísica: esta disuelve el dilema demostrando acabadamente que, como decía Marcel Duchamp, “no existe la solución, porque no existe el problema”. O bien según la variante que el patafísico argentino Álbano Rodríguez apunta en relación con Daumal y Torma: no se trata de resolver problemas sino de crearlos; no otra cosa implicarían las “soluciones imaginarias”.

Patafísica… se define como “libro-archivo”, un manual que permite acceder a textos antes no disponibles en castellano, muchos de ellos aparecidos en Viridis Candela, publicación oficial del Colegio de Patafísica desde la creación de este en 1948. Está dividido a su vez en cinco libros. El primero es una Introducción en la que, con un registro de apariencia pedagógica que es también una marca patafísica, se explica el plan de la publicación. El Libro Segundo contiene una serie de materiales básicos, entre ellos textos del propio Jarry y varios artículos clásicos como “En el umbral de la ‘Patafísica”, de Roger Shattuck, publicado en la estadounidense Evergreen Review (1960), “Alfred Jarry, Patafísico”, de Ruy Launoir, y “Ubú o la creación de un mito”, de J. Hughes Sainmont, que historian y analizan –a la manera patafísica– diversos aspectos de la vida, la obra y la invención de Jarry. El Libro Tercero está dedicado a los denominados Patacesores, es decir aquellos autores cuya vocación patafísica se manifestó con anterioridad a la creación del Colegio (Alphonse Allais, Léon-Paul Fargue, Paul Valéry, Erik Satie y Raymond Roussel, entre otros). El Libro Cuarto contiene textos de René Daumal y Julien Torma, dos pioneros de tiempos precolegiales. El Libro Quinto trata del Colegio de Patafísica: incluye textos y documentos que explican e ilustran la pasión por una institucionalidad de intrincada ineficacia y verbosa tautología, y da cuenta de organización, autoridades, cargos, títulos, institutos, comisiones y sistemas de promoción de lo que los patafísicos consideran una “sociedad en estado puro”, es decir, una sociedad de jerarquías caprichosas basada en las ideas de que “la ciencia es una cuestión administrativa” y “el orden precede a la Historia”. Dentro de esa trayectoria organizativa, el Instituto de Buenos Aires, fundado en 1957, goza del privilegio de ser “pionera institución fuera de Francia”.

Patafísica…, que se cierra con un muy útil “Ejercicio de glosario y legajos personales”, tiene una gráfica acorde con el proyecto de la obra, que remite a La vuelta al día en ochenta mundos de Julio Cortázar, ilustrado por Julio Silva, y por lo tanto, a Una semana de bondad, la novela gráfica de Max Ernst. También permite asomarse a algunos legendarios proyectos del inclasificable Juan Esteban Fassio, miembro del Colegio de ‘Patafísica y fundador del Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires: la Máquina para leer Impresiones de África de Raymond Roussel, el Planisferio Patafísico, que realizó para el número ya citado de Evergreen Review, y el monumento homenaje a Alfred Jarry, una pista “espanziral” (gidouille, la espiral que cubre el vientre del Padre Ubú, símbolo eminente del Colegio) para bicicletas en Plaza de Mayo.

De las varias definiciones posibles que contiene el libro, una de las más precisas es la de Julien Torma: “Lo propio de la patafísica es ser una fachada que es solo una fachada, sin nada detrás”. La observación contiene una crítica a la noción de la patafísica de René Daumal, amigo de Torma, que según este la arrastraba a un terreno cuasi religioso. Esa “tentación” sigue asomando en el deleite ritualístico que anima a los adeptos hoy, y que se manifiesta en la fascinación de estos con las pirámides jerárquicas y en la pretensión de situar la patafísica más allá de toda crítica, como sistema que precede a todo; como sistema, de hecho, del que no es posible predicar nada (“Todo es patafísica”, “No hay antipatafísica”), puesto que hacerlo es incurrir en “patafísica inconsciente”.

Tal era precisamente el riesgo sobre el que Asger Jorn, integrante de la Internacional Situacionista, advertía en el número seis de la revista de la organización, ya en agosto de 1961. Jorn calificaba la patafísica de “religión posmetafísica”, y veía que los problemas vendrían por el lado de “la autoridad patafísica, la consagración de lo inconsagrable (es decir, su misma aparición en la vida social en la estela de otras religiones, con su misma función)”. Para los situacionistas, la constitución de “autoridades patafísicas” se convertía “en un arma demagógica más contra el espíritu patafísico”, “una religión completamente adaptada […] a la sociedad moderna del espectáculo: una religión de la pasividad y la pura ausencia”.

“Ni rebelión ni sumisión”, dicen los patafísicos. ¿Es siempre posible situarse fuera de esa disyuntiva? ¿A qué se juega, en ese caso?

 

Imágenes [en la edición impresa]. Eduardo Navarro, Palm Beach (2008), dibujo en lápiz sobre hoja A4.

Lecturas. Internacional situacionista. Textos completos de la revista Internationale Situationniste, vol. I: La realización del arte (Madrid, Literatura Gris, 1999-2000).

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