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Junot Díaz, La maravillosa vida breve de Óscar Wao, traducción de Achy Obejas, Barcelona, Mondadori, 2008, 309 págs.
“Así es la vida; / caer siete veces / y levantarse ocho”, dice un poema popular que en Japón acompaña a las muñecas Daruma, esas que por más que uno las cachetee con el fin de tumbarlas vuelven, por su contrapeso interno, a su posición erguida. Héroe de la perseverancia y la resignación, Óscar Wao, el protagonista de la primera novela del dominicano-estadounidense Junot Díaz, es como uno de esos tentetiesos hechos para el aporreo; alguien a quien no le importaría estar levantándose antes incluso de que le den una zancadilla. Gordo, feo, prototipo del loser, nerd de los pies a la cabeza, fanático de Tolkien, del animé japonés, de los juegos de rol, comelibros empedernido y aspirante a escritor de novelas de ciencia ficción, Óscar es una Bestia sin Bella que se le anime ni fashion emergency que lo redima. Un pelmazo capaz de piropear a una chica hablándole con la aparatosidad de una computadora de Star Trek y que, a fuerza de pensar en mujeres sin jamás haber tocado una, vive en el temor de convertirse en el primer varón dominicano que pudiera morir virgen.
Aunque apoyada en la condición nerd y en el mito de la pérdida de la virginidad que tantas películas de Hollywood han explotado en comedias adolescentes, La maravillosa vida breve de Óscar Wao no se vale de la picaresca en ningún momento. Antes bien, su tono agrio y tragicómico, que recuerda el que Todd Solondz utiliza en sus películas para reflejar a esos chicos destinados a la burla y el escarnio de sus compañeros, se centra en el patetismo ridículo de un personaje que, en su irredenta soledad, es víctima del deseo inextinguible de amar y de los constantes reveses a que lo somete el amor. Hay en Óscar una forma instintiva de humillación, un karma pasional que lo persigue y lo fija a un medio que le es hostil y frente al que apenas si puede blandir su sable láser de Jedi bobalicón, toda vez que son libros y películas y cómics y videojuegos (y la escritura, por cierto, que le instiga el sueño de ser “el Tolkien dominicano”) lo que lo rescata de su recalcitrante romanticismo.
Escrita con una prosa cuyo uso del bilingüismo y frescura coloquial se han elogiado con justicia (Junot Díaz, nacido en Santo Domingo, reside hace años en los Estados Unidos y escribe en inglés), La maravillosa vida breve de Óscar Wao parece haber surgido del afán por meter dentro de una coctelera todo lo que había de interesante en la cultura que rodeaba a su autor y batirlo una y otra vez hasta reinventarlo. Tal es la efervescencia de sus páginas, salpicadas de spanglish y referencias de la cultura de masas, y en cuyo despliegue de recreación verbal resuena La guaracha del macho Camacho, del puertorriqueño Luis Rafael Sánchez. Porque si algo logra la traducción de la cubana Achy Obejas, realizada en colaboración con el autor, además de sortear con éxito el desafío de transmutar el slang y las combinatorias léxicas, es rehacer lo “dominicano” –y, por extensión, lo “caribeño”– en el tono, en la cadencia sandunguera de la prosa. Y así es como la novela se reinscribe de lleno en la literatura latinoamericana: una reinvención por partida doble (son la lengua y la nacionalidad del texto lo que está en juego) que hace cuando menos problemática la situación de Junot Díaz como escritor in between: como autor que produce para la industria norteamericana y apuesta veladamente por el exotismo, o como alguien que desde los Estados Unidos escribe en inglés una novela “dominicana”.
Ese ir y venir es notorio en el texto en la manera en que la acción transcurre entre Nueva Jersey, ciudad en la que Óscar vive con su madre y su hermana, y Santo Domingo, adonde los tres personajes vuelven en diferentes circunstancias, y adonde la trama necesita recurrir para que el relato de la historia familiar sea posible. Novela de saga, La maravillosa vida breve de Óscar Wao es breve no sólo porque su protagonista muere joven (pagando con su propia vida la virginidad, sacrificándose por amor, como buen héroe romántico) sino porque las historias de su madre, su abuelo y su hermana le quitan un protagonismo que, tratándose de un sujeto tan apocado, hasta podría suponerse que él mismo se saca de encima. De hecho, si de algo se lamenta el lector es de que Óscar sea casi un actor secundario en su propia novela. Un personaje al que solamente conocemos a través de Yunior, un típico Don Juan que acepta ser su compañero de cuarto en el campus para congraciarse con Lola, ex novia suya y hermana de Óscar, a la que pretende reconquistar después de haberla engañado. Que Díaz decida no darle voz de manera directa a su criatura, y que sólo contemos con la visión burlona que de él nos da Yunior –un personaje que aparece en Drown, el libro de relatos que el autor publicó en 1996 y que fue traducido con el título de Los Boys–, resulta coherente con la naturaleza del personaje, quien padece el constante rechazo de los demás sin que podamos ver su fondo de autocompasión, su centro de angustia. No hay cabida para otra cosa, pues, que para el escarnio y la mofa: Óscar representa el colmo del loser.
Algo de esto –del extremo que Junot Díaz busca alcanzar en la construcción de un tipo– hay también en el modo en que la novela delinea, a través de la sátira, la figura del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo. Burlándose no sólo de lo que Mario Vargas Llosa hizo con este personaje en La fiesta del chivo, sino también de la fascinación estética que varios popes de la literatura latinoamericana han mostrado por los dictadores, Díaz toma al pie de la letra una idea de Alejo Carpentier, que la historia es uno de los reductos de lo real maravilloso, y convierte un libro como El señor de los anillos en bibliografía y marco teórico que lo ayude a comprender a ese personaje y su momento histórico. “Era nuestro Sauron, nuestro Arawn, nuestro Darkseid, nuestro dictador para siempre, un personaje tan extraño, tan estrafalario, tan perverso, tan terrible, que ni siquiera un escritor de ciencia ficción habría podido inventarlo”, dice la primera de las numerosas notas al pie que hay en la novela. Notas que aspiran a reponer para el lector no iniciado “los dos segundos obligatorios de historia dominicana” y que, más allá de su finalidad didáctica, componen una caricatura del trujillato y sus excesos, amparada en el despropósito de hacer un ejercicio de interpretación histórica partiendo de categorías tomadas de la literatura fantástica.
¿Pero cómo entra Trujillo en todo esto? Influyendo con su “poder sobrenatural” en el sino trágico de la familia de Óscar. Es Abelard Cabral, el abuelo, quien origina el “fukú”, la terrible maldición de la que se habla al inicio de la novela y que marca a todos sus descendientes. Y lo hace negándose a entregar a su hija mayor, por entonces una quinceañera, a los caprichos lujuriosos de Trujillo, quien le cobra su rebeldía con la tortura y la cárcel. De ahí que la monstruosidad moral del dictador (¡se lo cree propagador de una maldición nada menos!) tenga un correlato en la monstruosidad que Yunior despiadadamente le atribuye a Óscar. Esa monstruosidad es parte esencial tanto del universo ficcional que modela la visión del mundo del protagonista como del relato sobre la historia dominicana que se arma en la novela. Hay algo en Trujillo y en Óscar, personajes grotescos a su modo, que los hace fuera de serie. Y es curioso cómo la presencia de monstruos en la literatura que tanto apasiona al protagonista lo lleva en un momento a plantear un cambio de perspectiva. “Si fuéramos orcs, a nivel racial, ¿no nos imaginaríamos como duendes?”, se pregunta Óscar, relativizando, quizá sin darse cuenta, lo feo como categoría estética y la otredad que define lo monstruoso. ¿O acaso que un monstruo considere natural su propia monstruosidad no es una forma de autoafirmación e inconsciencia? ¿Qué implica lo monstruoso en una comunidad de monstruos? Es justamente por una cuestión estética y moral que un ogro es un monstruo y un hada no lo es en un mundo (la literatura) en que ser hada u ogro no supone una aberración en sí misma. Por eso, si lo feo fracasa es justamente porque lo bello es convencional, y porque es irremediable la aceptación de la belleza. Ya sea en Santo Domingo o en las tierras de Mordor.
Como Cuasimodo y Cyrano de Bergerac, Óscar sufre la desgracia de ser feo y enamoradizo. Y porque “veía todos los días a los muchachos ‘cool’ torturar a gordos, feos, inteligentes, pobres, prietos, negros, impopulares, africanos, indios, árabes, inmigrantes, extraños, afeminaos, gays… y en todos y cada uno de estos choques se veía a sí mismo”, es que su historia tiene visos de martirio. La creencia ciega en el amor termina dictando su perdición y a ella se entrega sin medir las consecuencias. Y no es casual que las últimas palabras que nos llegan de él, en las que habla de la pérdida de su virginidad, sean: “¡Así que esto es de lo que todo el mundo siempre está hablando! ¡Diablos! Si lo hubiera sabido antes. ¡La belleza! ¡La belleza!”. Con ese atisbo de arrinconada felicidad, La maravillosa vida breve de Óscar Wao, ganadora del Premio Pulitzer 2008, le da a la breve vida de su protagonista un sentido de lo maravilloso que, por una única vez, él encuentra en otro lado que en los libros.
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