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Milpalabras

MILPALABRAS

Huyó lo que era firme y solamente

lo fugitivo permanece y dura.

 

Era lo que era firme y solamente. Era lo fugitivo y era dura.

Una imagen que sale de la tapa de Clarín no es una imagen. Es algo más y menos

–que el vacío

del mundo en la oquedad de su cabeza.

El 27 de junio de 2002 esa foto apareció en la tapa: fantasmas bailoteando alrededor de un muerto, desmintiendo su muerte en la muerte del muerto. La foto era tremenda por una serie de razones –que tal vez fueran demasiadas: el muerto tan solo abandonado, el muerto tan fetal, los fantasmas tan desentendidos, la corrida tan atropellada, sus armas tan desdibujadas y presentes, el cartel tan marlboro sobre todo. Come to where the flavour is, peligros del tabaco.

Pero contaba una historia que no era, o mejor: no contaba la historia que podía.

Ni causó los efectos que podía.

La imagen apareció en la tapa y no significó lo que podía. El primer día, cuando apareció, la imagen era una imagen muy bonita brutal depredadora que sólo decía que cuando el muerto se había muerto el fotógrafo también estaba allí: hablaba de sí misma, se documentaba. No contaba más nada. No contaba.

Imagen que es la derrota de la imagen. La imagen era tremenda tan llena de razones pero recién al día siguiente, cuando el fotógrafo y su editor descubrieron que era parte de una sucesión, contó su historia: quién mató a quién, cómo fue lo que era. Cuando la unieron con otras, cuando la transformaron en relato: ahí cobró su sentido. Digo: la imagen fracasando.

Son glosas sosas. Rosas, rosas negras. El saltito del firme sobre el cuerpo cadáver.

Vamos por la victoria del relato. Hecha relato, digo, unida con las otras, la imagen contó la historia de unos policías que persiguieron a militantes y los cagaron a balazos. Se conformó una historia: hubo revelación, apocalipsis hubo. El 29 de junio el presidente declaró que sería ex presidente mucho antes: llamó a elecciones. La historia revelada cambió cosas. De imagen –dijimos– a relato, y de relato a causa.

Era lo fugitivo, no lo firme.

Ahora, releída, años más tarde, la imagen y su historia forman –parte de– un relato distinto. En ese momento la imagen era un nuevo episodio de la serie innumerable que tuvo título Doctrina de la Seguridad Nacional. La serie –la doctrina– fue central: había tal inseguridad, decían, que las fuerzas del orden tuvieron que ponerlo como fuera. Después, cuando lo terminaron, cuando habían cumplido con casi todos sus designios, la repudiaron suavemente: ya estaba hecho, podían darse esos lujos. Y después sacarla cada tanto del desván a la luz: correr muchachos, rematarlos. Y quedar mal y empujar a un presidente a hacerse ex.

“Según la pericia”, dice el diario, “fueron disparos de itaka a quemarropa” to where de flavor is: “los últimos minutos”.

La Doctrina de la Seguridad Nacional quedaba –queda– mal. Por eso ya nadie habla de eso. Ahora hablan, en cambio, de inseguridad. O sea: lo mismo.

O sea: lo mismo.

Lo fugitivo permanece y dura.

Digo: el Estado convenciendo ciudadanos en tropel de que lo mejor que nos puede pasar es que Él nos proteja matando a los que quieren hacernos siempre daño. Terribles daños, el comentario permanente, digo: el Estado convenciendo nos. Nos ciudadanos pidiéndole más imágenes de éstas

al Estado.

Hablemos de inseguridad, hablemos todo el tiempo de inseguridad, miremos los violados asesinados secuestrados robados descuartizados aterrados emperrados malafeitados convertidosenotros desarmados babeados encapuchadosporlaley descontrolados asesinados otra vez violados secuestrados. Hablemos de inseguridad.

La doctrina de la inseguridad nacional. Una historia, una imagen que no dice lo que puede.

Huyo

lo que era firme y solamente.

Lo fugitivo más o menos.

Dura.

 

Foto: Pepe Mateo

1 Mar, 2004
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