Contra la idea de que la frialdad es un atributo básico del cuento cruel, Taeko Kōno viene a decirnos que la maldad no crece en el vacío y que quien daña también sufre. Denunciantes o vindicadoras, sus narraciones liberan personajes que repudian el placer si no trae dolor, quizás porque todo lo demás, la vida que no tiene lugar en el sexo ni en la contingencia de los crímenes atroces, es un mundo de dolor puro, sin vaivenes ni inflexiones, que iguala cualquier otra emoción bajo su peso.
Esa ferocidad, sin embargo, casi no se derrama. Las escenas más cruentas, rociadas de un gore teledirigido —el título del libro lo dice todo—, son de contextura mental. El armazón de la violencia que ofrecen las tramas de Kōno se robustece a medida que los cuentos se apilan. El sadomasoquismo se practica siempre de hombre a mujer, porque la mujer lo pide y porque el hombre obedece, con excitación o sin ella, mientras que fuera del lecho languidece un amor cotidiano e insuficiente, con excepciones gratinadas acá y allá, en medio de la tarea de la limpieza o de la comida, como ocurre en la escena con ostras de “Carne con hueso”.
No hay espacio para mucho más, salvo para la fantasía. Algunas mujeres se imaginan en actos brutales con niños varones —las niñas las asquean sin remedio— y se esfuerzan para camuflar su perversidad bajo gestos exteriores de un cariño espeluznante. En el universo de Kōno, regalar una camisa y compartir una fruta son gestos oscuros. Si todavía no se ha hecho en Japón o en Estados Unidos, donde la nacida en Osaka logró su primera fama internacional a finales del siglo XX, más temprano que tarde alguien tendrá que reconocerle la incorporación de la tía buena al panteón de los grandes psicópatas literarios.
Todos los cuentos de Cacería de niños fueron escritos tras la guerra del Pacífico, con la reconstrucción nipona ya consolidada y a lo largo de unos años sesenta que en el plano literario entregaron, entre otros hitos, la publicación de “Patriotismo”, el famoso relato de Yukio Mishima. Quizás sea de interés contrastar el rebalse que Mishima se permitió al describir la muerte por honor de sus dos personajes, la noche de sexo rematada en el harakiri ritual, con la forma en que Kōno solapa la violencia que sus mujeres evitan llevar a la acción. No sólo son diferentes las licencias que escritores y escritoras detentan al narrar; también salta a la vista un desacuerdo flagrante acerca del concepto de nación y del papel que hombres y mujeres juegan dentro de él.
Si la tierra es una madre, basta leer a Kōno, experta en diseñar treintañeras que asfixian su fertilidad declinante, para conocer una perspectiva inmisericorde sobre lo que esa maternidad, o cualquier otra, guarda bajo su última capa de sentido. Basta leer “Una colonia de hormigas”, donde el problema se ataca sin remilgos, o mejor todavía “Nieve”, donde la madre mata y después padece de por vida. Traducidos del inglés por Hugo Salas, todos los cuentos de Cacería de niños están unidos por la misma cuerda subyacente: el dolor es lo que se comparte.
Taeko Kōno, Cacería de niños, traducción de Hugo Salas, La Bestia Equilátera, 2021, 288 págs.
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