Tanto si crean atmósferas o escenarios indefinidos o vagamente distópicos, como si recurren a pequeños deslices formales, las novelas de Jesse Ball infringen ligeras dislocaciones de perspectiva. Puede tratarse de un hombre engañado para que confiese un crimen que no cometió, o de otro, amnésico, que debe construir una nueva identidad mediante el diálogo con una examinadora, o, también, de un músico que vive de la invención de epitafios en una ciudad opresiva junto con su hija muda. Aunque los argumentos varían, los aúpan, por un lado, el descubrimiento, por parte de los personajes, de que el mundo es más complejo de lo que se intuía hasta entonces y, por el otro, una ingravidez en absoluto reñida con la interrogación del vivir contemporáneo. La protagonista de Cómo provocar un incendio y por qué no es ajena a esto.
Lucia Staton es una adolescente de dieciséis años, cuyo padre está muerto y cuya madre está internada en un hospital psiquiátrico. Vive en un garaje junto con su tía, una exprofesora de filosofía con pasado anarquista. Lee a Artaud y Alfred Jarry y lleva un estilo de vida austero debido tanto a la falta de recursos como a una ética rigurosa; utiliza siempre la misma ropa y su dieta consiste, básicamente, en alimentarse del regaliz que roba en una tienda. Acaban de expulsarla del colegio por apuñalar con un lápiz a la estrella de baloncesto escolar, quien se atrevió a tocar la única posesión de Lucia, un encendedor Zippo que pertenecía a su padre. Intransigente y sarcástica, Lucia sigue los lineamientos de la filosofía práctica de su excéntrica tía: “No hagas cosas de las que no te sientas orgullosa”, “No creas estupideces y no actúes como un robot”, “No prestes atención a la propiedad privada, pero sé consciente del valor que tienen las cosas para las personas”.
Aunque es capaz de desafiar la autoridad y cualquier norma, las actividades diarias de Lucia son bastante rutinarias: va a la escuela, visita a su madre, se emborracha en el bar de una amiga, vuelve a casa, su tía le prepara un té para la resaca, va a la escuela… Y escribe. Escribe una bitácora para poner en orden los sucesos que, por momentos, se torna autoconsciente: “Este libro no es sólo sobre el fuego, aunque el fuego es nuestra dicha. Es un libro sobre cómo compartir lo mínimo, y el primer paso para lograrlo es abolir la posibilidad de tener demasiado”. De ahí también que la hipocresía típica del adolescente conflictuado, que proclama la insurrección cuando en los hechos es la personificación del burgués acomodaticio, adquiera otro cariz cuando Lucia realiza el pasaje al acto. Esto ocurre cuando se entera, en el nuevo colegio, de la existencia de una sociedad secreta dedicada a abolir la propiedad privada a través de actos incendiarios. El encuentro le permite encauzar su furia contra la sociedad a la vez que tensar la herencia paterna hasta el punto de reinventar su identidad. Así y todo, circunscribir sus acciones a un mero conflicto individual implicaría ocultar la intensa cavilación política que transportan. Lucia no quiere incendiar todo porque el mundo no la entiende, sino con el afán de destruir el “falso desfile de mentiras que caracteriza la vida moderna”.
Aunque el fuego robe todas las miradas, el corazón del libro se encuentra en la voz de su protagonista, un híbrido entre el desencanto de Holden Caulfield y la psicopatía reflexiva de un personaje de Ballard. Pero también salpicada de ocurrencias humorísticas, que se basan en capturar el detalle imperceptible del cinismo cotidiano. Una voz ―una escritura― irreverente, desfachatada, que gravita en torno a espacios en blanco y variantes tipográficas para dar cuerpo y aire al relato. Una voz que nos devuelve algo que acaso creíamos olvidado: la fascinación por un personaje.
Jesse Ball, Cómo provocar un incendio y por qué, traducción de Virginia Rech, Sigilo, 2020, 304 págs.
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