OTRAS LITERATURAS

Basta con cotejar el tratamiento que los conflictos bélicos habían tenido hasta entonces en la literatura francesa para entender en toda su dimensión el revés que significó la apuesta de Céline. Mientras que la descripción de la batalla de Waterloo hecha por Víctor Hugo en Los miserables —minuciosa, cronometrada, atenta a la coreografía de los ejércitos— se asemeja al movimiento distante que una mano oculta ejerce sobre las piezas en un tablero de ajedrez, la de Stendhal en La cartuja de Parma, dos décadas antes, hacía foco en la mirada del protagonista, escamoteaba detalles y de paso inventaba el porvenir. Al primero le interesaban la pompa, el honor y la fanfarria; al segundo, la perplejidad.

A diferencia de los de sus compatriotas, los intereses de Céline no parecen ser estrictamente literarios. O lo son de una manera taimada. Estremecer, perturbar —en definitiva: provocar la reacción del otro— fue su política. Por eso, más que escribir sobre la guerra, Céline había sido afectado por ella. Su lengua es la de aquel que ha hecho carne la exhibición de atrocidades del campo de batalla y vive, no para contarlo, sino para vociferar que ninguna inocencia resulta ya posible.

Los puntos suspensivos, las interjecciones y la jerga de baja estofa —marcas indelebles de la escritura de Céline— atentaban contra las normas de etiqueta del mancomunado decir literario y llevaban a la lengua francesa al límite del paroxismo. En Conversaciones con el profesor Y, apuntó que su estilo buscaba restituir “la emoción de lo hablado en lo escrito”. Lo cual más bien induce a la confusión, porque no había en eso nada de transcripción mimética y sí, en cambio, una entrega al nervio de la lengua, en retorcer sus junturas y lograr que rechine.

La cáscara del estilo está presente en Guerra, pero no su música. La novela, que se creía definitivamente perdida, permaneció por más de ocho décadas en el ostracismo. Fue robada, junto con otros manuscritos, del departamento parisino de Céline, luego de que este —colaboracionista, autor de encendidos panfletos antisemitas— huyera en 1944 a la Alemania nazi a fin de salvar el pellejo ante un posible linchamiento por parte de la résistance.

Escrita probablemente en 1934, Guerra forma parte de una trilogía inédita, cuyos restantes volúmenes también fueron recuperados, y que cubre el bache temporal que va de Viaje al fin de la noche (1932) a Muerte a crédito (1936). En líneas generales, narra el periplo de Ferdinand durante la Gran Guerra, a partir de que es herido en el frente de batalla y luego trasladado a un hospital de campaña, donde recibe los cuidados compasivos de una lúbrica enfermera y conoce a su ulterior compinche de andanzas, un desvergonzado proxeneta. La descripción putrefacta de los cadáveres, la ejecución de los actos más abyectos para tensar el hilo de vida y el terror inacabable, permanente: pocas veces se contó la guerra con tanta crudeza. A medida que el soldado recupera su marchito vigor, el relato da un viraje y la guerra ahora se ofrece como oportunidad de torcer el destino.

Aunque estamos ante una historia acabada, en rigor se trata de una primera versión. Faltan acá las ráfagas de signos de exclamación y el ritmo sincopado, tan característicos de la escritura celiniana, y que prueban que la desprolijidad no era en él fruto tanto de la improvisación como del afanoso trabajo.

La misoginia urticante que tanto molestó a críticos con lentes de época linda con su propia caricatura y se inscribe en una diatriba más amplia que incluye a la familia, la educación, las autoridades, etcétera. Sin embargo, hay en la novela una escena infame, no por atroz menos notable, en la que el cinismo de la mirada tuerce la perspectiva y provoca más de una pregunta. ¿Quién, en definitiva, goza durante la violación de la prostituta? ¿La propia mujer que orquestó la farsa, el incauto escocés que procura echarse un polvo, el narrador que con su inacción da vuelta el sentido del acto o el lector de pronto convocado como fisgón? Por algo Philippe Sollers dijo que Céline era “un niño inocente perdido en un mundo culpable”.

La reaparición de la nueva novela de Céline es tan sorpresiva como inoportuna, puesto que viene a meter el dedo en la llaga de la cancelación. Pero conviene recordar que casi nada hay en su obra literaria del recalcitrante ultraderechista digno de la repulsa unánime, y que su mayor crimen, siguiendo este punto, atañe únicamente a la moral de la escritura. Después de todo, la biografía es a la obra lo que el resto diurno al sueño: pura materia de transformación.

 

Louis-Ferdinand Céline, Guerra, edición de Pascal Fouché, prólogo de François Gibault, traducción de Emilio Manzano, Anagrama, 2023, 160 págs.

8 Jun, 2023
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