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Nada en la literatura de Jesse Ball suscribe al cliché de que los niños son el futuro. Ellos mismos son los primeros en saberlo: no queda futuro para nadie, el futuro ya pasó o nunca fue una posibilidad. Las sanas intenciones de los padres —con permiso de Kafka— sólo están ahí para encubrir que la infancia original es irrecuperable y que lo que sigue apenas retrasa una extinción largamente merecida. No somos el corazón noble del universo, sentencia Ball. A gatas existimos y ya va siendo hora de que dejemos de hacerlo. Que los más chicos tengan la última palabra es, en Los niños 6, lo único que tiene una sombra de valor.
Más allá de que los protagonistas infantiles no son una novedad en el proyecto del neoyorquino, que se ha granjeado un nombre a fuerza de parir criaturas inconformes y solitarias, cáusticas para el juego y lúdicas en sus espasmos de virulencia, esta última novela extrema el molde visible. Desde la primera página, los sobrevivientes son todos menores de edad: el resto de la especie sucumbe a las ráfagas de un mal que ataca por el oído. Los adultos se arrancan las orejas, cabecean paredes y se lanzan por ventanas. Las escenas del primer capítulo no sofrenan su vena gráfica, y así, antes incluso de que el lector logre hacer pie en medio de la hecatombe, las calles por las que caminan los hermanos Devlin y Mina se pueblan de cadáveres y de otros niños en pijama que observan el nacimiento gore del nuevo mundo. Está también el asedio del fuego. Sube el humo entre los edificios mientras las llamas preparan la limpieza definitiva y los huérfanos asaltan negocios, se agrupan y se dispersan. Lo que buscan es un líder, una voz que hable por ellos. “¿Quién dijo que un niño es algo?”, se pregunta Ball. “Un niño no es más que lo que le ponen dentro”.
Prosa y trama volantean al unísono. Lo que hasta el momento era un ejemplar eficiente de la nueva literatura distópica —que parece haber encontrado en la resonancia pandémica su propia variante del realismo— empieza a reconfigurarse para mostrar una cara impertérrita, desvaída de rasgos. La estructura y hasta el fraseo de la novela se descomponen. Si lo que está terminando es la humanidad, las viejas convenciones ya no son útiles.
A medida que da soga a su elocuencia de loco de plaza, Los niños 6 descarta una por una las certezas del pasado. Traducido con nervio por Virginia Rech, inédito todavía en su inglés nativo, el último libro del autor de Toque de queda construye un escenario yermo, incendiado por ecos de palabras que un dios máquina pronuncia sin ignorar que el final también espera por él, que ya pronto todo será silencio.
Jesse Ball, Los niños 6, traducción de Virginia Rech, Sigilo, 2022, 168 págs.
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