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Un personaje retrata cómo fue que nació en tres oportunidades; otro hace crecer un árbol en un tonel bajo una maniobra de prestidigitación; un tercero se desmaterializa a medida que transcurre la anécdota; un conjunto de personas no logra descifrar si el número siete viene antes del ocho, o viceversa; un hombre sofocado en un baúl asiste a una lucha entre la vida y la muerte en la que la primera se impone de manera paradójica. Estas situaciones en donde está en juego la suspensión de la incredulidad del lector han sido gestadas por Daniil Jarms (San Petersburgo, 1905 – Leningrado, 1942) en No sé por qué todos piensan que soy un genio, libro que sostiene que en la brevedad del instante puede cifrarse la clave para pensar lo imposible.
La vida de Jarms fue a su vez corta y harto tumultuosa: miembro de una familia de revolucionarios que formaron parte de la Naródnaya Volia (Voluntad del Pueblo), fundador del colectivo vanguardista Oberiu (Asociación para un Arte Verdadero), dramaturgo, poeta y escritor de ficciones para niños, fue deportado en primera instancia a la ciudad de Kursk por las autoridades soviéticas, que alegaron que sus obras iban a contramarcha del realismo socialista y por ende eran “antisoviéticas”, y más adelante murió de inanición durante la ocupación de Leningrado. Entretanto logró tejer una singularísima obra en la cual lo irrazonable, lo bufonesco, lo onírico y lo anecdótico se reparten de manera equitativa. Ha sido reconocido —junto con Alexander Vvedensky— como uno de los escritores más destacados de la “literatura de lo absurdo” y obras como Sucesos o El cuaderno azul y otros escritos dan debida cuenta de ello.
Hay una cuestión iterativa en las ficciones de Jarms, algo que siempre está volviendo para dar vuelta el sentido de lo retratado, o para reforzar la paradoja, no buscando esclarecer sino opacar lo inmediato anterior. La presencia de objetos que se rompen y que vuelven a componerse, de personajes que se tiran de edificios sin pensar demasiado en las consecuencias, de sujetos que comienzan conversaciones únicamente para desmentirlas y descripciones poco ortodoxas que recuerdan los limericks de Edward Lear es lo que da vida y color a las ficciones del ruso.
La amena traducción de Érica Brasca a la inflexión rioplatense hace más cercano a Jarms y permite encontrar similitudes con la obra de Pablo Katchadjian —particularmente con Qué hacer (2010) y El caballo y el gaucho (2016)—; ambas parecen postular que entre las capas de la realidad concreta hay un libre espacio de posibilidades, allí donde la parte lúdica del lenguaje deja a disposición de los ejecutantes la oportunidad para hacer de la repetición, el desplazamiento y la reubicación de los materiales un motivo o una seña para una escritura fractal.
Daniil Jarms, No sé por qué todos piensan que soy un genio, traducción y selección de Érica Brasca, Ivan Rosado, 2019, 72 págs.
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