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La pregunta podría dispararse en una u otra dirección. ¿A partir de qué momento la repetición da forma a un sistema poético? Aunque también: ¿a partir de qué momento la repetición lesiona, si es que alguna vez tuvo uno, su programa original? ¿Cuánto hay de fulgor genuino en la insistencia? Nostalgia de otro mundo, colección en la que la bostoniana Ottessa Moshfegh congregó sus cuentos dispersos, publicados en primera instancia en revistas de acuñado diseño editorial —estético, temático, selectivo— como la New Yorker y la Paris Review, ofrece en su mayor parte un paisaje restringido a conciencia, fundado sobre la intención madre de incomodar. La duda es si hace algo más que eso, si el escozor encubre un sustrato más valioso que la sensación plana de ahogo que las criaturas de Moshfegh infunden.
Hasta bien entrado el libro, las narraciones son acaparadas por dos tipos monolíticos de protagonistas: hombres débiles y solitarios, purulentos de alma y a veces de cuerpo, demasiado cobardes para encarnar sus fantasías —“El señor Wu”, “Malibú”, “Una carretera oscura y sinuosa”—, y mujeres extremas en su autodestrucción, indiferentes a la avería y difuminadas en el consumo apático de todo lo que encuentran: “Me estoy cultivando”, “Suburbio”. En ocasiones, como en “Los raritos” y “Una mujer honesta”, ambos arquetipos conviven y se vampirizan con los resultados esperables. Orientados por estructuras endémicas del realismo norteamericano —descentramiento presente, causalidad goteada en flashbacks, alternancia: escena uno, escena dos, escena uno otra vez—, los finales despachan lo que prometían, un efecto, la certeza de un futuro apenas más exasperante, y sólo muy de vez en cuando —en “El señor Wu”, por ejemplo— proponen una ambigüedad que enriquece el deterioro periférico de unas vidas angustiosas o despreciables, o un poco de cada.
Producto quizás de un ordenamiento cronológico que la edición no precisa, el último tercio de Nostalgia de otro mundo varía bastante más que los dos anteriores. Brotan tramas nuevas, personajes más matizados, matrimonios pudientes rozados por avatares tercermundistas, hueros aspirantes a la fama actoral. La mordacidad continúa, aunque ya sin quitar espacio a otras trepidaciones. En “La subrogada” asoma una nostalgia verdadera, y “Un lugar mejor”, el último cuento, es una sólida excursión por el onirismo cáustico de Agota Kristof. Se podrá decir: demasiado tarde. Pero el tiempo sobra cuando lo que se busca es que la canción no sea siempre la misma.
Ottessa Moshfegh, Nostalgia de otro mundo, traducción de Inmaculada C. Pérez Parra, Alfaguara, 2023, 272 págs.
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