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La invención de los libros raros

David McKitterick

TEORÍA Y ENSAYO

El objetivo básico de Gutenberg y sus contemporáneos fue convertir en multiplicación la inevitable individualidad (la inevitable rareza) del mundo de lo manuscrito. Pero “mi nombre es Legión”, dijo alguna vez Satanás, y la multiplicación fabulosa de materiales impresos —no sólo libros, sino también folletos, papeles sueltos, publicaciones periódicas, grabados de todo tipo— condujo muy pronto a la preocupación por la necesidad de tomar dos decisiones complementarias: qué conservar, qué descartar.

David McKitterick fue bibliotecario en Cambridge y profesor de bibliografía histórica. En La invención de los libros raros se propone contestar una pregunta sencilla: “¿por qué razón exacta valoramos algunos libros más que otros?”. Y lo hace de una manera sólo en apariencia paradójica al exponer el modo en que, muchas veces, lo múltiple desaparece y lo escaso persiste. McKitterick recorre, con una erudición por momentos abrumadora, cómo se construyó la noción misma de “rareza” a partir del siglo XVII, ligada a aquellos materiales que por motivos diversos —la evolución de esas razones es el corazón de este libro— merecían ser conservados de manera especial, resguardados del deterioro, a veces encuadernados con lujo y, sobre todo, vendidos a precios cada vez más altos. Es que la rareza, con su definición variable, constituyó una barrera contra el deterioro y el expurgo: entre las sorpresas que depara el libro está la noticia sobre la inmensa cantidad de volúmenes y papeles sueltos de todo tipo que se publicaron en los primeros siglos de existencia de la imprenta, tanto como la cantidad no menos impresionante de impresos que han desaparecido para siempre. La mención al precio como indicador de rareza no es casual. Las fuentes más importantes a las que acude McKitterick son los catálogos de subastas, libreros y bibliógrafos, sobre todo de Inglaterra y Francia, que construyeron y alimentaron el comercio de libros, nuevos y usados, muy tempranamente. Se trata de una fascinante historia paralela del comercio del libro, del coleccionismo —y su degeneración en bibliomanía— y de la acumulación de obras que terminarían constituyendo las grandes bibliotecas europeas.

¿Y por qué un libro es raro? “Rareza” significa algo más que escasez. Se trata básicamente de libros que vale la pena conservar. Las razones variaron con el tiempo y con el paso de los intereses privados de los coleccionistas al interés público de las bibliotecas. La antigüedad fue la primera de esas razones: más de cien años separaban el siglo XVII del tiempo de los incunables y muy pronto se había conformado un canon de grandes editores que valía la pena rastrear y atesorar. Pero también pesaban razones más superficiales. El lujo de una encuadernación o la impresión “en papel grande” o en pergamino podían incidir en el precio y el deseo de conservar un libro. También el nombre de sus poseedores previos, las primeras ediciones, las anotaciones marginales de algún estudioso o incluso las peculiaridades de un ejemplar en especial. Nada para sorprenderse: ¿cuánto pagaríamos por un ejemplar de The Anglo-American Cyclopaedia con el artículo sobre Uqbar en la página 918?

“Tenemos el mundo en custodia”, anota McKitterick. El fracaso de tantas utópicas bibliografías universales nos enfrenta al hecho indudable de que mucho de lo que decidimos conservar hoy será menos interesante para el futuro que aquello que, por no parecernos “raro”, sea cual fuere el criterio que utilicemos, dejamos que se pierda y se esfume, como esa colección de panfletos de la Revolución Francesa reunida por un hombre llamado Laloi que fue utilizada para envolver comida.

 

David McKitterick, La invención de los libros raros. Interés privado y memoria pública (1600-1840), traducción de Márgara Averbach, Ampersand, 2023, 678 págs.

17 Ago, 2023
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