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El nombre de Peter Rock cobró fama en Estados Unidos, su país natal, con la aparición en 2009 de su novela Mi abandono, que en 2018 fue llevada al cine con el nombre de Leave No Trace. Aquella gran novela fue publicada en nuestro país por Ediciones Godot el año del estreno de la película, y luego le siguieron, año a año, Klickitat (2021), Los nadadores nocturnos (2022), El ciclo del refugio (2023) y Pasajeros, su última novela, todas en bellísimas ediciones traducidas eficazmente por Micaela Ortelli. Todas, en mayor (Klickitat) o menor (Los nadadores nocturnos) medida, variaciones de Mi abandono, con la que no sólo comparten misterio, o mejor, obsesión, como se remarca en una nota al final de la edición. En Rock el misterio toma forma de desaparición —perderse, escaparse, sustraerse—, o de naturaleza, representada por el bosque. Pasajeros no sólo no es la excepción, sino que también retoma el vínculo padre-hija y hay, en efecto, un abandono, al menos en apariencia.
La novela narra el reencuentro de Benjamin con su hija Helen, quien luego de décadas de distanciamiento con su padre, se acerca a él —aunque su acercamiento sea siempre distante— para desentrañar juntos un trauma de hace veinticinco años: la desaparición de Helen del Monte Rainer a los once años, mientras acampaba con su padre, como solían hacerlo, en el bosque. Ese hecho, al que se le darán vueltas una y otra vez en la novela, fue el origen del distanciamiento que padre e hija (desde entonces, sola con su madre y su versión de los hechos) quieren subsanar; para ello, necesitan entender qué fue lo que pasó. Como Helen no se siente lista para hablar cara a cara con su padre —la dificultad para comunicarse es uno de los grandes temas de la novela—, decide instalar en la casa de él un aparato que transcribe audios para cuando el padre quiera hablarle; ella responderá mediante faxes. La novela está ambientada en 2018; que Helen decida usar el fax para comunicarse demuestra la distancia que quiere imponer con su padre. Algo más: un año antes de la desaparición de Helen, había fallecido Derek, su hermano menor, el gran trauma de Benjamin y Helen que, acertadamente, se narra a cuentagotas.
Pero la novela tiene otra línea argumental, algo difusa y por momentos inverosímil —incluso en los propios códigos fantásticos de Rock—, que también protagoniza Benjamin, aunque no con su hija, sino con Melissa, una excéntrica y misteriosa homeless que conoce cuando su perro lo muerde. A partir de ese accidente, Melissa invade, literalmente, la vida de Benjamin: entra en su casa sin avisar, le revisa sus cosas, toma “prestado” su auto, su reloj, y, además, lee los faxes de Helen. Desde entonces, toma el rol de detective y busca ayudar, a su manera, claro, a Benjamin a resolver el trauma familiar. Melissa no está sola, tiene a Johnston, su perro inseparable, y a Cisco, un chico de la calle, excéntrico como ella, que funciona como su hermano menor.
Rock elige para narrar la tercera persona —hay ahí una gran diferencia con Mi abandono, el punto de vista; acá no hay una preadolescente que cuenta, sino un narrador omnisciente— con el foco puesto en Benjamin. La cruza, como suele hacerlo, con otros materiales (transcripciones de audio, de faxes, un artículo periodístico) para subsanar un diálogo ausente. Ahora bien, el uso de esos recursos, que en un comienzo invitan a una lectura mucho más oscura sobre lo sucedido, se desvanece a medida que avanza la novela, que pierde interés en la forma y deriva en una fantasía sobre la muerte (“cruzar del otro lado”), en la línea de Más allá de los sueños, de Richard Matheson. Lo que empieza como una novela realista de búsqueda (de una persona, de un sentido, de una explicación lógica) se transforma en una novela de fantasmas —en otras palabras: muertos que hablan—, con asesinatos y un lago que se mueve, más cercana al realismo mágico que Rock admira y también practica.
La novela alterna entonces, a veces de manera caótica, entre los audios y faxes de padre e hija y la investigación paralela que lleva adelante Benjamin con la ayuda de Melissa, que acapara la historia como si suplantara a Helen, o mejor, como si tomara su identidad. Tiene razones para hacerlo: como Helen, Melissa perdió a un hermano y quiere recuperarlo, por eso el juego de espejos y la repetición de sucesos. Ahí están las grandes preguntas de la novela: ¿qué hacer frente a la pérdida de un hermano?, ¿cómo superarla? Me corrijo, la pregunta es otra: ¿podemos comunicamos con los que ya no están? La niña Helen, la que acampaba en los refugios —algo que luego se extiende a todos los personajes—, lo tenía claro, por eso dejaba un cuaderno cuando se iba, para que los que estuvieran atrapados entre un lugar y otro (los pasajeros del título) intentaran comunicarse.
Peter Rock, Pasajeros, traducción de Micaela Ortelli, Godot, 2024, 136 págs.
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