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Pequeñas bestias

Brandon Taylor

OTRAS LITERATURAS

Desde hace rato se viene premiando en Estados Unidos literatura queer. Si esta estrategia de premiación responde a dar visibilidad a un movimiento literario sólido, o si se trata más bien de lavar culpas por otros asuntos, es tema para otro escrito. Lo cierto es que este mundo es legión, integra el discurso oficial de las universidades y en él desemboca gran parte del financiamiento para estudios de investigación literaria y becas de escritura. No llama la atención entonces que prolifere el realismo universitario queer, así como otros avatares surgidos de él.

En esta senda se inscribe Pequeñas bestias (finalista del Booker Prize, ganador del Story Prize y finalista del Dylan Thomas Prize), un libro de once relatos. Cinco de ellos arman una novela breve (separada por la lectura de cuentos que se interponen en el orden) que narra la historia de un triángulo amoroso: Lionel (ex promesa matemática en decadencia, intento de suicidio fresco seguido de internación psiquiátrica, supervisor de exámenes universitarios), Sophie y Charles, estos últimos pareja y además compañeros de danza. Lionel los conoce en una fiesta y termina la noche con Charles. Después de eso, los encuentros irán mutando, siempre con la sombra de ese intento de suicidio detrás por parte de Lionel, al que se suman las frustraciones de los gimnastas que entregan todo a un arte físico que les devuelve poco mientras les hace polvo los músculos.

En Brandon Taylor la sexualidad ocupa un lugar primordial. Como en “Ana de Cleves”, donde una mujer, luego de tres años de pareja con un hombre que le propone matrimonio, rompe la relación y empieza a salir con una mujer obsesionada con las esposas de Enrique VIII. El tedio de la rutina anterior heterosexual hace un cambio brusco, palpitante, pero que no alcanza para garantizar ninguna felicidad; al contrario, se trata de otro inicio, un camino sin señales claras. Porque, aunque central, la sexualidad en Taylor funciona como llave para abrir otras puertas a misterios más complejos. Como en “Animales inmundos”, donde un grupo de amigos, ex compañeros de iglesia, mata el tiempo con prácticas masturbatorias que funcionan como un preámbulo de las peleas a trompadas: “No es que Abe o Tate estimulen la violencia que puede haber en Nolan, ni que Nolan haga lo mismo con ellos, sino que viven inmersos en una violencia constante. Es algo que los atraviesa, que se mueve dentro de ellos, como el Espíritu Santo. Salvo que el Espíritu Santo jamás incitó a nadie a violar a una chica, a arruinarle la vida. El Espíritu Santo nunca incitó a nadie a reventarle la cabeza a un chico. Tiene que existir, en este caso, otro dios, uno para quien el derramamiento de sangre sea como un rezo, un acto de devoción. Y ellos le estuvieron rezando a ese dios durante toda la vida”. En otros relatos, el sexo se trasluce en velos que buscan tapar tristezas intraducibles, como en “Como si eso fuera amor”, donde un joven lleva como puede el duelo por el fallecimiento de su madre, de la que nada sabía hacía siete años.

Las “pequeñas bestias” son esos muchachos y esas muchachas lejos de la casa familiar, que comparten vida en la otra punta del país con roommates extraños y que viven bajo la presión del mundo multimedia y de un futuro incierto. En ese mundo, la prosa precisa y bien llevada de Taylor acumula atmósferas densas donde raramente las bestias, encorsetadas por la soledad como si se tratara de un chaleco de fuerza, podrán respirar aire fresco.

 

Brandon Taylor, Pequeñas bestias, traducción de Juan Nadalini, Chai Editora, 2022, 248 págs.

 

 

 

 

 

 

 

 

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