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¿Qué hace un director con la propia escena cuando la premisa que se le encomienda es la de invocar en esa arena a Artaud, uno de los más grandes reformadores del teatro del siglo XX? ¿Qué tipo de vínculo se entabla que no sea del orden de la redundancia o la traducción? ¿Cómo se sortean los casi inevitables ademanes laudatorios o los efectos de sumisión sincera ante la contundencia de la figura consagrada?
En el marco del Ciclo Invocaciones y nada menos que desde el año 2015, Sergio Boris propone con enorme acierto un camino periférico que tal vez se enlace con el que trazó el propio Artaud, cuando en 1935 intentó plasmar el ideario de su Teatro de la Crueldad por vías laterales, poniendo en escena Los Cenci.
De este lado del océano, el espacio es un manicomio reconvertido en estacionamiento, cuya decadencia regentean un médico, su enfermera incondicional y un ex paciente. El lugar se completa con la presencia exuberante de la novia del doctor —una camarera del salón de fiestas vecino— y la de Fabio, un antiguo interno que vuelve para reconquistarla, munido de todo su desamparo y de su cuaderno de notas.
La escritura es en Fabio una práctica tan febril como escatológica. No en vano el cubículo del baño —en un gran diseño escenográfico de Ariel Vaccaro— es sede de destapaciones de excrementos que se suceden al ritmo frenético de los textos allí elaborados. Si, como sostuvo Artaud desde el confinamiento de Rodez, el poema debe oler mal porque en la fecalidad está su sustancia, la impronta del marsellés queda impregnada cabalmente en esta invocación.
Si, además, a contrapelo de la tradición textocéntrica de la cultura de Occidente, el teatro debería ser asunto de circulación de intensidades que impactan en la materialidad de la escena, Artaud cuenta con verdaderos aliados para el desafío. Federico Liss, Pablo de Nito, Elvira Onetto, Verónica Schneck y Rafael Solano hacen suyo el ideal de la presencia radicalizada por medio de una conciencia del juego actoral que lo brinda todo y nunca escatima en expresividad.
“No sé qué hacer con vos”, repite el médico al paciente del eterno retorno. Nadie parece saber qué se hace con los locos porque a esa altura de la obra resulta imposible descifrar de qué lado se encuentran. Será por eso que —a falta de electroshock— también el galeno hunde la cabeza en el congelador en busca de una descarga que lo aturda.
Sin embargo, la puesta de Boris destila un saber refinado, que en idénticas proporciones de hilaridad y desolación da cuenta de que ha encontrado una manera argentina y contemporánea de dialogar con Artaud para hacerle decir lo que se impone escuchar.
Artaud, dramaturgia y dirección de Sergio Boris, Teatro Beckett, Buenos Aires.
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