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La luminosidad de los sábalos muertos

Mario Arteca

LITERATURA ARGENTINA

Los poemas de Mario Arteca (La Plata, 1960) tienen oído absoluto. Todas las voces, todas las notas musicales son escuchadas y metabolizadas para construir artefactos textuales complejos y, sin embargo, de imágenes nítidas, muchas veces fílmicas. Los detalles proliferan y los poemas avanzan de manera oblicua. Todos los temas se poetizan con avidez. Es justo decir que en este poeta vive un gran narrador, un novelista. Su poesía hace pensar en otros poetas que escribieron versos “narrativos” como Joaquín Giannuzzi o Juan José Saer y, más acá, el joven Diego Brando. Pero, mientras que estos poetas consuman una voz, Arteca conforma muchas. Mientras que estos poetas trabajan en cada poema ahondando en una dirección, Arteca avanza en varias direcciones.

En el corpus de Arteca todo está siempre contado con la distancia de la inteligencia. La inteligencia brilla en su literatura. La inteligencia y no otra cosa hace posible esta poesía. Un poeta que reflexiona y asocia con una libertad total invita a que nos dejemos llevar por caminos que no imaginábamos. La inteligencia de la excentricidad que recorta y une materiales y voces. En los poemas de la antología La luminosidad de los sábalos muertos existen los postulados ensayísticos y los dispositivos de unas ficciones iluminadas por el pulso siempre consciente de una voz que canta revelándonos que la música incluye todos los géneros. Y, por ejemplo, en el poema “El pronóstico de oscuridad”, en el inicio, se explicitan estos modos de trabajar con la palabra: “’La tarea del arte es transformar, lenta, penosamente, el Uno en el Otro’ (Ch.S.). En el arte de descomponer números está el germen de la multiplicación. Se elabora pues desde el desmontaje, que es la matriz de todo taller de creatividad. / Separar, para después unir”. Y acá está revelada una de las características explicitadas en el prólogo de Carlos Battilana y Mario Nosotti: “Arteca es sobre todo un diestro montajista (hay muchas referencias al cine y sus procedimientos), alguien que junta y organiza piezas para volver a recrear sentido”.

No se puede hablar de poesía sin tener en cuenta la música que las palabras van produciendo. El ritmo de un lenguaje que siempre es autónomo y a la vez evocador. ¿Cuál es la música de los poemas de este volumen? Para esta pregunta hay una respuesta: el jazz (sobre todo el que nace con la ruptura del be bop y el hard bop de Coltrane o Sonny Rollins) y la música sinfónica, en donde las capas de sonido trabajan al mismo tiempo. Y si hablamos de música, es fundamental tener en cuenta los silencios y el ritmo que se logra con la puntuación. La puntuación sirve para frenar un discurso y, muchas veces, cambiar el recorrido argumentativo. La eficacia en el uso de la puntuación se puede comparar con la eficacia de un baterista para marcar la respiración de un tema. En el reportaje que Battilana y Nosotti le hacen al autor podemos advertir que Arteca es muy consciente de cómo trabaja: “En muchos de mis poemas existen momentos, sobre todo al comienzo, donde se pone de relieve un proceso narrativo cuyo hilo se corta enseguida. Y ahí me da la impresión que surge un mecanismo de supervivencia del texto, esa conciencia del artificio que hace desviar el sentido primero, pero no logra desnaturalizarlo del todo, y en donde se agregan breves cruces, voces incrustadas que de pronto irrumpen y se pierden, hipertextos, etc., para después seguir hasta el final, ya incorporado ese momento de irrupción del artificio que no me es ajeno, pero que muchas veces se sale de control. No significa que el poema se endereza, sino que en medio del proceso de reencauzar cierto hilo de sentido se termina. Las cosas a medio hacer, haciéndose”.

Para terminar, podemos decir que si no leemos a Arteca, nos estamos perdiendo una manera innovadora, protagonista de los nuevos modos de entender la poesía de nuestra época.

 

Mario Arteca, La luminosidad de los sábalos muertos, Miño y Dávila Ediciones, 2022, 156 págs.

15 Sep, 2022
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