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“¿Debemos hacer algo como humanidad? ¿Por qué creemos que debemos hacer algo juntos? ¿Por qué, en cambio, no nos vamos solos a la cordillera o a vivir en el polo, en un iglú? […] ¿Por qué miro el cuadro que alguien pintó?” Las preguntas abiertas por el trabajo de Obersztern hacen eco en otro paisaje, aquel de Barthes cuando ensayaba “Cómo vivir juntos”. La respuesta podría ser: empecemos por conversar.
El gran ensayo recoge la performance llevada a cabo en 2015, en el Museo de Bellas Artes, en el marco de la Bienal de Performance. Se trata de un texto de formatos múltiples: instrucciones y diálogos para ser activados por los “ensayistas” (según la denominación que tendrán los espectadores-actores de la ocasión), una trascripción de un video, una performance y una entrevista. El tono, como su título lo indica, es el del ensayo, uno con características de puesta en abismo de acciones que se saben artificiales, guionadas por una dramaturgia “caprichosa”, que hace decir cosas absurdas, que hace formular preguntas retóricas, que indica expresiones melodramáticas y gestos irrisorios. Y los “ensayistas”, el entrevistador y la propia dramaturga siguen, a veces contrariados, a veces automáticamente, otras con placer, lo que indica el texto dado por otro.
Así, los “ensayistas” reunidos en tríos y parados frente a una pieza del museo (tanto obras de arte como un matafuego) deberán ponerse a conversar e interpretar personajes (o tal vez, más modestamente, pasar letra) con nombres como “Mujer con cosas para decir”, “Marido de coleccionista” o “Juventud”. La obra de arte es una excusa (como toda ocasión de reunión) para conversaciones totalmente íntimas, inconducentes, beligerantes, existenciales. La misma suerte corre la construcción de una obra de arte por parte de Mariana, grabada en video y reproducida durante la performance, y la entrevista llevada a cabo por Marcos Perearnau, que replica otra anterior que ambos “interpretaron” en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (Pensamiento, cantidad necesaria, publicada por la misma editorial). En aquella ocasión, como en esta, la entrevista completamente escrita por Obersztern se pasea por una reflexión a dos voces acerca de qué es el teatro: “es importante que un actor no crea que la actuación es sólo histrionismo. […] Es bueno que, cuando agarra una tacita, ya sienta que tiene el mundo en sus manos […] entre la mano y la tacita está el teatro” (dirá aquí la entrevistada). La transcripción del video clip en vivo de la propia directora haciendo playback sobre un tema musical de Maria Bethânia con efectos de burbujas, coreografía y movimientos de cámara se presenta como otro “capricho” (la repetición no es una valoración, el propio texto se interroga por sus procedimientos en estos términos) que el público podía ver tanto en vivo como afuera, proyectado en las escalinatas del museo. Finalmente, algunas imágenes reproducidas en la publicación complementan la reconstrucción del gran ensayo.
Volvemos a las preguntas iniciales: ¿debemos hacer algo juntos? ¿Por qué no? La performance es una oportunidad, a la vez totalmente expuestos a la mirada de un desconocido y protegidos por un texto (máscara) que no es propio. En ese umbral de juego, de ficción, se pueden ensayar formas de hacer/estar con otros y también de probarse otros personajes, otras voces, ser otro. Luego, ¿por qué leer el texto que alguien escribió? ¿Por qué no? La respuesta parece simple: por “el placer del texto”, para decirlo con las palabras de otro.
Mariana Obersztern, El gran ensayo, Libretto, 2017, 256 págs.
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