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TEATRO

Las obras de Mariano Pensotti y el Grupo Marea (Mariana Tirantte, Diego Vainer y Florencia Wasser) cuestionan los límites de la especificidad teatral a través de la importación de procedimientos de otros lenguajes artísticos. En esa línea se pueden pensar desde Vapor (2005), El pasado es un animal grotesco (2010) y Cineastas (2013) hasta Cuando vuelva a casa voy a ser otro (2015) o Arde brillante en los bosques de la noche (2018). Luego de ser estrenada en festivales europeos, Una sombra voraz refrenda ese recorrido artístico en una indagación teatral que juega con recursos y motivos de la literatura y del cine.  

Se trata de dos voces que narran, en una especie de montaje paralelo teatral, y también desarrollan pequeñas escenas. Uno de esos narradores es Julián Vidal, un escalador, hijo de un famoso alpinista desaparecido cuando intentaba alcanzar la cumbre del Annapurna, un macizo montañoso de ocho mil metros, parte de la cordillera del Himalaya. En 2017, con cuarenta años y antes de retirarse, Julián quiere intentar completar la escalada en la que murió su padre. En ese ascenso le sucederá algo extraordinario que hará que su historia tenga enorme difusión. La otra voz narradora es la de Manuel Rojas, un actor cuya carrera está algo estancada y es convocado para actuar en una película que se realiza unos años más tarde sobre lo que le pasó a Julián Vidal. Con notable precisión y plasticidad, Patricio Aramburu (Vidal) y Diego Velázquez (Rojas) despliegan un juego especular de ritmo vertiginoso, en el que se narra la versión de cada personaje de esas experiencias y, al mismo tiempo, las peripecias de sus vidas personales y familiares. 

En sus fundamentos, Una sombra voraz aborda el impacto que las ficciones generan en la experiencia de los protagonistas y, a su vez, cómo las narraciones absorben y transforman acontecimientos y elementos de eso que solemos llamar “realidad”. El influjo de la literatura y sus recursos se juega también en la alusión a un texto de Petrarca de 1336: El ascenso al Monte Ventoso, que forma parte de las Epístolas familiares y es una referencia importante para la historia del alpinismo. La frase del título proviene de esa carta, pero en versión apócrifa (la “sombra de la muerte” se convierte en “voraz”), y en una edición del texto de Petrarca, el padre de Julián dejó escritas pistas sobre el recorrido que planificaba realizar en el Annapurna.

Como siempre en el teatro de Pensotti, el humor fluye sin esfuerzo: en los encuentros entre el actor y el escalador, con las mutuas sospechas, las inseguridades de uno y otro, y sobre todo en las distorsiones, énfasis y exageraciones que el relato cinematográfico, reconstruido por el actor, opera sobre las experiencias que detalla Julián. Rojas va encontrando que su biografía tiene más de un punto en común con la historia de Vidal y la película lo lleva a redefinir la relación con su padre y con su hija. Por su parte, el escalador revisará toda la historia del vínculo con su padre a la luz del proceso de elaboración y estreno de la película. 

El dispositivo escénico, creado por Mariana Tirantte, consigue mucho con poco: unos paneles movibles, dos cintas para caminar, un par de sillas, unos arneses para escalar. Los paneles son desplazados por los actores y van modificando el espacio para adecuarlo a las necesidades narrativas. Las cintas transportadoras que eran centrales en la escenografía de Cuando vuelva a casa voy a ser otro son utilizadas para las partes caminadas de los ascensos. Más allá de los aspectos narrativos e instrumentales, el dispositivo logra momentos de notable síntesis visual y conceptual: cuando ambos escaladores ascienden en espejo de un lado y del otro del panel que oscila y cada uno narra lo que sucede (en el Annapurna y en la montaña mendocina que lo representa en la película); los dos narradores que caminan en la cinta y dan su versión de lo que viven; los paneles que se convierten en espejos destellantes para evocar el hielo de las alturas. La música de Vainer propicia ambientes y climas que acompañan la progresión dramática y los momentos significativos del planteo escénico.

Una sombra voraz configura una sugestiva y singular encarnación de tópicos que recurren en las obras de este colectivo artístico: el vértigo y la superposición de tiempos, las ficciones como fuerzas constitutivas de la historia personal y social, el doble. En esta obra despunta la incorporación del tiempo geológico como parte de las capas que se acumulan y se modifican. Las consecuencias de la “escalada” de los últimos dos siglos de la humanidad dan lugar a esa nueva era geológica que se dio en llamar Antropoceno y está produciendo el acelerado cambio climático. “La Tierra está escupiendo cadáveres”, dice Julián cuando se refiere al derretimiento de los hielos en la alta montaña debido al calentamiento global, clave en el relato de la obra. Las ficciones humanas generan efectos reales; así, esa sombra amenazante que Petrarca encontraba en la violencia sublime de una cumbre, Pensotti la redescubre con ironía en el mundo contemporáneo.

Una sombra voraz, dramaturgia y dirección de Mariano Pensotti, Dumont 4040, Buenos Aires.

21 Ago, 2025
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