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Al entrar en Ruth Benzacar, el primer encuentro es con una rosa incrustada en la pared. Su tallo comienza rojo y adquiere luego el color crudo del hierro. Enfrente, las palabras de Carlos Herrera predican en un hermoso texto de sala sobre la intuición y la constante búsqueda de algún recuerdo certero en el fondo de la memoria. La muestra juega con el ícono y el símbolo. Se compone de estructuras de hierro que de forma sintética construyen una cama, unas costillas, una escalera. Además aparecen formas más orgánicas: rosas y ramas de hierro suspendidas en las paredes, que mantienen con fidelidad su origen naturalista. Por último, sobre la pared, unas arañas de cristal. De ellas cuelgan amuletos con calaveras hechas de huesos y cuerpos salidos de un proceso ínfimo entre el cristal, el oro y la plata.
Parece la búsqueda minuciosa de un método para poder cazar aquel sueño escurridizo que se desvanece justo antes de que alguien despierte. La materialidad presente es tan importante en el espacio que ocupa como en aquel que no tiene lugar. Los silencios hablan por sí mismos. En las escaleras, costillas, rosas y arañas de cristal cargan cual guardianes amuletos llenos de significantes. Es un tanteo nebuloso, dentro de la incertidumbre de la inconsciencia. La constante tensión entre la vida y el esqueleto, la sugerencia y lo rudo, el recuerdo y el presente, el sueño y la vigilia.
Amado señor (2020), el libro de Pablo Katchadjian, también sugiere una coreografía entre constantes tensiones semánticas para esquivar la conciencia y llegar a algo cercano a lo divino. Allí, a partir de cartas, Katchadjian establece un vínculo con el relato seguido por movimientos cortos, llevados con una liviandad que sólo lo es en apariencia. Porque detrás de ella hay un complejo engranaje construido por millones de movimientos provenientes de coreografías que, secretamente, supieron servir alguna vez. En el relato queda la tensión, la pregunta, el envión. Y de pronto, el aliento, la suspensión, el instante. Por último, un precario entendimiento, un remate y un guiño. Volver a tensarse en la próxima pregunta o el próximo conflicto. De esta manera, en medio de este divague, la conciencia está demasiado distraída atajando los miles de sentidos como para poder ser vigilante de las emociones que emergen.
¿Qué hay entre la conciencia y la gracia? ¿Y entre la vigilia y el sueño? Una coreografía resultante en cartas enviadas a Dios, o un conjunto de altares dedicados a la mala memoria, como sucede en Deshuesado. Mejor dicho: un registro de lo que esas coreografías supieron dejar en su danza esquiva de tensiones constantes. Es algo parecido a un salto al vacío, una entrega a una intuición. Carlos Herrera y Pablo Katchadjian, una pareja insospechada: ambos escucharon voces y les hicieron caso. Por eso mismo los celebramos.
Carlos Herrera, Deshuesado, Ruth Benzacar, Buenos Aires, 28 de septiembre – 13 de noviembre de 2020.
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