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Siete de la tarde, hay tono pero nadie atiende la llamada. ¿Quién atiende una llamada en este siglo? No pienses en la muerte. Inevitable: siete días, pienso instantáneamente. La llamada es un acto anacrónico, un fantasma del pasado. La puerta de metal negra con un timbre que no alcanzo sin ponerme en puntas de pie y un sticker a medio arrancar: art gal–. Hay alguien detrás de mí. Bajo el picaporte y me doy cuenta de que había estado esperando media hora en la vereda helada de la galería: estaba abierto. El pasillo largo apenas está iluminado. Argentinian Gothic: dos personas sentadas nos señalan la sala en la que se encuentra Amanda Tejo Viviani, con sus obras que resplandecen a través de las rendijas de la puerta. No hagamos una exposición sobre el aislamiento, dijeron, y sin embargo La fiebre de las cosas, con curaduría y texto de Carlos Herrera, se creó su propio búnker acorazado y espiralado, en formato acaracolado, como si se tratara de un cuento de terror inspirado por Junji Ito. No escribas sobre el aislamiento, me dije, y sin embargo, después de dos años de ser une hikikomori, salí a una exposición de terror y me hice la película, también de terror.
Entre el dibujo, la pintura y la intervención topológica de la sala, se despliega un decorado onírico de potencialidades fantasmáticas. Las obras de Tejo Viviani se alejan del horroroso realismo del exterior para proponer un espacio interior de rarismo: figuras humanas y animales en enormes lienzos con paletas oscuras, desde lobos perros y cisnes hasta algunas personas con lenguas de culebras y ojos perdidos; escenografías de arquitecturas góticas con umbrales que no llevan a ningún lugar, entre puertas con caras que te miran y ventanas tapiadas con inscripciones del más allá; huellas de un espacio habitado y abandonado al mismo tiempo, o un calco de la ciudad reproducido en espiral.
Dos alas arrancadas a algún ser vampírico cuelgan en la pared como un trofeo, pintadas con retratos de animalidades semihumanas. Velos translúcidos delinean recorridos en bucle, entre tapicerías de papel con dibujos sombríos: los sueños de un hada atormentada, iridiscencia contra brillo negro. No me sorprendió escuchar que Tejo Viviani estaba leyendo el libro maldito Lo raro y lo espeluznante, de Mark Fisher, porque el rarismo que inaugura La fiebre de las cosas invoca el espectro de un espacio habitable que se quiere escapar por las puertas y ventanas bloqueadas. Como escribe el crítico británico: “Los sueños no son solamente espacios de interioridad solipsista, sino un terreno donde el telón rojo que da al exterior puede descorrerse”.
Rarismo, rarismo sucio, rarismo mágico, rarismo especulativo: la exposición de la galería de arte NN abre la cortina hacia los escombros de un ambiente des-subjetivado que solamente guarda pedazos de personas: un montón de caras hechas de pinceladas sucias; latas vacías de cerveza con la saliva de algún ser; los pelos trenzados de amigues desconocides; altares a rituales de cercanía visceral. La fiebre de las cosas es la resaca de un encuentro raro que todavía quiere suceder.
Amanda Tejo Viviani, La fiebre de las cosas, curaduría de Carlos Herrera, NN, La Plata, 18 de junio – 7 de agosto de 2021.
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