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La lechuza entró por el ventanal de la catedral

Denise Groesman

ARTE

La preparación comienza al atravesar las cavidades de un pene caverna. Un clítoris expandido y vigoroso donde meter la cabeza. La cara inserta en la garganta larga de un alambique, para ser atravesada hacia el interior de un cuerpo donde se puede visualizar el mecanismo secreto de una acción básica. Un músculo triturador de aire produce sonido humano. Podría ser un poema, una canción o la palabra hiriente, como un aguijón escorpiano. El poder maravilloso y abyecto de la comunicación. Es que ella es siempre veneno y belleza.

Pisando los cartones del espacio ritual, lo primero es fundirse entre sus pelos. Denise Groesman entra a la galería con un corte nuevo. De un hilo conductor de cobre cuelgan sus rulos suaves y densos. Ya no es el pelo revulsivo de quién-sabe-quién que nos forzó a esquivar en el sótano de UV. Ahora nos deja elegir si queremos o no fundirnos. Su pelo es una última ofrenda personal después del amasijo autobiográfico de Animal romántico, cuando nos invitó a subir al escenario de su vida para terminar metiéndonos en su túnel. Ya no estamos asombrados recorriendo sus entrañas, sino extraviados por una cabeza que nos acaricia. Sus rulos son el primer vehículo para empezar un viaje donde el yo, si permanece, lo hace como una fuente de simbologías coyunturales. Animal romántico sepultó la necesidad de lo autobiográfico. Lo performativo ya no es una herramienta para producir ficción, sino un cambio de estado en el espectadorx. Ya no se trata de componer o descomponer representaciones del pasado, sino de transportar presencias al futuro.

Otra iniciación es a través de la única pintura en la sala. Sobre la cabeza de la figura, dos facciones se enfrentan en un puente con forma de cuernos. Batalla binaria. En la cueva de su boca habita otro músculo extraño: una lengua trífida que alberga a una tríada de ichthys. El código clandestino de mayor fama en la civilización occidental y cristiana convertido en tres peces color verde abortero. No es un talismán, sino la escritura que cuenta un pedazo de historia. La pintura como manual de símbolos de un arte ritual. Un relato de amenaza y cobijo, que a su vez habita en el resto de los objetos y en el resto de los espacios. Estar contenidx es estar también en peligro. Y eso provoca una atracción inevitable: quedarse ahí el mayor tiempo posible, aunque crezca la amenaza.

Los otros objetos de la sala son vehículos. El arte como herramienta de transporte. El rito como pasaje. Transportarse también es transformarse. El cambio de estado como práctica performativa se replica en el reciclaje como acto de concepción de cada uno de los objetos. Todo fue anteriormente utilizado. Los vehículos cargan vidas previas. Es una nueva forma de contener pasado sin el uso del relato autobiográfico.

Denise Groesman recicla. Como hacía Maresca, hace que las cosas transmuten. El dorado que es basura, mercancía y espiritualidad. Los pelos y los látex van cambiando de función. Las hojas y las gomaespumas purificadas por el fuego. Las obras y sus materiales que pasan de una muestra a otra. El reciclaje limpia. Es economía, ideología y alquimia. Es una estrategia para reconfigurar lo establecido. La práctica que termina dando entidad y carga ritual a los objetos. La densidad del pasado avanzando hacia una nueva constelación. Las latas de tomate transmutadas en un cohete dorado a partir de la huella del trabajo físico; el campanario hipnótico y peligroso, abrazador y claustrofóbico de la catedral pagana de un mundo nuevo. Las latas que se usaron en la pizzería Imperio son ahora una obra que activa sujetos.

El cohete dorado es un portal. Al otro lado, una araña gigante de tres patas flota en un planeta azul iluminado por un sol con forma de iris. La Monstrum foemina tiene una escala imponente y diminuta. Es difícil entender si es la misma en distinto estado. La imponente domina el planeta de forma pacífica. Invita a cohabitarlo, a relajarse entre sus garras. Invita a tocarla, a tirarse para admirar su belleza. Parece amenazante, pero también graciosa. Baila tierna y segura. La diminuta protege un tesoro imperial que yace como pequeño montículo en un rincón. No tiene intenciones de moverse. Ambas son de pelo y gomaespuma con agregados metálicos, ensambladas a fuego y ataduras. En un rincón hay un huevo de pelos dentro de un nido. Hubo una cópula. Emerge un pensamiento más complejo donde lo abyecto o amenazante no es necesariamente revulsivo ni expulsivo, sino que convive con el amor. Queremos permanecer en ese lugar, pero no para estabilizarnos sino para transformarnos. Transportarnos y alejarnos de lo normado, para cohabitar otro tipo de seres u otro tipo de estados u otros rincones aún no vistos de nosotrxs mismxs. Algo así como la historia del cohete y de la araña trasladándose hacia un futuro descentrado.

 

 

Denise Groesman, La lechuza entró por el ventanal de la catedral, curaduría de Marcelo Galindo, Moria Galería, Buenos Aires, 9 de noviembre – 30 de noviembre de 2019.

12 Dic, 2019
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