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El vampirismo es más sanguíneo que viral, pero necesita del encierro y de la soledad para existir. Es un pacto de eternidad, cuya deuda debe pagarse con el abandono de la luz del día y de la imagen propia. Los vampiros, aunque sean eternos, no están ni vivos ni muertos. Una deriva similar puede observarse en muchas de las muestras inauguradas en el momento inmediatamente anterior a la pandemia. Cerradas al público, adquirieron una eternidad que negoció con ellas la vitalidad, por lo que la reapertura —ocurrida varios meses después— las encontró siendo en apariencia las mismas, cuando era mucho lo que alrededor había cambiado.
Hay quienes, sin embargo, supieron interpretar el momento. Pensar todo de nuevo, la muestra curada por Andrea Giunta en Rolf, recurrió al espacio virtual para desplegar un vasto conjunto de obras, de archivos y material de investigación, que fueron potenciados por los encuentros virtuales que se desarrollaron durante los meses de más duro confinamiento. Más tarde, con la reapertura al público de la galería, la muestra física tomó cierta autonomía con respecto a su versión virtual, por lo que, si bien visitar la plataforma web ayuda a una comprensión más exhaustiva de la exhibición, no cargamos con la demanda de tener que retornar a una virtualidad que, a esta altura, nos tiene agotados.
Organizada en seis capítulos (“Políticas del cuerpo”, “Formas que administran el cuerpo”, “Afectos”, “Memorias que son presente”, “Signos urbanos”, “Cuerpos y naturaleza”), la muestra se abre con Bocanada, una serie de heliografías que Graciela Sacco comenzó a realizar en 1993. Con ellas intervino el espacio público de ciudades como Rosario, Buenos Aires, San Pablo y Nueva York, entre otras. En la pared lateral están expuestas un conjunto de obras que Liliana Maresca realizó también en 1993. En primer lugar están las fotografías donde Maresca posa recostada desnuda sobre imágenes de Menem, Videla y Clinton, que encuentran continuidad en el registro fotográfico y en video de la intervención que la artista hiciera con estas imágenes en la costanera sur de la Ciudad de Buenos Aires, cuando ese espacio no era más que un basural.
Ante el montaje de imágenes aparecen relaciones insospechadas, formas que se repiten y retornan, fantasmas que complejizan la dimensión temporal. Junto a las obras de Sacco y Maresca se insinúan ciertos monstruos, como en la videoinstalación de Silvia Rivas o en la fotoperformance de María José Arjona. Estos interrogantes adquieren una dimensión precisa con la serie Cáscaras (1963), de Dalila Puzzovio, construida a partir de desechos de yesos y de material utilizado para rehabilitación que la artista recupera de una visita al Hospital Italiano, para construir luego figuras donde el límite de la forma humana parece haber sido totalmente trasvasado.
Si las formas e imágenes de cuerpos caracterizan los primeros dos capítulos, la muestra comienza a abrirse paso por la memoria, la construcción de relatos y los monumentos. La obra de Cristina Piffer, más espectral que monstruosa, retorna sobre la “conquista del desierto” a partir de la reinterpretación de los retratos que la ciencia argentina hiciera de los indígenas del sur del país. Mientras, la dimensión monumental cobra fuerza en el capítulo “Signos urbanos” en imágenes que remiten a la construcción estatal, a partir por ejemplo del registro de la instalación que Marta Minujín realizó en la Bienal de San Pablo en 1978, o en la fotografía de gran formato de Santiago Porter sobre el monumento (decapitado) de Evita, y en la serie Inventario iconoclasta de la insurrección chilena que Celeste Rojas Mugica produce a partir del registro de intervenciones de monumentos durante las manifestaciones recientes en Chile.
En el espacio web, la muestra contiene una mayor cantidad de obras —esa es una dimensión interesante de la virtualidad, la que permite extender el espacio— así como archivos, documentación y textos que le otorgan aún más espesura a la muestra, abriendo camino a la investigación. Si bien es cierto que el desdoblamiento entre el espacio virtual y físico es algo cotidiano para la mayoría de los museos, la pandemia aceleró el proceso para que estos cambios lleguen también a las galerías de arte, más allá del interés comercial que puedan tener estas. Pensar todo de nuevo, en este sentido, marca una trayectoria interesante.
Pensar todo de nuevo, curaduría de Andrea Giunta con la colaboración de María Carolina Baulo, Rolf Art, Buenos Aires, 21 de mayo – 20 de noviembre de 2020.
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