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¿Qué quiere una mujer? Según El lugar de la otra, el inteligente, por momentos cómico y por momentos conmovedor drama de época dirigido por Maite Alberdi, lo que una mujer quiere no es, ciertamente, una enceradora. Pero tampoco basta con “una habitación propia”; la aspiración, aquí, apunta a algo más concreto, a la vez más escurridizo: su apartamento propio. Así, como lo indica el título de la película, el deseo aquí es inseparable del lugar y de la otredad. Es esa llegada al lugar de la otra, al espacio previamente habitado por otra mujer, lo que da origen a lo que podría describirse como una exploración arqueológica de los medios y las tecnologías cotidianas. Porque el lugar de una mujer —su lugar social, simbólico y material— es inseparable de las condiciones mediáticas e infraestructurales que lo configuran: la escritura, la mecanografía, la radio, la fotografía, por un lado; y, por otro, la arquitectura cargada de sesgos de género que delimita sus movimientos y posibilidades: el apartamento, la oficina, el tribunal, el hotel, el club de caballeros, y hasta la prisión.
El lugar de la otra se ambienta en Santiago en los años cincuenta y cuenta la historia de Mercedes (Elisa Zulueta), una taquígrafa judicial y asistente administrativa del juez Veloso. Cuando es asignada a investigar a la escritora María Carolina Geel (Francisca Lewin) por el asesinato de su amante, Mercedes se ve envuelta en su propia investigación sobre lo que podría significar para una mujer, en palabras de Geel, “construir su propia libertad”. El caso es real: en 1955, Geel le disparó a su amante en el abarrotado comedor del Hotel Crillón. El asesinato también fue, como deja claro otro de los personajes de la película, una cita literaria. En 1941, la escritora surrealista María Luisa Bombal le había disparado a su propio amante en el mismo lugar. Cuando la noticia del crimen llegó a la poeta y ganadora del Premio Nobel Gabriela Mistral, no pudo evitar interceder. Le solicitó al presidente de la República el indulto para Geel, y su petición fue concedida. Geel fue condenada a tres años en una prisión de mujeres donde escribió su novela más importante, Cárcel de mujeres (1956). Sin embargo, tras cumplir sólo dos años de condena regresó a su hogar gracias al indulto presidencial.
Lo que distingue la aproximación de Alberdi a este caso no es el crimen en sí, sino la forma en que lo articula con las condiciones materiales y simbólicas que configuran la vida de las mujeres. En la película, los medios —la radio, el periódico, las multitudes de fotógrafos y los curiosos— no representan canales de comunicación sino fuentes de ruido, de saturación. Incluso el apartamento familiar, con su cocina abarrotada, su único baño y el pequeño vestíbulo que funciona como estudio fotográfico del esposo, aparece como un espacio de encierro más que de intimidad. Frente a esto, Mercedes establece una conexión con el espacio silencioso del apartamento de Geel, “la otra”, al que tiene acceso por su trabajo para la corte; también una conexión entre su propio cuerpo y el de la otra a través de la lectura, el uso de su ropa, su maquillaje y su perfume. Mercedes no accede plenamente a la subjetividad de Geel, que permanece, en el fondo, impenetrable. En cambio, forma un vínculo de solidaridad con ella y con la pregunta abierta sobre lo que significa ser mujer. El apartamento se convierte así en algo más que un lugar: es una materialización de la posibilidad de la libertad. Pero también, y no menos importante, es un espacio de creación. Tener un lugar propio les permite a ambas mujeres expresarse a través de sus medios elegidos: Geel con la escritura y Mercedes con la fotografía. La intimidad del espacio sustrae las voces del ruido exterior y las canaliza hacia la producción simbólica, hacia una forma de existencia que, si bien precaria, es también afirmativa.
Maite Alberdi, conocida internacionalmente por sus documentales nominados al Oscar (El agente topo, de 2020, y La memoria infinita, de 2023), siempre ha mostrado un profundo interés por la relación entre los mundos privados y la percepción pública. Sus películas anteriores revelan una sensibilidad notable hacia las texturas íntimas de la vida, especialmente en torno a quienes la sociedad tiende a invisibilizar: los ancianos, las personas con discapacidad, los institucionalizados. Con El lugar de la otra, se adentra en el terreno de la ficción narrativa por primera vez, sin abandonar sus instintos documentales: el uso del archivo y una mirada crítica a las estructuras que regulan la vida privada. Alberdi incorpora una de las historias analizadas en Las homicidas (Lumen, 2019), el libro de Alia Trabucco Zerán que examina cómo el Estado chileno ha respondido históricamente a las mujeres que matan. Trabucco Zerán argumenta que el acto de indultar a estas mujeres no es un gesto de compasión, sino de control. Condenarlas públicamente implicaría reconocer su agencia y visibilizarlas como sujetos peligrosos; perdonarlas, en cambio, permite neutralizar esa amenaza y devolverlas al silencio. Alberdi recoge esta idea y la traduce en lenguaje cinematográfico: la fascinación de Mercedes por Geel es, en ese sentido, también una fascinación por ese peligro, y por la posibilidad de vivir, aunque sea brevemente, al margen de las reglas.
El lugar de la otra (Chile, 2024), guion de Inés Bortagaray y Paloma Salas a partir del libro Las homicidas de Alia Trabucco Zerán, dirección de Maite Alberdi, 96 minutos, disponible en Netflix.
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