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El último medio siglo ha visto proliferar las categorías teóricas o genéricas para dar cuenta de los diversos modos de la primera persona en la prosa narrativa. A los tradicionales “memorias” y “autobiografía” se sumaron los hoy muy familiares, incluso fuera de la academia, “autoficción”, “testimonio”, “narrativa del yo” y, más recientemente, “autoteoría”. No pasa lo mismo con el cine, a pesar de que la práctica de hacer películas ficcionales desde una perspectiva íntima, con historias tomadas de la propia experiencia, y en las que un personaje replica, sin mucho misterio, al director, ha sido corriente desde siempre, y ha dado lugar a largas filmografías —las de Ingmar Bergman, Woody Allen, Tsai-Ming Liang o Martín Rejtman, por ejemplo—. Sin embargo, apenas se las llega a catalogar de “películas semiautobiográficas”, y sólo cuando esta dinámica se muestra muy a flor de piel —como pasó hace poco con Los Fabelman de Steven Spielberg—. Quizás esto se deba al carácter esquivo de la primera persona en la pantalla, a la imposibilidad de identificar la forma que adopta el yo en un film con la obviedad con que se lo identifica en un texto escrito. La última palabra (sólo por última, no por definitiva) la tuvo la semiótica, al afirmar que la marca más evidente de la enunciación en el cine era la aparición de la cámara en pantalla —“enunciación impersonal” la llamó Christian Metz en los noventa—.
Quizás también se deba a que todo esto importe cada vez menos. A que el cine, por su condición contemporánea (su edad en siglos es menor a la de los milenios literarios), haya aceptado, con naturalidad, las paradojas de la enunciación como una de sus condiciones de posibilidad. Esta parece ser la actitud que anima a Joanna Hogg (Reino Unido, 1960), cuyas películas son autobiográficas de un modo despreocupado. La primera toma de Presagios (su corto de 2023) lo ilustra: una vista de Los Ángeles desde la ventana de un hotel, en cuyo vidrio se refleja la mitad de su cara y el teléfono que está usando para captar la imagen. Se la escucha decir: “Anoche soñé que hacía una película. Una película de notas. Y estaba filmando material para algo que ya había filmado antes”. En medio de esa profusión de primeras personas (el yo del discurso, su cara en el reflejo, el dispositivo de filmación), la frase describe perfectamente su relación con La hija eterna, la película previa de Hogg. Todo el corto funciona como un imposible “presagio” retrospectivo del largometraje, “algo que ya había filmado antes”. Es que Presagios condensa las obsesiones de Hogg —por un lado, su apego a los espacios; por otro, la maternidad, o la relación madre-hija, o su relación con su propia madre, o su muerte—. Hogg se sabe críticamente fuera de lugar en Los Ángeles y hace de eso la clave de su trabajo. Mientras filma el viejo hotel y teatro en el que reside, reflexiona: “Hay tanta historia aquí, y quizás sea la regeneración constante lo que crea capas de fantasmas, capas de pasado. Pero a mí me interesa lo que este lugar es ahora y que posea estas reverberaciones del pasado”.
La hija eterna cuenta la corta estancia de Rosalind y Julie, madre e hija, en un pequeño hotel de campo inglés. Han venido a celebrar el cumpleaños de la madre —y es ella la que acusa las “reverberaciones del pasado” que perviven en el sitio—. De a poco entendemos que el hotel se encuentra en lo que había sido la residencia de una tía de Rosalind, y que ella guarda un repertorio de recuerdos, felices y no, del lugar. Como en el díptico The Souvenir (2019, 2021), Julie, la hija, es una cineasta que cifra a Hogg, y está aquí tratando, sin suerte, de escribir un guion —una de las muchas formas del motivo central, el fracaso—. Así, este escenario y esta historia pronto se convierten en una película de fantasmas —y exhiben un tono gótico reforzado por el diseño de producción, la estilización de la fotografía y hasta los títulos finales—. Pero el gesto más inquietante de toda esta fantasmagoría reside en que la misma actriz, Tilda Swinton, interpreta a madre e hija —en una pirueta que refiere a las decisiones de elenco de The Souvenir, donde Tilda Swinton también da forma a la madre de la cineasta, pero la cineasta es interpretada por Honor Swinton Byrne, hija de Tilda—. La multiplicación casi caleidoscópica del yo de Joanna Hogg en los últimos veinte años de su trabajo nos devuelve al paradójico programa (tienta calificarlo de “macedoniano”) que anuncia en la primera escena de Presagios: tomar notas para planificar la película que se acaba de hacer.
The Eternal Daughter (Reino Unido/Irlanda/Estados Unidos, 2022), guion y dirección de Joanna Hogg, 96 minutos; Présages (Francia/Reino Unido, 2023), guion y dirección de Joanna Hogg, 11 minutos.
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