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¿Cómo vives? Sobre El niño y la garza y el cine de Hayao Miyazaki

DISCUSIÓN

Hace ya unos veinte años, durante la producción de la película Ponyo, Hayao Miyazaki autorizó al director de cine Kaku Arakawa el rodaje de un documental sobre el trabajo realizado cotidianamente en el estudio Ghibli, aunque con una curiosa condición: la filmación debería ser unipersonal, teniendo solamente Arakawa acceso tanto a las instalaciones de Ghibli como al seguimiento de Miyazaki en su estudio. El resultado fue un intrigante y bello documental de más de tres horas de duración, que prolonga su indagación a lo largo de una década, titulado justamente Diez años con Hayao Miyazaki (2020). Se trata de un material fílmico revelador de múltiples facetas del director japonés, que amplifican la imagen estereotipada de sensei bonachón que generalmente nos llega del otro extremo del mundo: su obsesiva rutina laboral, sus tortuosos procesos de inspiración, su tensa relación con su hijo, el también director Gorō Miyazaki, sus momentos de aislamiento y hosquedad, así como su entusiasmo y sentido del humor.

En la última parte del documental, dedicada al proceso de realización de El viento se levanta, Miyazaki cuenta que hay una pregunta que por entonces lo persigue: cómo vivimos, es decir, qué hacemos con el tiempo de vida que nos toca en suerte. Los personajes de El viento se levanta intentan desarrollarse en años de guerra, asediados por el deterioro anímico, económico y social. La pregunta sobre cómo vivimos aparece a la manera de una ética subterránea en el pensamiento de un Miyazaki crepuscular e hiperactivo, que dibuja a contracorriente del paso de las horas y aprovecha cada segundo; de alguna manera, sus dos últimos filmes son sus carpe diem. El viento se levanta se estrenó en 2013 acompañada del anuncio de un inminente retiro del autor, circunstancia que sus seguidores nos acostumbramos a desestimar, ya que Miyazaki realizó cinco películas, además de múltiples mangas, cortometrajes y videoclips, desde que anunció su jubileo por primera vez.

Como si no pudiera sustraerse a la materialización laboriosa de sus ideas, y como si cada obra demandara un esfuerzo somático que lo dejara al borde del agotamiento total de sus energías, Miyazaki reitera este movimiento en un nuevo film: anticipar que será la última vez y presentar una obra maestra. Así aparece Cómo vives (Kimitachi wa Dō Ikiru ka), con la insólita traducción de El niño y la garza en el ámbito hispanoamericano, sin campaña de marketing alguna más que un simple y enigmático afiche en acuarelas, y concebida como una pieza con escenas de extrema lentitud en plena época de inmediatez digital y profusión del streaming.

 

Espacios transicionales. Cómo vives comienza con una alarma de emergencia, la brusca interrupción de un letargo. De la misma manera que en El viento se levanta, el plano que introduce al protagonista, llamado Mahito, nos lo muestra durmiendo. Un terrible incendio se ha desatado en la capital nipona de comienzos del siglo XX; las llamas desgarran las imágenes, vulneran las formas, tensan el régimen visual como papel que se quema y se disipa. En más de una ocasión, Miyazaki hará del fuego en este film una amenaza de disolución del soporte mismo de las imágenes. En esos primeros y dramáticos minutos, Mahito perderá a su madre, una ausencia que motivará toda la trama.

Como si formaran parte de un ciclo de reflexión sobre la misma época, esta película y la anterior de Miyazaki transcurren durante la Guerra del Pacífico, un momento histórico en el que Japón se incorpora al régimen bélico internacional que conducirá a la Segunda Guerra. Son años de brusca y ansiada modernización industrial, donde conviven en tensión elementos rurales y ancestrales con las novedosas máquinas, estéticas y costumbres de Occidente. Miyazaki insiste en mostrarnos los derroteros de una modernización accidentada, en un período crítico de transformación cultural; vuelve a ese irreconocible Japón rústico como si nos señalara el nodo crucial del mito de la tecnocracia japonesa. El anime y el manga, surgidos del contacto entre el mercado occidental y las artes visuales clásicas de Japón, han sido desde sus inicios poderosos e incesantes medios de reflexión sobre las relaciones entre cultura y tecnología. Problematizan, cuestionan y permean la normalización del poder tecnológico y los dilemas que implica. Siendo acaso el más célebre realizador de anime del planeta, Miyazaki se ha colocado en la zona central de esta larga tradición que especula sobre la tecnología a través de las imágenes. Sus películas contienen siempre escenas que muestran los procesos de producción de los objetos, el tiempo, el esfuerzo, la técnica que hace posible concretarlos. Con una dedicación artesanal que demandó siete años de esfuerzo, Miyazaki recrea con su lápiz, en El niño y la garza, ese Japón liminal de la transición entre el mundo moderno y el antiguo, que está en el origen de la sociedad nipona moderna y también del anime.

Tras la temprana muerte de su madre, Mahito es trasladado a un nuevo hogar, cerca del cual hay una construcción realizada por uno de sus ancestros: una torre vedada y misteriosa. Es de notar que los films de Ghibli están repletos de lugares secretos, que funcionan como núcleos articuladores de los relatos y como espacios liminales entre experiencias: el bosque de Totoro y el del Shishigami, el castillo en el cielo, el Fukai subterráneo y la cámara botánica de Nausicäa, el Hotel Adriano y la cueva insular de Porco Rosso, son algunos ejemplos de estos espacios individualizados donde se articulan las tramas narrativas. La Torre de Cómo vives funciona como un extraño espacio de entrelazamientos cuánticos, una zona no euclídea de coexistencia y comunicación entre mundos alternativos. Allí Mahito tendrá la oportunidad de conocer versiones paralelas de sus ancestros y de reordenar la continuidad de una experiencia quebrada por las huellas bélicas y la repentina muerte de su madre. La Torre ofrecerá un invaluable recorrido no lineal para que Mahito pueda, si no reparar, al menos reorientar el pasado.

 

Poética de los elementos. Cómo vives está ritmada por una oposición plástica y visual entre el fuego y el agua. Tras la experiencia del incendio, que durante todo el film acosa a Mahito en sus pesadillas, aparece el personaje de la garza, circundante de entornos acuáticos. Como una suerte de ideograma aéreo, este personaje se desplaza trazando líneas entre distintos espacios, señalando a Mahito el curso de la aventura. Es un personaje ambiguo que por momentos acompaña, traiciona y abandona a Mahito. Forma parte de la negativa de Miyazaki a elaborar caracteres univalentes; es sabido que una de sus características inflexibles como artista es precisamente su resistencia a las tramas maniqueas y a la personificación moral de los conflictos.

Abundan en Cómo vives los cuerpos en estado de masa: las aves, los warawara, los hombres hechos de agua negra, las garzas, las ranas, los peces. Esta concepción de los cuerpos disueltos en poderosas avalanchas es algo que ya aparece en la opera prima de Miyazaki, Nausicäa del Valle del Viento (1984), con la furia colectiva de los ohmu, y que se reitera en otros filmes, especialmente La princesa de los espíritus vengadores (1997), con los aguerridos jabalíes y los esquivos kodamas. Los personajes se desindividualizan en lógicas de vinculación no humanas, fundiéndose en una suerte de potencia elemental y haciendo un contrapunto con la rígida centralización narrativa de los protagonistas humanos.

En este film subyace una reflexión sobre la sostenibilidad demiúrgica del arte; los personajes de Cómo vives intentan una fallida herencia generacional. Mahito continuará la obra de su tío abuelo, el gran artífice del mundo paralelo, pero lo hará con otros métodos y de “este lado” de la realidad, con sus defectos e injusticias. La condición testamentaria de esta despedida de Miyazaki es mucho menos transparente que en El viento se levanta, pero se percibe en la manera en que Miyazaki hace implosionar, sin nostalgia y sin provocación, la ingeniería de un mundo ficticio. Cómo vives enfatiza su pertenencia a una incansable trayectoria de invención: en ninguna otra película de Miyazaki se ven tantos rasgos estéticos que conecten con las anteriores, estabilizando una suerte de cosmología personal. Y, como siempre, está presente en esta obra la primacía elemental del viento, el desafío técnico que Miyazaki decidió encarar desde el principio, convirtiéndolo en uno de sus rasgos magistrales: representar, como artista visual, las circulaciones de una fuerza invisible.

 

Transversalidad de la memoria. Si bien desestimo las explicaciones biograficistas, no puedo dejar de señalar que Miyazaki, como el protagonista de su último film, perdió a su madre siendo un niño. Cómo vives transcurre durante la guerra, y la pérdida de la madre de Mahito es la huella experiencial más directa de esta tesitura epocal. La nación se desgarra mientras que, del otro lado del mundo nuestro, colapsa y se desmorona el mundo alternativo que contiene la Torre. Las películas de Miyazaki son amorosamente atentas a la fragilidad y la finitud de los cuerpos: abundan los personajes con afecciones diversas, y siempre se respetan los ritmos integrales de cada fisonomía. A contramarcha de la intencionada ingenuidad que suele caracterizar el cine de animación, Miyazaki no evade las huellas formativas de los traumas. Cómo vives es una película sobre el duelo, como si, desafiando la linealidad del tiempo, Miyazaki convocara las partículas del niño que lleva en sí y lo invitara a especular una nueva sanación de la experiencia. También en ese sentido es crucial la pregunta sobre qué hacemos con aquello que nos toca en suerte.

A diferencia de El viento se levanta, esta no es una película que trate de manera explícita sobre las tortuosas relaciones entre arte y tecnología. Más parecida a El viaje de Chihiro (2001) o El castillo ambulante (2004), es sencillamente un relato de aventuras, colmado de complejos y entreverados sustratos simbólicos. Una suerte de cuento de hadas, con referencias a los clásicos tópicos del género: el rescate de la doncella, el héroe huérfano, el descenso al inframundo, los acompañantes ambiguos, los asistentes que funcionan en grupo. Es notorio el influjo de Alicia en el País de las Maravillas, que se evidencia hasta en el atuendo de algunos personajes. Como sabemos, el creador de Ghibli es un artista capaz de tramar obras de gran originalidad interviniendo las estructuras de los cuentos populares sin desestimar la repetitiva efectividad de sus fórmulas.

Miyazaki se ha pasado la vida intentando conectar a las generaciones, trazando lazos entre personajes jóvenes y ancianos, creando historias que transmitan la conveniencia de la paz a generaciones que no han vivido la proximidad de la horrible experiencia atómica. Ha confiado siempre en el cine como un dispositivo socializador de la memoria. En una escena de este último film, Mahito encuentra un libro titulado ¿Cómo vives?, la más íntima y dedicada herencia que le ha dejado su madre. Este momento singular de enlace afectivo se da a través de la experiencia compartida, y su transmisión es obrada por el principal vehículo material de la memoria: los libros. En cincuenta años de trayectoria, Miyazaki no cesó de señalar la capacidad de las narraciones para intervenir, transformar y complejizar nuestra experiencia anímica e intelectual, incluso y sobre todo durante épocas en que se había puesto de moda afirmar la disolución de los grandes relatos. Es difícil considerar esta película una despedida, no sólo porque la obra de Miyazaki está ya entrelazada con el proceso continuo de la imaginación colectiva, sino porque en el modo de hacer de Miyazaki cada obra implica la génesis de un mundo; es un artista que parece estar siempre en la frescura creativa de un inicio, inicio que ha requerido innumerables horas de minuciosa concentración. Su mirada artesanal se prolonga ahora a la trama decisional que compone nuestras vidas, a la inquietud por cómo abordamos y volvemos a imaginar la más irreversible y esquiva de las realidades: el tiempo.

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