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Es poco, prácticamente nada, lo que se sabe en la Argentina de la vida y la obra de Adalberto Varallanos, poeta peruano nacido a principios del siglo XX en Huánuco (como Vallejo, este también fue un bardo de los márgenes) y que sólo vivió veintiséis años, dejando no obstante una estela de corte surrealista en el paisaje de la poesía de su país. Su legado, que abarca desde cuentos bizarros hasta críticas de una lucidez meridiana, ha sido recopilado en el libro Permanencia, objeto del cual nos ocuparemos en esta reseña.
En principio, el compendio revela a un intelectual agudo y precoz: su poesía lírica y en prosa sigue siendo relevante hoy por varias razones, ya que conjuga un estilo singular y moderno, influenciado por el arte maestro de las vanguardias; este, al igual que César Vallejo o Carlos Oquendo de Amat, supo materializar esta enseñanza, reivindicando además su origen americano: “Como era indígena del Perú, yo un tiempo uno de ellos, lo ‘volví a ver’. Pensaba, en seguida, de las transformaciones naturales que había sufrido con varios contactos. Uno de ellos, el de vivir años en las ciudades”, evoca en el poema “Hilalo”.
Además de su labor como poeta, Varallanos también se destacó como crítico y difusor de nuevas ideas. Su participación en proyectos editoriales como la revista JARANA y su colaboración con figuras prominentes como Jorge Basadre demuestran su compromiso con la cultura y el arte. En “Ejemplo de poesía nueva” se vislumbra su contacto con lo hipercontemporáneo: “La poesía según Valéry”, nos dice, “es una dificultad donde no han llegado sino pocos, o casi nadie. Alta matemática, mística, estados de éxtasis, inconsciencia lírica del individuo: poesía efectiva. Síntesis: esa es la característica de lo más caracterizable”.
Hay que decir que para Varallanos no importan demasiado ni el tema tratado ni el formato (el género) donde volcar su logorrea: valiéndose de su pulso continuo a la hora de componer, legó para el recuerdo piezas como “Señorita Ex-Música”, “Jatewa” o la muy melancólica “Lamento para pasado mañana”: “Cuando la circulación de mi sangre termine, arreglará la cuenta para que continúe sus vientos favorables. Y esto puede ser en su patria, en su ciudad, en su pueblo, en su casa… Noctívaga, no”.
Su brevísima vida terminó convirtiéndose, además, en otra cara de su facetada obra poética; a la manera de un performer o como un Duchamp avant la lettre, Varallanos escribió una carta a Esteban Pavletich —uno de sus grandes amigos y quien escribe un extenso prólogo para esta edición— desde el Sanatorio Olavegoya de Jauja adelantando un año su deceso: “Si alguien te pregunta por mí dile que me he muerto por un año”.
Lo que nos enseña Permanencia es que en un mundo como el actual, en el cual la creatividad y la rebeldía han dejado de ser valores fundamentales, la obra de Adalberto Varallanos ayuda a reformular el rumbo de cierta poesía del presente que atrasa, pero no revisa; que promete, pero no cumple.
Adalberto Varallanos, Permanencia, Ediciones Condorpasa, 2021, 384 págs.
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