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Una máxima bastante difundida de la crítica literaria dice que se puede saber qué dice un texto, cuánto vende un libro y qué opina la crítica, pero nunca se puede saber a ciencia cierta cuál es el efecto que un libro genera en cada uno de los lectores. Desde la aparición de las redes sociales, esta máxima dejó de tener validez universal, porque las opiniones de lectores ya no se limitan a la charla de café o a los correos de las editoriales, sino que brotan en Facebook, Instagram, Twitter, YouTube, GoodReads y otras redes sociales. Más aún, en la plataforma Wattpad los lectores leen y comentan sus lecturas con la comunidad, no cuando terminan, sino a medida que avanzan en el texto. Pero eso no sería más que la profusión de comentarios conscientes de lectores: la plataforma va más allá y recopila toda la actividad de los usuarios en la app, lo que le permite obtener, a través de análisis de big data, qué hacen los lectores en cada instancia de un libro. Así, hoy en día la crítica literaria ya podría saber cuáles son las oraciones más subrayadas por los lectores, dónde un libro genera menor interés y hace que el lector se vaya a otra aplicación de su celular, o en qué instancia específica se abandona un libro. Este conocimiento —como casi todo lo que se obtiene con data mining— es incluso mucho más preciso que lo que un lector podría efectivamente decir acerca de lo que estuvo leyendo (es decir, el crítico tendría acceso a una mejor información sobre el efecto en el lector que el que el propio lector posee).
No hay necesidad de asustarse ante este panorama, ni de pensar que la crítica literaria podría adoptar estos criterios mañana mismo (de hecho, esta información seguirá siendo una incógnita en el objeto-libro, y sólo se puede obtener de este tipo de plataformas, de lectores digitales avanzados y de apps de audiolibros), pero está claro que la disponibilidad de estos datos no va a demorar mucho en ser fuente primaria de la crítica literaria y la industria editorial. Sin ir más lejos, hoy esta información detallada es usada por Wattpad con fines comerciales, por ejemplo para lanzar su propia editorial al mercado, con la ventaja de saber de antemano que los seis libros que publicará en 2019 ya fueron intensamente testeados y aprobados por una comunidad lectora que supera los ochenta millones de usuarios en todos los países del mundo. El big data obtenido de las acciones de sus usuarios también les sirve para guiar el machine learning, que gracias a la información recopilada puede reconocer oraciones bien construidas, párrafos interesantes y estructuras bien armadas: en su último concurso literario —según explicó Katey Townshend, gerenta de marketing de Wattpad, en el coloquio “El futuro de la edición”, organizado por Entre Editores en julio de este año en el Centro Cultural Kirchner—, eliminaron unos 150.000 libros mediante máquinas lectoras.
Pero las máquinas no sólo leen: también escriben. La empresa Booksby.ai ofrece libros de ciencia ficción escritos íntegramente por un bot, mientras otras editoriales hacen pruebas para crear nuevas obras de autores clásicos basadas en las existentes a partir de inteligencia artificial, tal como se realizó con éxito en el ámbito de la música. ¿Seremos capaces, en el futuro, de distinguir Hamlet y Macbeth de un Shakespeare.ai? ¿Qué dirá la crítica sobre estas nuevas obras? ¿Habrá llegado, por fin, la tan anunciada muerte del autor?
Una nueva frase que se hace lugar entre las máximas del saber popular indica que “a todos les llega su Uber”, en el sentido de que, así como los taxistas combaten una batalla desleal con todas las de perder frente a un algoritmo, todos iremos luchando y perdiendo: los operarios fabriles ya han sido derrotados por los robots básicos, y en breve lo serán por las impresoras 3D. Pero también serán derrotados los abogados contra dispositivos de IA que rastreen palabras clave entre miles y miles de fallos para encontrar el dato exacto, y lo serán los contadores, cuando el cruce de datos permita las presentaciones automáticas de impuestos y declaraciones juradas, o los médicos, en el momento en que un dispositivo de IA pueda cruzar mejor una serie de variables para dar un diagnóstico. En este contexto, ¿no deberíamos al menos preguntarnos cuál es el futuro de la crítica literaria?
Tal vez haya llegado la hora de redefinir el objeto de estudio, tan enfocado en la publicación de libros y en la ficción. Si hace relativamente poco se entendió que para comprender la literatura es necesario leer también publicaciones periódicas como diarios y revistas especializadas, en el futuro será imposible estudiar la literatura de 2019 sin tener en cuenta los dispositivos de lectura que coexisten con el libro. ¿Se pueden estudiar los discursos producidos en Twitter, Instagram o WhatsApp como “literatura”? ¿Es un poema surgido de una cuenta de Instagram un poema? ¿Y qué hay de las “novelas por entregas” que ingeniosamente algunos autores construyen en sus stories? ¿Y qué pasa con lo que se escribe en Wattpad o para Amazon, en donde los autores se saltean la intervención de editoriales y generan nuevos lectores? ¿Son los audiolibros, o incluso los podcasts, pasibles de ser estudiados por la crítica como producción de contenidos? ¿Y quién estudia lo que sucede con las series, las grandes usinas de relatos de este siglo? ¿Esos guiones les pertenecen a los banales comentaristas televisivos, a la crítica cinematográfica o a la crítica literaria?
Planteo aquí preguntas con el deseo de que sean disparadores. No tengo respuestas, pero sí cierta preocupación por el avance de los estudios literarios en nuestro campo cultural actual, que salvo algunas excepciones, parece estar desarrollándose en paralelo a estas nuevas tecnologías, como si fuese una trinchera material a defender, con cierta fetichización del objeto libro y de la visita a los archivos de la biblioteca como fuentes principales, desconociendo las herramientas tecnológicas que permiten investigaciones de otro calibre (basta ver, por ejemplo, un estudio realizado en Inglaterra con IA que analizó ocho millones de libros y sesenta y cinco millones de artículos de diarios para evaluar si hoy somos más felices o no que hace doscientos años, u otro desarrollado en Dinamarca con el que se confirmó la teoría de los estereotipos femenino/masculino a lo largo de siglos de literatura) y también desconociendo nuevos objetos de estudio que podrían ser analizados por quienes se forman en crítica literaria. ¿Cómo se está repensando el programa de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires, prácticamente invariable desde 1983?
Los ingresantes a Letras de ahora no son (solamente) lectores de Harry Potter, como los millennials, sino que son lectores de formatos múltiples: libros, libros electrónicos, PDF leídos en el celular, Wattpads, crítica literaria digerida en un posteo de Instagram o un video de YouTube, etc. El impacto de un centennial al comenzar la carrera debe ser aún más fuerte que el que recibió un millennial en su paso de Harry Potter a Adorno una década atrás. Y no me refiero a la complejidad de la lectura, sino al silencio absoluto que existe sobre las formas de lectura que no se activan a través del objeto-libro (o, su derivado, la fotocopia) e incluso al modo de abordar el estudio de esos libros, en muchos casos pensados por nacionalidad en el marco de un mundo absolutamente globalizado, donde los libros también son cada vez más un producto de la “aldea global” antes que de ciertas especificidades nacionales.
Si admitimos que existe un lazo innegable entre tecnología y cultura a lo largo de los siglos (del papiro a Gutenberg; de la invención de la tinta a la máquina de escribir), no podemos dejar de reconocer que el siglo XXI ha acelerado todos estos procesos y, pasadas ya casi dos décadas, parece ser hora de ponerse al día con las nuevas tecnologías para realizar estudios culturales con verdadero impacto en la sociedad. En el contexto de un humanismo digital, cuesta entender por qué la crítica literaria de nuestro país se piensa en modo analógico. No es fácil cambiar; sobran argumentos para mantener todo tal como está, pero cuando nos llegue nuestro Uber debemos estar preparados, porque si no será demasiado tarde para practicar una reconversión forzada.
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