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Have you ever been to war? Sobre Campo minado, de Lola Arias

DISCUSIÓN

Mi papá cuenta muy seguido una anécdota: cuando hacía la colimba, una vez lo llamaron a las ocho de la noche para que fuera al Regimiento de Campo de Mayo urgentemente a las seis de la mañana. Él creía que era para mandarlo a Malvinas y vivió esa cena familiar como la última, pero sólo lo llamaron para chequear que el dispositivo de vigilancia funcionara. Mi mamá iba a la Rural y armaba cajas con comida y tejía mantas para los soldados. Yo, que nací en 1997, los escucho y siento el peso de esa lógica que me es totalmente ajena.

Para la gente de mi edad, la dictadura y, por ende, la guerra de Malvinas pasan por nuestros padres, abuelos o tíos. A nosotros, hijos de la democracia, los setenta-ochenta nos pegan de rebote. En mi caso, además, no nací en una familia militante, así que el verdadero uno a uno con la historia me lo pegué en la secundaria cuando marché por primera vez, un 16 de septiembre de 2012.

Campo minado, de Lola Arias, me dejó agujereada. Pasé la hora y media con los codos en las rodillas y los ojos llorando de a ratos. Fui con un amigo que es hijo y nieto de militantes montoneros, y me encontré con esa sensación horrible para alguien que escribe: salí y no tenía nada que decir, pero él tampoco.

Tengo el privilegio de haber escuchado a otros veteranos, a Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, a militantes, todo en el colegio en el que trabajo. Las vivencias de primera mano no me son noticia. Pero la puesta de Lola Arias va mucho más allá del testimonio, del documental, de la escenificación. Hay música, fotos, videos, disfraces, subtítulos. Hay —al menos en la función que me tocó a mí— un actor, que es veterano pero no de Malvinas, que venía a actuar de otro veterano. Esta contingencia, el reemplazo por agenda de uno de los combatientes, me genera una serie de preguntas: esto que estoy viendo, ¿es real? ¿Es una obra? Esto que creemos que pasó, ¿pasó? ¿Importa realmente en una obra de teatro si los que actúan son actores? Si hubiesen estado todos en Malvinas, ¿sería distinto?

Un profesor de Historia en el primer día de clases de cuarto año nos leyó un poema de Szymborska que empieza “Somos hijos de la época / y nuestra época es política”. Desde ese momento, llevo conmigo la idea de que es fundamental que yo, que nosotros, nos hagamos cargo de quiénes somos, y actuemos en la vida diaria desde ese devenir.

Empieza la obra y yo ya siento la piel escalofriada. Cuentan los actores-veteranos cómo fue entrar al ejército, en qué sector estaban, cómo fue volver. Casi al final suena una canción que hoy, con Rusia y Ucrania en guerra, toma un color distinto que cuando la obra se estrenó en 2016. Ya habían tocado canciones de Los Beatles, zambas e himnos. Ahora, en un género metalero, los muchachos cantan: “Have you ever been to war? Have you ever killed a man? Have you?” (¿Alguna vez fuiste a la guerra? ¿Alguna vez mataste a alguien? ¿Lo hiciste?). En una entrevista, Lola Arias cuenta que les pidió, durante el armado, que escribieran un texto hecho principalmente de preguntas, y el resultado fue este: una línea divisoria entre lo que ellos vivieron y nosotros no.

Mientras la escucho, dejo de pensar en mi diferencia generacional con mis padres, y me acuerdo del cementerio a los soldados del Monte Hertzl, en Jerusalén. Fui hace unos años, y todavía siento el peso de ver tumbas de chicos y chicas de mi edad, de escuchar muertes de amigos contadas en primera mano por jóvenes israelíes. Lo que hasta ese momento era de un pasado oscuro y, ojalá, irrepetible, se volvió cercano y peligroso.

Creo firmemente que los que zafamos del servicio militar obligatorio tenemos mucho que agradecer. Hoy, para nosotros, Los pichiciegos, Montoneros o la ballena blanca, Los chicos de la guerra, Iluminados por el fuego o el mismo Campo minado son maneras de enterarnos de aquello que no sólo no vivimos por una mera casualidad temporal, sino aquello que no nos tocó porque hubo otros que nos garantizaron ese derecho. Y, si bien creo que es importante quedarnos en el contexto argentino y no mirar tanto al otro lado de los charcos, la guerra y la juventud hoy siguen asociadas. No es sólo cuestión de mirar a nuestros padres. Con entrar a Twitter cada tanto ya hay evidencia suficiente.

Me quedan zumbando las palabras de uno de los veteranos ingleses: en Argentina, Malvinas está en todos lados; en Inglaterra, ya no se enseña en las escuelas. En The Crown, serie exitosa de Netflix, los actores que representan a los argentinos son españoles. Podemos pensar esta diferencia de importancias desde la huella: un territorio perdido, irrecuperable, frente a un territorio peleado y reivindicado en guerra. Los argentinos, melancólicos y derrotados; los ingleses, indiferentes y victoriosos.

Cuando hablo con mis alumnos, purretes de catorce años, sobre la dictadura, siempre trato de reforzar que hay que apropiarse de esa herencia histórica. Pregunto si alguno tiene anécdotas familiares que quiera compartir, y charlamos sobre el valor de conservar los relatos. Somos hijos de la época al igual que nuestros padres, y somos hijos de esta época y de todas las épocas. Tenemos una herencia cultural y social que hay que reconocer o no como propia. Es una elección necesaria que hay que retomar cada día y transmitirles mientras podamos a las generaciones venideras.

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