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1. Quiero lanzar una modesta proposición a la comunidad de apasionadxs por la literatura, en el contexto de la actual cuarentena y del intercambio que se generó durante las últimas semanas respecto de los derechos de lxs lectorxs y escritorxs, el carácter justo o injusto del copyright, etcétera. Antes de formularla, reseño brevemente las circunstancias.
A principios de abril surgió en Facebook un grupo público, denominado Biblioteca Virtual, una iniciativa de la poeta Selva Di Pasquale, que rápidamente alcanzó los 16.000 miembros (al momento de escribir estas líneas cuenta con 17.900). El objetivo del grupo es subir y compartir archivos PDF de textos en un espacio de encuentro e intercambio solidario entre lectorxs y autorxs en el escenario actual de confinamiento. Hay quienes suben voluntariamente sus propias obras (de seguro con razones diversas y muy atendibles). Hay quienes suben, por pedido de otro o iniciativa propia, textos clásicos, en muchos casos de autores extranjeros muertos, como una manera de hacer accesible ese material (por ejemplo, las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, o Solaris, de Stanislaw Lem).
2. Pero además de estas dos modalidades sucedió, como era bastante previsible, que comenzaron a circular, sin su permiso, PDF de libros recientes de autorxs argentinxs vivxs. Algunxs de estxs autorxs, entre ellxs Gabriela Cabezón Cámara —la menciono porque fue el caso más resonante— escribieron al grupo para pedir, de manera respetuosa, que retiraran de inmediato el PDF de su libro. Un pedido que resulta, como ha dicho Darío Steimberg en FB, indiscutible. No parece haber mucha vuelta que darle al asunto, o como afirma el escritor Julián López también en su muro de FB, no parece haber dos campanas.
¿Porque cuál sería “la otra campana” en este punto? ¿Que el capitalismo es malo? ¡Eso seguro! ¿Que sería bueno abolirlo? ¡Claro! ¿Pero vamos a empezar el proceso revolucionario de expropiación de la propiedad privada justo por la última novela de Cabezón Cámara, con la que afortunadamente le está yendo muy bien? La verdad es que parece un despropósito mayúsculo. A aquellxs que, insuflados por la pasión revolucionaria, entienden que ha llegado el momento de avanzar más temprano que tarde sobre la injusta propiedad privada, bueno, uno les diría, ¿y por qué no empezás por las grandes cadenas de supermercados, después pasás a las grandes petroleras, seguís así y, eventualmente, llegás a liberar los derechos de los libros de autoras argentinas en ascenso?
3. El reclamo de Cabezón Cámara generó una serie de reacciones, algunas de ellas de un nivel muy alto de violencia, que también eran bastante previsibles. No las estoy justificando en absoluto, sólo digo que tampoco parecen algo por lo que uno debería sorprenderse o escandalizarse. La bardearon, la atacaron de manera injusta e innecesaria, la “corrieron por izquierda”, según una modalidad de funcionamiento muy molesta pero ya archiconocida de las redes sociales. ¿Tuvo algo que ver en la virulencia de los ataques que se tratara de una escritora, para colmo exitosa? ¡Sin duda!
4. Las agresiones generaron a su vez una reacción de defensa y desagravio. A todas luces necesaria. También bastante previsible. Muchxs de lxs autorxs involucradxs más directamente en este desagravio comparten con Cabezón Cámara el espacio de enseñanza en la Licenciatura en Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes, lo que le da a la reacción un carácter no sólo colectivo sino gremial. Roque Larraquy, director y docente de la carrera, lanzó uno de estos mensajes, al que se sumaron muchas firmas: “Las discusiones acerca del complejísimo entramado en la producción de un libro deberían darse en un marco de honestidad y respeto. Los agravios no se pueden tolerar. Con los violentos no se debate”. En este caso se señala tanto la importancia del debate como la necesidad de expresar un repudio moral, aunque lo primero parece ser menos urgente que lo segundo. En otras intervenciones, directamente, lo primero (abrir el debate, la discusión) se considera directamente improcedente o hasta ofensivo. Lo que la situación “requiere”, afirma por ejemplo Emiliano Jelicié también en FB, es “una intervención ética antes que conceptual o ideológica”.
Así planteadas las cosas, no sólo quienes agredieron sino también quienes no se manifestaron en repudio de esas agresiones, sino que optaron por aprovechar la ocasión para abrir el debate y volver a discutir cuestiones de larga data como la relación entre literatura, trabajo, mercado, remuneración, piratería y propiedad intelectual, etcétera, quedan automáticamente sospechados de contribuir a esta violencia simbólica de género y de clase.
¿Existen “los violentos”, como un grupo definido, un conjunto de sujetos que detenta esas características? ¿Y existen por lo tanto personas “no violentas” a quienes el ejercicio de la violencia en cualquiera de sus formas, o incluso la tentación de la violencia, así sea como un impulso contra el que uno lucha cada día para mantenerlo a raya, es algo que les resulta completamente ajeno?
Enojarse con Cabezón Cámara porque no quiere dejar que sus libros circulen gratuitamente no va a contribuir a la caída del capital internacional. Pero enojarse con un grupo de FB porque hacen circular unos PDF, o con los editores independientes porque no siempre cumplen con las liquidaciones en tiempo y forma tampoco va a transformar la escena literaria argentina en la norteamericana o la francesa o en eso que nosotros imaginamos que son.
5. ¿A eso se reduce la discusión que podemos tener sobre literatura, trabajo y mercancía? ¿A una pelea entre pobres por unas cuantas migajas? Hubo otras intervenciones que buscaron situar el debate en un plano de discusión distinto. Entre otrxs, Edgardo Scott publicó una intervención de intenciones polémicas, primero en FB y luego en Infobae. No acuerdo del todo con su posición, pero sí con la idea de desplazar la discusión a otro plano, cuestionando la identificación de la escritura literaria con un trabajo cualquiera, tal como se da en consignas como “Escribir es un trabajo”. Dice Scott: “Los escritores que se identifiquen como trabajadores deberán no identificarse como poetas o artistas”. ¿Es una postura romántica, idealista? Bueno, cierto romanticismo se cuela quizás en la idea de que deberían identificarse, de una vez y para siempre, como una cosa o la otra. Todos somos sujetos divididos, y más bajo el imperio del capital. Uno puede subjetivarse —en realidad, desubjetivarse— como artista cuando escribe (cuando trata de hacerlo) y luego, en otra escena (cuando negocia un contrato de edición), como trabajador. El mismo Scott lo reconoce acto seguido: “Ser artista o poeta […] es una operación, no es una esencia ni un bien. La identidad del artista o poeta (o escritor, o cantante) como artista es un disfraz que el sujeto se pone durante el tiempo que dura esa gracia, ese juego, ese hallazgo”.
En todo caso, parece claro que el momento de la creación artística, la lógica de la creación artística es heterogénea a la del trabajo y el mercado. No mejor, ni peor, ni más pura: heterogénea. El artista, el poeta, en el momento creativo, no rinde cuentas de su hacer ante nadie, ni siquiera ante sí mismo, por lo que, desde la lógica de la acumulación y la ganancia, va a pura pérdida, está perdido (lo dice bellamente Atahualpa Yupanqui en su “Milonga del solitario”: “Me gusta de vez en cuando / perderme en un bordoneo / porque bordoneando veo / que ni yo mismo me mando”). Claro que nadie puede ni debe estar en “modo poeta” todo el tiempo. Hay que comer.
6. Me interesa señalar un llamativo ethos compartido que emparienta posiciones en la discusión sobre los PDF. Muchas de las voces que intervinieron en el debate, si bien no todas, parecerían animadas, de manera diversa, por la intención de atenuar el impacto del “parate” que implica la cuarentena. Tratan, en un escenario difícil, de minimizar las pérdidas. Lxs escritorxs que se oponen a la libre circulación de sus PDF intentan obviamente defender sus magras ganancias. Lo curioso es que, del otro lado, bajo la apariencia de una movida antimercado (libre circulación de material gratuito, cooperativismo) es posible advertir una fuerte ansiedad por hacer “que no se corte” la circulación de materiales de lectura, por “keep the ball rolling” (seguir leyendo, leer cosas nuevas) pese a todas las restricciones actuales. Un impulso que, en definitiva, no resulta ajeno a los mandatos más entrañables del capitalismo. Horror vacui de la lectura como consumo: quedarse sin un buen stock de novedades (deseo de leer siempre cosas nuevas sobre el que se sostiene, en gran medida, la industria editorial).
Estas actitudes están plenas de sentido si las pensamos desde el autor como trabajador y el lector como consumidor. Pero hay, como vimos, otro punto de vista, heterogéneo a todo esto. Desde ahí me pregunto si antes que hacer circular PDF, o preocuparse por retomar la circulación de libros, no sería mucho más desestabilizador y corrosivo (y totalmente dentro del marco de la ley), mucho más loco y novedoso como experiencia, aprovechar el impulso de detención al que nos forzó la cuarentena (Bifo Berardi lo llama “psicodeflación”) y simplemente parar la pelota, prescindir, desistir. Tomarnos un tiempo, leer menos, menos novedades, leer más despacio, releer, leer otras cosas que libros, otras cosas que textos. ¿No hay una particular ceguera —una imposibilidad de leer— en este impulso desesperado por tapar lo que está sucediendo, por negar el acontecimiento, por procurar que todo siga como siempre?
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