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OP Traducciones 3. El covid y el tiempo: “Who is in the driver’s seat?”

DISCUSIÓN

Hoy los economistas están al volante de nuestra sociedad, cuando deberían estar en el asiento de atrás.

John Maynard Keynes, 1946

 

Enero de 2020, fue hace un año: el covid-19 ya estaba presente. Ya había infectado la ciudad de Wuhan y avanzaba. Iban a declararse los focos, pronto la OMS hablaría de epidemia, luego declararía el estado de pandemia (11 de marzo). Hace un año no lo sabíamos, y el mundo occidental, tomado de improviso, tardó algún tiempo en querer y luego en poder ver lo que era y lo que iba a ocasionar ese nuevo agente patógeno: imprevisto aunque no imprevisible. Un año después, sabemos acerca de él y de sus efectos, ciertamente que no todo (ni mucho menos), puesto que sigue siendo igual de activo y asesino, si no más; pero sí mucho, puesto que las primeras vacunas finalmente van a permitir combatirlo. Lejos de los discursos tranquilizadores o balbuceantes del comienzo, lejos de las proclamaciones de resiliencia instantánea, lejos de las “recuperaciones” esperadas o demasiado pronto decretadas después de unos meses, muy lejos de las denegaciones a la manera de Trump y sus émulos, sabemos que nos enfrentamos a una crisis que se ha vuelto un “hecho social total”, para retomar el concepto de Marcel Mauss, y un hecho social total y mundial: ha “conmocionado” las sociedades y sus instituciones en su “totalidad”. En Les capitalismes à l’épreuve de la pandémie [Los capitalismos ante la prueba de la pandemia]1, su último libro, el economista Robert Boyer acaba de demostrar la fecundidad de semejante enfoque. Mi propósito es más limitado.

En efecto, en un artículo anterior, “Trastornos en el presentismo” (AOC, 1° de abril de 2020), me esforzaba por delimitar en caliente aquello que la irrupción del coronavirus podía modificar en nuestras relaciones con el tiempo. Casi un año después, ¿qué sucede con las temporalidades inéditas generadas por él, y con aquellas que trastornó? ¿Surgieron otras desde entonces? Los “trastornos” en el presentismo, ¿se acentuaron aún más? Y sobre todo, ¿se agravaron los conflictos entre esas diversas temporalidades? Del hecho social total y mundial, por lo tanto, no destacaré más que sus componentes temporales.

La irrupción del virus y su propagación rápida instauran un tiempo nuevo que depende de una forma de kairós: va a romper el curso del tiempo chronos ordinario. Por eso, aquí y allá, en algunos creyentes se dan respuestas religiosas más o menos afirmadas, y hasta vehementes. Lo cual no tiene nada de sorprendente, ya que asociar epidemias y cóleras divinas es un rasgo muy antiguo. Nos movemos entonces en el universo del castigo, de la expiación, a menudo también de la búsqueda de chivos emisarios. Pero si nos quedamos únicamente en el registro del tiempo chronos, la difusión del virus puede ser vista como la de una bomba de fragmentación. En efecto, va a infectar o afectar poco a poco las múltiples temporalidades que traman la cotidianeidad de nuestras sociedades y de nuestras vidas hasta imponerse como un amo dominador del tiempo. Como siempre, la verdadera pregunta es quién tiene el volante. De modo que podríamos representar la todavía breve historia de la epidemia como una sucesión de batallas (hasta ahora no victoriosas) llevadas adelante por chronos para retomar el control. El descubrimiento reciente de variantes, más contagiosas, y hasta más peligrosas, muestra que la lucha no ha terminado. Como Proteo, se escapa de las ataduras y lleva adelante, por así decir, su vida de virus, mutando y pasando de huésped en huésped siguiendo su ritmo y con su propia temporalidad (cuanto más circula, más muta y más aumentan las posibilidades de ver surgir nuevas variantes).

 

El tiempo del virus. ¿En qué contexto temporal hace su irrupción? Aparece en sociedades donde el presentismo domina lo cotidiano. Los tuits, los sms, los medios masivos ininterrumpidos, las redes sociales, las grandes plataformas, las cotizaciones de bolsa en directo son los que marcan el ritmo; en resumen, reina la urgencia, e incluso su tiranía. Con la urgencia, que es una forma concentrada de presente, aparece casi inexorablemente la demora. Se declara la urgencia y se anuncia la demora. Ambas forman una pareja. Para responder a la urgencia y conjurar el espectro de la demora, se cuenta entonces con la aceleración, y con una aceleración que debe ser cada vez más veloz. La panoplia de las primeras respuestas a la epidemia se inscribe por completo dentro de ese marco. Altamente significativo al respecto es el voto de la urgencia sanitaria por parte del Parlamento (el 23 de marzo de 2020, prolongada el 17 de octubre y hasta el 16 de febrero de 2021 y luego hasta junio). Podemos advertir una aceleración del recurso a ese procedimiento que instaura un tiempo de excepción en ruptura con el tiempo ordinario de la vida democrática. En este caso, debe permitir, entre otras cosas, que las autoridades respondan más rápido a las evoluciones de la situación sanitaria.

En las primeras semanas de la epidemia, las exigencias de la escena mediático-presentista hicieron que, en los estudios de televisión, los economistas y los politólogos fueran reemplazados por cohortes de epidemiólogos, virólogos, infectólogos, médicos de urgencias, que rápidamente mostraron los atolladeros de una ciencia que se quisiera ver realizándose en directo. Ocuparon el asiento del conductor, aunque parecía que hubiese más de uno. Más seriamente, ¿cómo una situación de incertidumbre podría plegarse a las coerciones de la urgencia mediática? ¿Cómo los tanteos inherentes a toda investigación no serían reducidos al enunciado de meras opiniones diferentes, y hasta divergentes? Aun cuando los investigadores fueron los primeros en reconocer (para felicitarse por ello) que nunca se había avanzado tan rápido en el conocimiento de un virus y que los Estados nunca habían aportado tantos medios con miras a la puesta a punto de una vacuna. Pero el primer artículo de la ley de la aceleración es que no tiene fin: cuanto más rápido se va, más rápido aún se quiere ir.

Sin embargo los medios, en nombre de su deber de informar, se encargaban de introducir cada día, hablando vulgarmente, una nueva ficha en la máquina. Produciendo finalmente el efecto inverso del que se anunciaba: no esclarecer cada vez más, sino mantener la ansiedad, puesto que cada avance era inmediatamente seguido de nuevas dudas y del señalamiento de potenciales inquietudes, a la manera de: “Y si se decidiera hacer eso, entonces ¿no habría un riesgo de que…?”. Casi como si una puerta llegara a entreabrirse y primero hubiera que inventariar todos los peligros que podían encontrarse detrás antes de arriesgarse a meter un pie. Lo que supone pretender luchar contra el miedo alimentándolo: el presente es insostenible pero el futuro es amenazante. Hay urgencia, ¡pero no por ello resulta menos urgente esperar! Con la llegada de la vacuna, enseguida se hizo oír la musiquita del “¡Esperemos a tener un poco más de perspectiva!”. Y fue así que el viejo precepto del festina lente pudo ser vuelto a describir por un breve lapso como estrategia vacunatoria.

Con la decisión tomada por los Estados de confinar, y por lo tanto de arbitrar en favor de la vida y en desmedro de la economía, los tiempos de la economía se vieron cuestionados, empezando por el postulado según el cual “los mercados serían el mejor medio de socializar las perspectivas del futuro” (Boyer, p. 49). ¿Cómo construir anticipaciones informadas cuando el principio de racionalidad económica vacila? Si las teorías financieras trataron de atemperar el riesgo (en 2008, la crisis de las subprimes2 mostró dolorosamente sus límites), están inermes frente a la incertidumbre, a una incertidumbre radical. ¿Comprar, vender? La volatilidad reina y las Bolsas se desploman. Ante esta situación de aporía, el mimetismo, como lo señala Robert Boyer, fue un recurso, ya se tratara de los inversores o de los Estados, en virtud del principio según el cual más vale engañarse juntos que correr el riesgo de tener razón solo. Así es como podemos comprender el papel desempeñado en marzo de 2020 por el modelo del Imperial College sobre la difusión de la mortalidad de la epidemia. En Europa, sirvió de hecho como referencia para la fijación de varias estrategias nacionales. Con los múltiples estragos ocasionados por la crisis del coronavirus, las finanzas de mercado, que son un poderoso motor del presentismo, podían entender que convertir su tiempo ultrabreve en la medida de todos los otros, tanto el de la economía como el de la sociedad en todos sus componentes, no es sustentable a largo plazo. Todavía podemos imaginar una inversión de la jerarquía de las temporalidades que sólo los Estados, en la medida en que actúen de manera concertada, podrían imponer. E incluso más, porque las GAFAM3 se volvieron muy poderosos organizadores del tiempo cuyo dominio la pandemia incrementó todavía más.

Otra derivación del presentismo que la crisis vino a derrumbar es la del just in time, ampliamente difundido como medio de reducir los costos. Se produce ante la demanda y no se guarda en stock. Se vio lo que resultó de esa lógica aplicada al ámbito de la salud: falta de barbijos, de respiradores, de principios activos. Todo el mundo se abalanzó al mismo tiempo sobre los mismos proveedores en Asia. “Los gestores redescubrieron que el justo a tiempo4 no garantizaba bajos costos sino cuando el entorno era estable y previsible” (Boyer, p. 96). ¿Y por cuánto tiempo este redescubrimiento? En todo caso, fue entonces cuando afluyó por todos lados el mantra “anticipación” para despotricar contra su ausencia. Evidentemente era en buena lid, pero ¿quién se había anticipado precisamente cuando desde hacía décadas la salud era considerada como un gasto que había que contener e incluso reducir? ¿No lo atestigua la interminable crisis de los hospitales? Al par “urgencia demora”, es preciso añadirle “anticipación”. Pero ¿qué quiere decir anticipar en el régimen presentista, justo cuando casi todo puede hacerse en línea y algunos clics deben bastar para activar el just in time y responder sin demora a la urgencia? Luego, cuando el mundo se confina y se sume en una incertidumbre radical ante la progresión exponencial de los contagios, ¿no debemos reconocer que el tiempo del virus se convertido en el amo? En verdad es el que ocupa el asiento del conductor. Dado que el tiempo chronos no logra recuperar el control, actuamos indirectamente en base al tiempo del virus. Hay allí una paradoja: para acelerar la salida de la crisis, nos vemos reducidos a suspender el tiempo del mundo, lo que tiene por efecto desacelerar la circulación del virus. Estamos entre el frenado y la aceleración. Pero ¿qué ocurre apenas soltamos el freno?

Resulta obvio que la medicina no puede atenerse a esos antiguos gestos profilácticos. A falta de una cura, pretendería al menos llegar a articular un diagnóstico y un pronóstico algo más seguro, es decir, convertir el tiempo al comienzo desconocido y luego poco conocido de la enfermedad —con sus fases, sus momentos críticos— en un tiempo chronos que se pueda desglosar en días y en semanas. Los constructores de modelos, por su parte, no tienen en principio otra opción que adaptar los modelos construidos para las epidemias anteriores (SARS y H1N1), y sólo con la acumulación de nuevos datos pueden precisar progresivamente el cifrado de los diversos parámetros. De allí los márgenes de incertidumbre y las divergencias de pronósticos de un modelo a otro. Si bien algunos son más “alarmistas” que otros, todos se enfrentan a la dificultad de testear sobre la marcha los efectos de las diferentes decisiones tomadas. ¿Diseñan escenarios o formulan predicciones? ¿Anuncian lo que va a pasar o bien, a semejanza de los antiguos profetas, lo que va a pasar salvo si…? ¿Cómo hacer un buen uso de tales modelos como ayuda para la decisión en situación de incertidumbre? Son otras tantas preguntas que se plantean día tras día.

En tales condiciones, se entiende mejor la tentación del mimetismo en los responsables políticos, sobre todo si se ve fortalecida por el recurso a un modelo de referencia (el del Imperial College, por un tiempo). Especialmente porque en pocas semanas el Estado se convirtió a la vez en el primero y el último recurso: en virtud de la urgencia sanitaria, de la urgencia económica, de la urgencia social. Enseguida se habló del “retorno” del Estado, para inmediatamente después denunciar sus ineptitudes. Al declarar el estado de guerra, el presidente de la República intentó situarse como el amo de los relojes,5 al menos los de los tiempos sociales y políticos. Por lo demás, el virus seguía ocupando el asiento del conductor. En efecto, con el confinamiento suspende el tiempo ordinario, y con el anuncio del desconfinamiento lo vuelve a poner en marcha. Al señalar fechas de referencia (11 de mayo, 15 de diciembre de 2020), instaura una cronología y fija un horizonte con respecto al cual pueden ajustarse las diversas temporalidades económicas, sociales, políticas, y debería iniciarse su resincronización. Pero a partir de la experiencia que tuvimos y que seguimos teniendo, nada obliga al tiempo del virus a adecuarse a ella. Lo que ocasiona directamente aluviones de protestas y arrebatos de indignación: ¡“no hay rumbo”, “no hay estrategia” y por supuesto, “falta anticipación”! Hay en ello una forma de histerización presentista. Si bien llamo la atención sobre las formas temporales que estructuran debates y controversias, evidentemente no significa que estos se reduzcan a ellas y que estén desprovistos de contenidos.

El derecho no dejó de ser afectado por el presentismo. ¿Cómo sería posible, dado que las construcciones jurídicas son siempre operaciones sobre el tiempo? Al respecto, la crisis del covid cumplió un papel de acelerador. Fue motivo de un reforzamiento de la judicialización de la vida pública. Las apelaciones al juez de recursos y procedimientos de urgencia se multiplicaron. El Consejo de Estado sesionó en lo contencioso casi día y noche. Reclamos judiciales en contra de responsables fueron planteados en cantidad en tiempo real, cuando no en directo. Al ser una manera de fijar fecha, el reclamo detiene el tiempo. Durante todo el tiempo en que exista, en efecto, permanecemos en el presente del reclamo, y el denunciante reivindica el lugar de la víctima. Si bien es normal que un responsable sea llevado a dar cuenta e incluso a rendir cuentas de su acción, llega un momento en que la amenaza de reclamos instantáneos (a la velocidad de un tuit) frena y hasta suspende la acción. La acusación de poner en peligro la vida de otro y un uso extendido del principio de precaución son otros tantos instrumentos que transforman el futuro en un recorrido judicial. Más que nunca, una parte de lo que se denuncia como lentitudes o ineptitudes de la burocracia proviene de allí: los juristas de los organismos públicos elaboran textos interminables que deben volverlos inatacables. Los políticos tienden a echarle el fardo a la administración, que a su vez vela para que todos los paraguas estén abiertos. Pero el largo recorrido de los procedimientos que hay que respetar hace surgir inexorablemente las acusaciones de lentitudes insoportables y de demoras inadmisibles. No se puede salir del círculo de urgencia, aceleración, demora, anticipación.

Desde hace meses, los psiquiatras, psiquiatras infantiles y psicoanalistas alertan sobre el aumento de trastornos psíquicos de todo tipo, en particular entre los jóvenes. A tal punto que el presidente de la República, dirigiéndose a los estudiantes, les anunció un “cheque psico” y comidas de un euro en las cantinas universitarias. A partir del 1° de febrero de 2021, los estudiantes en situación de “malestar” deberían poder consultar a un psiquiatra y ser atendidos. ¿Qué efecto podrá tener este anuncio? Habrá que ver, pero que sea formulado, y en esa forma, ya resulta revelador: pan y psicólogo, como respuesta a la urgencia de su situación. El cierre de las universidades y el tiempo suspendido de los confinamientos son en efecto factores que agravan fenómenos de angustia, mientras que la angustia es ya por sí misma un temible encierro en un presente solitario. Aquel a quien oprime la angustia y se ahoga y el depresivo al que incluso le cuesta levantarse son engullidos en el presente. Los estudiantes tienen la sensación de ser brusca e injustamente privados de futuro. “Devuélvannos el futuro”, puede leerse en las paredes de varios lugares. Para los jóvenes que desde su ingreso a la escuela están acostumbrados a contar por años, un año de sus vidas es mucho. ¿Cómo “pasar” de año, cómo tener incluso ganas de pasarlo, cuando mes tras mes el año se disgrega?

El espíritu de época presentista también hizo que desde el comienzo de la crisis se haya invocado el concepto de resiliencia: como si esta pudiera ser instantánea. Aun antes de que el trauma haya ocurrido o se haya comprobado, algunos dirigentes lanzaban ese otro mantra de la comunicación. Puesto que felicitarse por la resiliencia de unos y de otros, de los franceses en general, era una manera de querer hacer creer que lo más duro había pasado y que habían aguantado magníficamente el golpe. La resiliencia también es atropellada por la urgencia. Otra fórmula frecuentemente invocada en las primeras semanas, incluso por el jefe de Estado, era la del “mundo anterior” y el “mundo posterior”. Ya nada será ni volverá a ser como antes. La ilusión de un año cero se inscribe en el universo presentista para el cual la duración casi se ha vuelto una palabra obscena. Como si las reconfiguraciones que se darán una vez que la crisis sanitaria sea controlada no fueran tributarias de las tendencias gravosas, especialmente en materia económica, que preexistían a la pandemia. Robert Boyer cita un estudio que demostró que los efectos de las grandes epidemias en el curso de la historia se extienden por varias décadas. La apelación a un mundo posterior diferente, e incluso muy diferente, también fue lanzada por aquellas y aquellos que consideran que la epidemia es la oportunidad que hay que aprovechar (kairós) para apresurar el ingreso a un mundo distinto. Habría que usarla como un acelerador para precipitar el fin del capitalismo (neoliberal) y al mismo tiempo para retardar por lo menos la posible sexta extinción de las especies que se cierne. Entrando así en escena, la urgencia climática viene a añadirse a las otras y plantea la difícil cuestión de su jerarquía: ¿cuál es la más urgente? En todo caso, seguimos oscilando entre urgencia, ralentización y aceleración, pero esta vez se trata de acelerar para ralentizar mejor. Son activados los mismos operadores temporales, aunque para ponerlos al servicio de políticas más o menos radicales, utópicas y hasta milenaristas.

Con la vacuna finalmente pareciera que escapamos de la jaula presentista. Con ella, cuyo avance seguimos semana tras semana hasta la confirmación de su llegada y luego de su aprobación, se efectúa una apertura real en dirección al futuro y surge un nuevo horizonte. Es el arma que va a permitir la “salida del túnel”. Al llegar a Europa en vísperas de Navidad (una fecha que quizás no se deba totalmente al azar), se la esperó como a una especie de mesías. Aunque no todo el mundo, por supuesto. Por el contrario, ¡también se la puede ver como una obra del diablo o del Gran Satanás! Fantasías, oposiciones, miedos, interrogantes, que prosperan en las redes sociales y claramente más allá, traducen repliegues presentistas desde el punto de vista de su relación con el tiempo (el único que estoy considerando aquí). Si hasta entonces el virus seguía siendo, en última instancia, el amo del tiempo, la vacuna debía poder arrebatarle ese lugar: el tiempo chronos finalmente debería recuperar el volante.

Sin embargo, el horizonte vacunatorio se fragmenta: no habrá una sola sino varias vacunas, disponibles en fechas diferentes. Por cierto, chronos recupera algún derecho, admitiendo que hay que desglosarlo en meses, en años tal vez. Aun cuando el surgimiento de mutaciones (británica, de Sudáfrica, de Brasil…) reactiva dudas e inquietudes. El virus-Proteo sigue disponiendo de una jugada adelantada y nosotros de una jugada atrasada. Resulta sorprendente, aunque no sorprenda para nada, comprobar hasta qué punto los calendarios de vacunación (apenas fijados) y las campañas (apenas lanzadas) son atrapados en el torbellino del trío infernal de urgencia, aceleración, demora. El gobierno francés creyó preferible o hábil, o ambas cosas, optar por el festina lente, que de inmediato es denunciado como lentitud inaceptable, incluso criminal, y demora incomprensible con respecto a nuestros vecinos. De pronto, el horizonte retrocede. Mientras que hay una urgencia tanto más urgente en la medida en que las variantes ya están presentes, por lo tanto hace falta acelerar al máximo. De nuevo se inicia una carrera de velocidad. Sin entrar en una discusión de los argumentos en sí mismos, me limito a prestar atención a la retórica temporal que los conforma y que comparten casi todos los actores. Algunos no vacilan además en hacer verdaderos trompos: un día, reclaman la aceleración, y al día siguiente, su cólera exige más lentitud. Pero todo se desarrolla dentro de la misma jaula presentista, incluyendo las palinodias.

Al intervenir en este contexto, la crisis del covid-19 tal vez afectó pero no hizo tambalear el presentismo. Al hacer que resaltaran sus rasgos más sobresalientes y sus exhortaciones contradictorias, actuó como un catalizador o un revelador. Aunque hizo algo más y también lo reforzó. En efecto, la vida confinada, que para muchos (aunque claro que no todos) fue una vida conectada, el desarrollo del teletrabajo, el recurso creciente a los servicios de las grandes plataformas, resultaron otros tantos factores que aceleraron la transición hacia una “condición digital” y por ende básicamente presentista. La adicción a las pantallas y la influencia de las grandes plataformas (que vieron incrementarse fuertemente sus valores bursátiles) se reforzaron, aun cuando, en sentido inverso, el tiempo del confinamiento fuera vivido por algunos como una oportunidad de salir de la urgencia ordinaria adhiriéndose a la ralentización. Saber tomarse el tiempo pretendería ser una nueva regla de vida. ¿Se trata de un lujo, de la disposición de nichos dentro de la jaula presentista, o de un movimiento que se irá ampliando para salir de ella verdaderamente?

 

Más allá del presentismo. Paralelamente a esas reacciones que procuran solucionar lo más acuciante, el virus suscitó interrogantes que obligaron a mirar atrás: hacia el pasado inmediato o en dirección a pasados remotos. Si bien con él se abre un tiempo nuevo, una forma de kairós, no proviene de ninguna parte, ni geográfica ni cronológicamente. Tiene incluso una muy larga historia detrás de sí. Tal vez inédito, pero por cierto que no deja de tener precedentes, ya que humanidad y epidemia van de la mano, al menos desde los comienzos de la agricultura y la domesticación de animales. De esa larga cohabitación, por supuesto, la historia sólo ha destacado sus episodios más graves. En la primavera de 2020, nos dirigimos pues a los historiadores de la medicina y de las epidemias. Fue la oportunidad de reactivar el viejo topos de las lecciones de la historia, para lamentar que no se hayan aprendido o, peor aún, que hayan sido olvidadas. Desde la gran peste de 1348, que había liquidado en pocos meses a más de un tercio de la población de Europa, hasta la gripe de Hong Kong, que en 1969 causara en Francia treinta millones de muertos ante la indiferencia general, pasando por la gripe española de 1918, que se había llevado entre cincuenta y cien millones de personas en todo el mundo. Al resaltar similitudes y diferencias, ya se le daba un primer trasfondo histórico a la pandemia en curso. Podían así ponerse en perspectiva los miedos suscitados por las epidemias al igual que las maneras de hacerles frente.

Más allá de ese marco general, epidemias más recientes (SARS, H1N1, Ébola) habían suscitado investigaciones científicas y dieron lugar a llamadas de atención precisas. En efecto, los coronavirus aparecían como buenos candidatos para la propagación de una pandemia global. En su libro de 2012, Spillover: Animal Infections and the New Human Pandemic (no traducido al francés),6 y que tuvo una gran repercusión, el periodista científico David Quammen hablaba al respecto del “Next Big One”. Aclaraba que ese virus se caracterizaría probablemente “por un nivel elevado de contagiosidad que precedería a la aparición de síntomas notorios, lo que le permitiría propagarse a través de ciudades y aeropuertos como un ángel de la muerte”. En 2020, se convirtió en quien había “predicho” la epidemia del covid-19. Si bien los países asiáticos más afectados por esos agentes patógenos habían tomado medidas, el mundo occidental consideraba que no estaba directamente concernido. El virus H1N1, que había tenido el buen gusto de desaparecer rápidamente, se había vuelto en Francia un sinónimo de exceso de precaución y de fiasco vacunatorio. ¡Ni hablar ya de barbijos ni de grandes centros vacunatorios! En los primeros meses de 2020, las diferencias de un continente a otro se hicieron evidentes. Los países de Asia no ignoraban la anticipación, mientras que Occidente se remitía a su capacidad para reaccionar rápidamente. Los barbijos, arrojados, por así decir, como un búmeran en el espacio público, mostraron el escaso fundamento de esa seguridad.

Estas epidemias, que podríamos llamar de nueva generación, son zoonosis, cuyo número no deja de aumentar según muestran los estudios. Se deben a la actividad humana, y en particular a las destrucciones cada vez más extendidas y más rápidas de los ecosistemas. Lo que conviene resaltar en este punto es la aceleración de las epidemias. Tiene que ponerse directamente en relación con la Gran Aceleración, o sea el período que desde los años 1950 asistió a un crecimiento exponencial de todos los parámetros de la actividad humana sobre la tierra. En efecto, no hay razón alguna para que las pandemias sean una excepción a la ley de aceleración. Pertenecen a la globalización, de la cual son, si se quiere, uno de los costos por mucho tiempo desatendidos: una externalidad negativa, como diría un economista. Con ellas tenemos un informe verdadero de nuestras relaciones con la naturaleza salvaje.

Por medio de estas pocas observaciones, dotamos al covid-19 de una historia y lo insertamos en el tiempo del mundo. Pero es preciso ir más lejos y salir de la jaula presentista, procediendo a una verdadera inversión temporal: ya no nosotros, considerando el virus con urgencia, sino el virus considerando a esos huéspedes acogedores que se han vuelto últimamente los humanos, cualquiera sea el agente intermediario (el visón tal vez) que le haya permitido pasar del murciélago al hombre. Vale decir, la pandemia es un episodio, no es más que un episodio de la historia de la evolución, y un episodio en curso. Las variantes recientemente aisladas muestran en efecto que, por sus capacidades para mutar sin cesar, el SARS CoV2 tiene inevitablemente una jugada por adelantado. “En la lucha antigua y permanente entre los microbios y el hombre —escriben en un artículo reciente los inmunólogos David Morens y Anthony Fauci—, los microbios genéticamente adaptados llevan la delantera: nos sorprenden regularmente y a menudo nos atacan cuando no estamos preparados para ello”. En esa batalla en la que el virus no tiene otro objetivo que asegurar su reproducción, la demora está forzosamente del lado del huésped.

Vayamos más lejos aún. Con respecto a los virus, los humanos nacieron ayer. “El homo sapiens se remonta a unos 300.000 años”, mientras que, subrayan Morens y Fauci, “las formas microbianas de vida han subsistido en este planeta desde hace 3,8 millones de años”. Y añaden con la pizca de humor que hace falta: “It may be a matter of perspectives as to who is in the evolutionnary driver’s seat”.7 De tal modo que se abre, en efecto, una perspectiva totalmente distinta, como si, para usar otra imagen, debiéramos hacer entrar millones de años en el bolso de mano del presentismo.

 

François Hartog es historiador y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Ha desarrollado su investigación sobre las formas históricas de temporalización y los regímenes de historicidad. Entre otros libros, es autor de El espejo de Herodoto. Ensayo sobre la representación del otro (Fondo de Cultura Económica, 2003 [1980]); Regímenes de historicidad. Presentismo y experiencias del tiempo (Universidad Iberoamericana, 2007 [2002]); Creer en la historia (Universidad Finis Terrae, 2014 [2013]) y L’Histoire à venir (con Patrick Boucheron, Anacharsis, 2018).

 

Una versión de este artículo apareció en la revista AOC el 27 de enero de 2021. Se publica en Otra Parte con autorización del autor.

 

Traducción y notas de Silvio Mattoni.

 

Notas

1 París, La Découverte, 2020.

2 Tipo especial de hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos.

3 Siglas de Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft.

4 El método “justo a tiempo”, conocido por las siglas JIT (del inglés just in time), es un sistema de organización de la producción para las fábricas, de origen japonés. También llamado método Toyota, permite reducir costos, especialmente de inventario de materia prima, partes para el ensamblaje y de los productos finales. La esencia del JIT es que los suministros llegan a la fábrica, o los productos al cliente, “justo a tiempo”, es decir, poco antes de que se usen y sólo en las cantidades necesarias.

5 Alusión a una declaración de Emmanuel Macron del año 2017; su irónico comentario puede verse en Amélie James, “Qui est le "maître des horloges" invoqué par Emmanuel Macron?” en Libération, 17 de mayo de 2017.

6 Hay edición en castellano: Contagio: la evolución de las pandemias, Barcelona, Debate, 2020.

7 “Puede ser una cuestión de perspectivas ver quién está en el asiento del conductor en la evolución”. David M. Morens y Anthony S. Fauci, “Emerging Pandemic Diseases: How We Got to COVID-19”, en Cell, N° 182, 3 de septiembre de 2020, p. 1081; Dipesh Chakrabarty, “An Era of Pandemics? What is Global and What is Planetary About COVID-19”, en Critical Inquiry, 16 de octubre de 2020.

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