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Cada aproximación a la obra de Guillermo Faivovich y Nicolás Goldberg (desde ahora F&G) exige volver a sentar las bases de una genealogía. Por lo pronto, debemos remontarnos a los ejercicios inaugurales en Campo del Cielo (extensa región del Norte argentino, en el límite entre las provincias del Chaco y Santiago del Estero, donde hace alrededor de cuatro mil años cayó una profusa lluvia de meteoritos), en 2006, cuando los artistas comenzaron su investigación, porque esos primeros ejercicios, lo quieran o no, determinan el espesor de su estricto presente. Nadie se sorprenda, ocurre un fenómeno parecido en la historia universal. Aquella explosión insigne, el célebre Big Bang, padre o madre de todas las batallas, continúa emitiendo fulgores cósmicos y los seguirá emitiendo hasta el Apocalipsis, el Big Crunch definitivo, tan difícil de admitir para los seres humanos.
Se aprecia así un rasgo original en la obra de F&G, en el sentido del origen. Objetos y procedimientos nos envían al pasado, ya sea diez años, cuatro mil años o cinco mil millones de años, incluso más. Esta maquinaria puesta en marcha abrió canales de comunicación interdisciplinarios. Astronomía, geología, arqueología, estética, historia del arte; de hecho, las interpretaciones sobre la obra han tomado ese destino, sin perder de vista los percances, para utilizar un eufemismo, que afrontaron los artistas ante lecturas conspiranoicas de sus propósitos. Es el riesgo de operar en el límite del malentendido (en el límite del arte); enfrentamientos con la justicia, la burocracia estatal, la corporación política y organizaciones no gubernamentales ansiosas por defender a los pueblos originarios del aparente saqueo perpetrado por el dúo.
El trabajo de F&G tuvo su punto de inflexión con la fallida mudanza de El Chaco (2012), el segundo o tercer meteorito más pesado jamás recibido por nuestro planeta, a Kassel, Alemania, para la dOCUMENTA (13). El caso cobró relevancia mediática, como suele suceder cuando se subasta una obra millonaria, se roba una pintura mundialmente famosa, se descubre una falsificación o el arte se confunde con la vida. Recuerdo el zócalo de un noticiero conservador durante las jornadas de septiembre de 2014, con la ciudad de Rosario convulsionada por la intervención de Mariana Telleria en el Museo Castagnino (había pintado la fachada de negro): ¿arte o falta de respeto? En marzo de 2020, a raíz de la exhibición del meteorito El Mataco en el Museo Histórico Provincial Julio Marc, un periódico rosarino, esta vez progresista, tituló: “¿Extractivismo cultural en el Julio Marc?”; en la crítica, el autor aludía a F&G como “artistas”, entre comillas, prueba fehaciente de que hablar de arte genera tanto o mayor malestar entre los filisteos que hablar de religión o política. Un año antes del affair El Chaco, F&G habían logrado reunir las dos mitades de otro meteorito, El Taco, en Portikus, en el marco de la Feria Internacional de Fráncfort. Estas acciones, procedimientos y circunstancias, fueron abordados con paciente lucidez por Graciela Speranza; remito a sus textos para no repetir mal y pronto lo ya dicho bien y en extenso.
Casi una década después de Kassel, en la galería Barro se respira un aire recóndito, esa es la primera impresión al circular por los pasillos tabicados con grandes telas blancas que funcionan como velos. El velo es una superficie delgada, ligera, que encubre y descubre, muestra y esconde, pero nunca impide la visión completa. Mientras uno camina, guiado por luces tenues, se siente (¿cómo sentirlo si nunca lo vivió?) en una biblioteca medieval en cuyos anaqueles asoma algún libro con el secreto de la alquimia. Pero en Barro, la biblioteca fue sustituida por una litoteca, un espacio donde las rocas reemplazan a los libros. En los ejemplares litográficos (¿la piedra filosofal?) aparecen mapas, anuncios, noticias, dibujos, esquemas, diferentes pistas con las cuales el espectador puede restituir, hasta cierto punto, la propuesta conceptual de F&G.
Entre las imágenes impresas leemos una carta enviada por los artistas a un grupo de amigos solicitándoles la confección de un texto. Las réplicas fueron guardadas en artefactos herméticos (recordadores) que serán abiertos, si acaso existe el planeta, entre el año 2101 y el 2103. El encargo sirve para “elaborar un mosaico de voces que refleje determinado instante en la historia de la idea humana, pero, a su vez, encierra el propósito de producir un futuro que persiga ese reflejo”. El inicio del siglo XXII resulta clave en el imaginario de F&G, el año 2105 será la fecha de apertura de la cápsula emplazada en la galería, que conserva en su interior el meteorito de cuarenta y un kilos que los artistas no lograron donar a la Sociedad Científica Argentina.
Repasemos la historia.
En 2015, gracias a una cesión anónima, F&G asumieron el rol de custodios legales de un meteorito de cuarenta y un kilos y decidieron donarlo a la Sociedad Científica Argentina. Un malentendido, probablemente, truncó el pasaje al acto. Luego de tres años, el dúo lo encapsuló, ante escribano público (e invitando a las autoridades de las Sociedad Científica Argentina), en una caja de madera y postergó la donación hasta 2105. Esa estructura, semejante a un “teseracto”, atenazada por barras de hierro, domina el centro de la actual exposición.
F&G se han obsesionado con objetos de un tiempo anterior a la constitución de la tierra. Los recogen, se los apropian, los ceden, los trasladan, los reúnen, los ocultan, prometen mostrarlos. Son maniobras que exploran la relación candente entre pasado, presente y futuro, y en última instancia señalan al ser humano mismo, en vistas de que las piezas escultóricas (“ready-mades cósmicos”) son a la vez patrimonio de la humanidad, situación que genera cuestionamientos estéticos, políticos, jurídicos y éticos.
Sería válido ahondar en esta línea hermenéutica; la muestra en Barro participa del diálogo temporal, la donación al presente convertida en donación futura, algo proveniente de un mundo sin nosotros predispuesto a viajar a un mundo en el que, presumiblemente, no estaremos, la litoteca medieval, la ilusión de un porvenir: la galería vuelta máquina del tiempo. Pero quizás, sin forzar demasiado los límites interpretativos, podríamos agenciarnos una nueva disciplina con la cual leer la obra de F&G.
Sigmund Freud brindó en 1896 la famosa conferencia “Sobre la etiología de la histeria”. Procedo a la cita de un pasaje breve pero completo, de lo contrario, si ejerciera la paráfrasis, se cortaría el finísimo hilo que nos conduce, de modo inesperado, hasta el corazón oculto de la muestra de F&G:
Supongan que un investigador viajero llega a una comarca poco conocida, donde despierta su interés un yacimiento arqueológico en el que hay unas paredes derruidas, unos restos de columnas y de tablillas con unos signos de escritura borrados e ilegibles. Puede limitarse a contemplar lo exhumado e inquirir luego a los moradores de las cercanías, gentes acaso semibárbaras, sobre lo que su tradición les dice acerca de la historia y el significado de esos restos de monumentos; anotaría entonces los informes… y seguiría viaje. Pero puede seguir otro procedimiento; acaso llevó consigo palas, picos y azadas, y entonces contratará a los lugareños para que trabajen con esos instrumentos, abordará con ellos el yacimiento, removerá el cascajo y por los restos visibles descubrirá lo enterrado. Si el éxito premia su trabajo, los hallazgos se ilustran por sí solos: los restos de muros pertenecen a los que rodeaban el recinto de un palacio o una casa del tesoro; un templo se completa desde las ruinas de columnatas; las numerosas inscripciones halladas, bilingües en el mejor de los casos, revelan un alfabeto y una lengua cuyo desciframiento y traducción brindan insospechadas noticias sobre los sucesos de la prehistoria, para guardar memoria de la cual se habían edificado aquellos monumentos. ¡Saxa loquuntur!
Freud, admirablemente, concluye el párrafo con la alocución latina empleada por F&G para titular la exposición y describe a pie juntillas, casi cien años antes, el procedimiento de los artistas-investigadores argentinos. Lo importante, de cualquier manera, es la perspectiva de que lo enterrado habla. Y lo enterrado para Freud, lo reprimido, lo excluido de la conciencia, es el inconsciente: las primeras experiencias infantiles determinan nuestra vida adulta y dan forma al ser que somos; el inconsciente, entonces, como una especie de memoria sepultada bajo capas geológicas de represión. El trabajo del analista (similar al del arqueólogo) busca reconstruir la ciudad que ya no existe a partir de sus restos, es decir, sueños, actos fallidos y demás síntomas.
El meteorito encapsulado en Barro no es metáfora, no representa ni simboliza el inconsciente, es el inconsciente (¿el inconsciente universal?), es la piedra parlante, la que habla in absentia una lengua velada, bífida, ambigua, entre transparente e infranqueable, que es la lengua pulsional, origen histórico y traumático de la destrucción y, según el cauce dado a esa fuerza, origen futuro del acto creador.
Las piedras hablan; Guillermo Faivovich y Nicolás Goldberg, ahora también analistas, las han hecho hablar.
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